Azabache

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1909 - 284 páginas

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Página 20 - El que no haya probado un bocado así, no puede formarse idea de lo mal que sabe; figúrense un pedazo de frío y duro acero, grueso como el dedo de un hombre, metido dentro de la boca, entre los dientes y sobre la lengua, con sus extremos salientes y unidos a unas correas que se multiplican luego, pasando por sobre la cabeza, por debajo de la garganta, por encima de las narices y alrededor de la barba, de una manera que no hay medio de verse libre de él. Aquello es una cosa muy mala, o al menos...
Página 21 - El herrador fue levantando sucesivamente mis patas, teniendo yo que permanecer en tres mientras cortaba una parte del casco; pero no me lastimó y me estuve quieto. Tomó un pedazo de hierro de la misma forma que el casco, lo batió con un martillo y lo sujetó firmemente a aquél con clavos. Sentí mis patas como entumecidas y muy pesadas; pero al cabo me acostumbré a las herraduras. Una vez a esta altura, mi amo procedió a domarme para el tiro, y allí empezó una nueva serie de cosas que usar....
Página 19 - ... andar sin llevarlo consigo; y debe ir aprisa o despacio, a voluntad de su conductor. No debe espantarse por nada que vea, ni hablar con los demás caballos, morder, cocear, ni hacer, en una palabra, nada que sea su voluntad propia, sino siempre la de su amo, aunque se halle cansado o tenga hambre o sed; y, por supuesto, una vez con los arneses encima, no hay ni que pensar en brincar de gusto, ni en acostarse, aunque el cansancio le rinda. Puede verse, por lo dicho, que la doma no es cosa de poca...
Página 19 - Me acostumbré a la cabeza de cuadra, a la soga ya ser conducido del diestro por campos y caminos; pero ahora tenía que saber lo que era un freno y una brida. Mi amo me trajo, como de costumbre, un puñado de avena, y después de muchas caricias y mucha conversación, me introdujo el bocado con las bridas unidas a él.
Página 18 - Empezaba yo á ser un hermoso potro ; mí pelo era fino y suave, y de un negro brillante como el azabache. Era calzado de una mano, y tenía una pequeña estrella en la frente. Mi amo estaba orgulloso de mí, y no pensaba venderme hasta que tuviera cuatro años, pues decía que así como los muchachos no deben trabajar como los hombres, los potros no deben trabajar como los caballos, hasta que estén bien desarrollados. Cuando cumplí los cuatro años, el caballero...
Página 18 - Gordon vino un día á verme ; examinó detenidamente mis ojos, mi boca y mis patas ; me hizo marchar al paso, trotar y galopar en su presencia, y pareció quedar complacido de mí. — Cuando esté bien domado — dijo, — será un hermoso animal. Mi amo le dijo que pensaba domarme él mismo, pues no quería que en la doma me lastimasen, ó adquiriese algún resabio ; y no perdió tiempo, pues á la mañana siguiente puso manos á la obra.
Página 22 - ... muy duro tolerar, y que considero casi tan malo como el bocado. Nunca he sentido deseos de cocear como entonces ; pero no había que pensar en semejante cosa, siendo mi amo tan bueno, y así, tuve paciencia, y en breve tiempo transigí con todo, haciendo mi trabajo tan bien como mi madre.
Página 20 - Aquello es una cosa muy mala, ó al menos así me lo pareció ; pero yo veía que mi madre lo usaba siempre que salía, y que todos los demás caballos domados lo usaban también ; y entre el puñado de avena, las caricias de mi amo, y sus bondadosas palabras y maneras, transigí con el bocado y la brida. Inmediatamente después vino la silla, que no es ni con mucho, tan desagradable. Mi amo la colocó, con el mayor cuidado, sobre mi lomo, mientras el viejo Daniel...
Página 22 - ... entumecidas y muy pesadas; pero al cabo me acostumbré a las herraduras. Una vez a esta altura, mi amo procedió a domarme para el tiro, y allí empezó una nueva serie de cosas que usar. En primer lugar, una dura y pesada collera y una cabezada con dos pedazos de cuero a los lados de mis ojos...
Página 21 - ... sitio donde nos hallábamos, y esta misma operación se repitió por varios días, hasta que casi deseaba el puñado de avena y la silla. Por último, una mañana mi amo se encaramó sobre mí y me hizo dar una vuelta por la pradera, buscando los sitios en que la hierba hacía el piso más suave y blando.

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