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La de San Salvador, que hasta en los impresos más respetables de esa península se ha figurado restablecida á perfecta paz, no la ha tenido realmente desde sus primeras convulsiones. Dividida en su mismo seno por la unión á este Gobierno de los vecinos leales de S. Miguel, S. Vicente y Sta Ana, los inquietos que la turbaron prefirieron mal su grado el indulto que les ofrecí con olvido perpetuo de lo pasado á los horrores desastrosos de una guerra intestina.

Cesó el movimiento tumultuoso del Pueblo amotinado, se disolvió la Junta pública de revolucionarios; pero continuaron las secretas, siguió oculto el principio de sedición, continuó la voluntad del mal, permanecieron los agentes del que se había operado.

Convencido de esto, no he cesado de dar mi atención, aun á lo que ha parecido pequeño ó despreciable, al Gefe político de dicha provincia de San Salvador D. José María Peynado.

Desde principios del año anterior de 13 tube noticias pribadas, comunicadas por diversos conductos, de los Pasquines que se repetían en San Salvador. Esperaba desde luego que se me participasen de oficio; pero no habién dose verificado en ninguno de los dos correos anteriores, lo manifesté al Gefe Político Peynado en oficio (n.o 1.o) del 3 de Marzo. Su respuesta (n.o 2.0) las confirmó diciendo que efectivamente se habían puesto repetidos pasquines á él mismo, al cuerpo de voluntarios, al sargento mayor y al consejero actual de Estado D. José Aycinena, cuando pasó por San Salvador en su viage á esa Península; que el padre D. Manuel Aguilar (el mismo á quien por su correspondencia criminal puso justamente en prisión el Muy R.do Arzobispo el año de 11) había predicado un sermón dando gracias al pueblo por haber pedido su libertad en la primera conmoción; pero que sin embargo de esto no dictase providencia alguna, que cuando fuese necesaria me lo manifestaría oportunamente, que él sabía más para proteger el bien que los malos para proteger el mal.

Obré y me espliqué en los términos que dictaba la prudencia á vista de un estilo tan decisivo de confianza; pero recordé la obligación de darme partes succesivos de cuanto ocurriese digno de atención, para manifestar á V. A. el

grado de confianza que podía tener en estas provincias; indiqué la medida oportuna para hacer ilusorio el objeto maligno de los autores de pasquines, y expuse lo demás que expresa mi oficio de 30 del mismo mes de Marzo (n.° 3).

En el siguiente de Abril se me presentaron mayores motivos de confianza en el oficio de 22 (n.o 4), en que el Gefe Político me hizo presente que estaba ya restablecida la tranquilidad al grado de no advertirse la más lebe expresión ni acción sospechosa, que la gente de su provincia era generalmente buena, sencilla y religiosa, que éstas eran las calidades de que se había abusado, pero que conocía todos los resortes de la máquina y no descuidaría un momento jugarlos oportunamente.

Ocho días después, D. Miguel Delgado, sospechoso desde las primeras convulsiones y hermano del Doctor D. Matías Delgado, Cura de San Salvador é individuo actual de esta Diputación provincial, D. Santiago Celis, médico, y D. Juan Manuel Rodríguez, que en la anterior conmoción había sido secretario de la Junta rebolucionaria, escribieron á Morelos, General de los insurgentes de Nueva España, la carta de 1.o de Mayo (n.o 5), que después se ha encontrado entre los papeles del primero, y en la cual le decían que trabajaban constantemente en mantener la alta opinión que tenía en este reyno.

En Agosto inmediato, procesado en León el P. Fr. Juan de Dios Campos por noticias sediciosas que había divulgado en las provincias, resultaron citas respectivas al indicado Presbítero D. Manuel y su hermano D. Nicolás, Cura también de San Salvador. El Gefe Político de León exhortó al de San Salvador para que las evacuase, y éste me dirigió el oficio de 9 de Setiembre (n.o 6) acompañando el informe del P. D. Nicolás (n.o 7) y el del P. D. Manuel, manifestando el porte sospechoso de éste y reiterando que á pesar de tales incidencias estaba muy distante de juzgar que hubiese próxima ni remota disposición de su provincia para la más leve conmoción.

Recomendé sin embargo en el oficio (n.o 8) la vigilancia con que debía asecharse la conducta del P. Aguilar, manifestando que por los antecedentes de su prisión en esta Capital, por el sermón que había predicado con posterioridad

y por el tono con que se había explicado en su informe, era muy digno de ser observado en todos sus pasos.

De la misma fecha 9 de setiembre, en que se me aseguraba no haber disposición alguna en la provincia para el más pequeño movimiento, recibí otro oficio (n.o 9) en que el Gefe Político me comunicó que el día 5 se había diseminado en San Salvador la voz de que yo había puesto en prisión al citado cura D. Matías Delgado, que esta noticia había inquietado al vecindario, formándose algunas reuniones de gente en las calles; pero que á la llegada del correo, convencida la absoluta falsedad del hecho, se había restablecido el sosiego.

Debía llamar seriamente mi atención una voz tan incierta, sospechosa por su relación con el cura Delgado, á quien el clamor de los Europeos honrados de San Salvador ha acusado siempre de cómplice en las conmociones anteriores, y digna de consideración, por que siendo frecuente, como es natural, la correspondencia del Gefe político con su familia residente en esta Ciudad, y viviendo con ella en una misma casa el Cura expresado, no podía derramarse semejante nueva sin ser desmentida al momento. Manifesté decisivamente al Gefe político, en oficio de 18 de setiembre (n.o 10), que tantas incidencias acreditaban ser imaginaria la paz de San Salvador y fidelidad de sus habitantes, ponderados aún en los impresos de España, que temía se calificase de debilidad del Gobierno lo que hasta entonces sólo había sido sistema de prudencia, que pensaba tomar medidas serias para arrancar del seno de aquella provincia á los que se complacían en perturbarla; pero que antes de acordar las más oportunas, quería que como Gefe inmediato, expectador ocular de los sucesos, me informase el plan más acertado para asegurar de una vez la tranquilidad pública.

Su contestación fué diversa de la que esperaba. Volvió á reiterarme en oficio de 25 de Septiembre (n.o II) que no dudaba de la fidelidad del Pueblo de San Salvador, de su adhesión á la justa causa y odio á los franceses, que la incidencia del día 5 no era más que un movimiento irreflejo, equivocable entre el amor y el temor, y que no debía extrañarse, porque las circunstancias del cura Delgado le habían hecho amar de los hombres sensatos.

A vista de tan asertivo tono suspendí desde luego dictar providencias; pero el mes siguiente de Octubre tuve noticia privada, comunicada por varios conductos (n.o 12 y 13), de que en los Barrios de San Salvador se tomaba razón de los granos, previniendo se conservase cantidad de ellos para el mes de Noviembre próximo; que algunos sugetos juzgaban aparente la paz de aquella Ciudad, y que se trataba de dar opinión al Cabecilla Morelos, inventando felicidades en el plan inicuo de los insurgentes.

Todo lo cumuniqué al Gefe Político, expresándole para su mayor inteligencia en oficio de 18 de Octubre (n.o 14) que no eran anónimas estas noticias sino dadas por sugetos conocidos, y que por informes privados ó por medios prudentes y seguros hiciese inquisición de su origen y progresos para acordar con presencia de todo la más oportuna medida.

Tampoco en este nuevo incidente llegó el caso de dictar la correspondiente. El Gefe político, en carta de 24 de Octubre (n.o 15) me contestó que despreciase tales noticias, que la de acopio de granos había sido añadida con malísima y dañada intención, que los habitantes de San Sal vador en todas sus clases estaban sumergidos en la más grosera ignorancia.

Dos meses después, en oficio de 31 de Diciembre (n.o 16), me escribió que para conocimiento de este Gobierno acompañaba la carta (n.o 17), que ya no hallaba cómo manejar las gentes de su provincia, que la subordinación estaba perdida, que los pueblos parecían academias cínicas, y que se disputaba y aplicaba con furor la constitución y Decretos Soberanos á una igualdad mal entendida, al apoyo de sus vicios y á la impunidad de los mayores delitos, atacando la autoridad con responsabilidades.

Una transformación tan repentina y extraordinaria, pueblos sumidos dos meses antes en la más estúpida ignorancia y convertidos de repente en academias ocupadas en disputas políticas, hombres buenos, sencillos y religiosos en Abril, hechos cínicos en Diciembre siguiente, eran fenómenos raros en lo político como en lo moral. Suspendí el juicio como dictaba la prudencia y conocí que para dirigir el de este Gobierno era preciso reunir noticias por diversos conductos.

Antes de recibirlas me hizo presente el Gefe político, en oficio de 9 de Enero del presente año de 14 (n.o 18), que las elecciones municipales habían sido celebradas en personas que le eran justamente sospechosas, nombrados electores un tal Mena, Campos, Chiquillo y otros de la misma clase, electo Alcalde constitucional D. Juan Manuel Rodríguez (el mismo que escribió al Cabecilla Moretos la carta citada), y las demás elecciones propias de semejantes electores; que se había visto obligado á mandarlas celebrar dos y tres ocasiones negando á unas y suspendiendo en otras la confirmación; que el Ayuntamiento constitucional había acordado en acta (n.o 19) representar, como lo hizo, que recogidas las armas del cuartel y cuerpo de voluntarios, se pusiesen en la sala de armas, donde por no haber guardia alguna quedaban á disposición del Pueblo; que era ya preciso hacer que se respetase la fuerza, por no considerar bastante la que tenía, principalmente careciendo de autoridad militar, y que nada era en su concepto tan conveniente como el absoluto disimulo y tolerancia hasta que el Gobierno se pusiese en estado respetable.

Recibí este oficio en el tiempo preciso en que trabajaba sobre el descubrimiento feliz de la conspiración maquinada en esta Capital. Tenía ya en prisión los agentes principales de tan inicuo plan, embargados los papeles y prevenida la conmonción á costa de cuidados y providencias tomadas desde el momento mismo en que tuve la primera denuncia. Cortado en parte el tronco de este árbol del mal, debían secarse las ramas en la misma proporción. Creí que la prisión de los inquietos de esta Ciudad desconcertaría á los de San Salvador. Tuve presentes las expreciones del oficio, relativas á que nada convenía tanto como el absoluto disimulo y tolerancia. Inferí de ellas que el peligro no era inminente, porque siéndolo, en vez de proponerse tal sistema se habría manifestado la necesidad de medidas enérgicas y ejecutivas. La fuerza existente en San Salvador del Escuadrón de milicias, bandera de reclutas y cuerpo de voluntarios, digno de confiansa por la misma aversión con que le miraban los inquietos, era en mi concepto bastante para contener el primer movimiento, y las milicias de los partidos de San Vicente, San Miguel

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