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la segunda el indulto que le ofrecí, llegó al extremo de hacer fuego á las tropas y ser necesario enfrenarla por la fuerza. Este Ayuntamiento de Guatemala, que no cesa de repetir que su timbre más glorioso es el de la fidelidad, quiso en 810, á la primera noticia de las renuncias de Bayona, que las autoridades compareciesen ante él á prestar juramento y rehusaba ocurrir ante mi Antecesor en cuerpo de cabildo á reiterar el de obediencia á la familia reinante; dudó en 811 si debería prestarlo á la primera Regencia; publicó el mismo año la instrucción en que pretendía que el Gobierno en todos sus ramos, iucluso el de Guerra, estuviese en una Junta serenísima compuesta de individuos electos por los Ayuntamientos; escribió en el de 13 al Diputado Provincial de Comayagua D. Bruno Medina, en oficio de que tengo dada cuenta á V. A., que las circunstancias exigían un Gobierno que fuese hechura del pueblo; y en representación dirigida á las Cortes dejó escapar la protesta de que no entendería extensivo á esta provincia lo que sancionase el mismo soberano Congreso sin su Diputado: protesta idéntica á la que hizo la N. Inglaterra cuando los Estados Unidos de América se preparaban para la guerra de independencia. Una sola proposición del Ayuntamiento Constitucional de S. Salvador, la de haber pedido que se pusiesen en la sala de armas las que había en aquella Ciudad, fué bastante para que el Gefe Político infiriese, según el documento (n.o 18), que había plan de insurección y que se pretendía trasladar las armas á la sala, porque no teniendo guardia alguna quedaban á dis posición del Pueblo. Sólo el proyecto publicado en dicha instrucción de que el Gobierno militar estuviese en la Junta Serenísima de vocales nombrados por los Ayuntamientos es suficiente para deducir consecuencias tristes.

En los pueblos que se conmueven para libertarse de alguna vejación determinada, removida la causa de la inquietud se restablece al momento la calma y se gozan todas las dulzuras de la paz. En los que se agitan para declararse independientes, las medidas generosas, tomadas para remover las causas que se protestan, no cortan la raíz del mal y los inquietos se aprovechan de ellas para allanar su inicua carrera. Se quitó á San Salvador el Europeo que los mandaba como Gobernador Intendente, se concedió

indulto absoluto á los autores del primer movimiento, se nombró Gefe político á un criollo hijo de esta Capital, se les dió la constitución más liberal que podía meditarse, se les declararon derechos que no conocían ni deseaban anteriormente. Los resultados no han sido, á pesar de esto, los que debían esperarse. Se disputa con furor, dice el Gefe Político, sobre la constitución, los pueblos parecen acade: mias, apenas será en el vecindario el uno por ciento el que merece absoluta confianza, el espíritu de insurrección avanzó á largos pasos, los planes de 814 han sido más malig nos que los de 811, y si en las primeras conmociones se fijaron en puntos determinados, en la última se avanzaban á meditar una constitución formal de independencia. Vivo sigue en América el sentimiento íntimo de libertad y al mismo tiempo se ha abusado del derecho de elección concedido á los pueblos, haciéndola en los de peor nota, en los sospechosos, ó por lo menos en los de concepto muy dudoso. Se ha abusado de la autoridad dada á los Ayuntamientos, pretendiendo éstos extenderla aun á departamentos que notoriamente no les corresponden y tomando un tono de superioridad muy ajeno de su instituto. Se ha abusado de la institución generosa de las Diputaciones provinciales, intrigando para que sean unas pequeñas Cortes. Se ha abusado de la libertad de imprenta publicando papeles que esparcen semillas venenosas, cuya vegetación será algún día muy difícil embarazar.

Los pueblos que reciben conocimientos inocentes por orden gradual no abusan de ellos, porque los primeros preparan para los segundos, y cuando se les dan los últimos poseen ya los principios necesarios para contenerse en el círculo feliz de una sabiduría sobria. Los que los reciben de repente deben sufrir las convulsiones que esperimenta el hombre débil á quien se dan alimentos fuertes. El golpe repentino de luz les ofusca, les trastorna, les pone en el estado peligroso de inquietud, y éste es el que debe temerse en las provincias de América, que ignorantes en alto grado antes de la época presente, los rayos unidos de tanta luz pueden ponerlas en combustión, enardeciendo é irritando el sentimiento de independencia.

Los Eclesiásticos y Abogados que en América forman la única clase de hombres de estudio, las familias de los

que se denominan principales, que tienen la cultura respectiva del trato, debían ser los primeros en sentir los efectos funestos de una ilustración repentina, los primeros en comunicar al pueblo sencillo el fuego que los devoraba, los primeros en hacerlo instrumento de sus convulsiones. El Pueblo bajo, sumergido á tanta distancia, no puede recibir impresiones ni conocimientos sino por canales intermedios. Si al pasar por éstos se corrompen y llegan alterados á los infelices, serán inevitables las consecuen. cias y la mano del Gefe ó Gobernador más celoso no podrá embarazarlas.

La clase de los que se llaman principales ha sido en efecto la primera que manifestó ideas subversivas y principios dañinos por el sistema de Oligarquía á que aspira. Comienzan al presente á manifestarse en la clase media, á la cual era natural que se comunicasen; pero puede decirse que en lo general no han penetrado hasta ahora á las clases infimas; y si éstas se han conmovido en algunas provincias, ha sido sin duda porque como autómatas infelices se mueven según la dirección de las manos que los impelen.

Separados los que dan el primer impulso, alejados del seno del lugar que inquietan, se restablecerá la calma, cesará el movimiento y triunfará la paz. No hay otra me dida de mayor eficacia. Miestras subsistan en una provincia los atizadores habrá fuego oculto ó público, según el aspecto de las circunstancias. Las providencias más liberales enorgullecen en vez de corregir á los perturbadores del orden, y su avilantez crece á la par del temor que suponen en los Gobiernos. No he visto hasta ahora corregido á quien una vez ha sido plagado del espíritu maligno de inquietud. La historia de la presente revolución de América: Quito, Caracas, Nueva España y otras infortunadas provincias ofrecen ejemplares er abundancia, y en esta Capital de Guatemala, en Granada, en León, en San Sal vador se presentan reincidencias tan escandalosas como tristes. Los que en su principio manifestaron opiniones peligrosas persisten tenazmente en ellas, los que encendieron el fuego en su origen han continuado soplándolo después, y los reos de Granada, que en aquella desventurada Ciudad fueron los autores de sus convulsiones, siguieron

en ésta su maligno influjo desde las salas donde estaban arrestados; resultaron al fin complicados en el plan de insurrección que se maquinaba en esta Capital, y hubieran ocasionado efectos bien tristes, si conformándome con el dictamen de mi asesor no les hubiera remitido á esa Península con la causa que se les había formado. Útil fué el sistema que adopté de prudente moderación en los primeros movimientos, porque hará brillar más el sistema de justicia con que debo obrar en los segundos; pero la experiencia, siempre infalible en sus resultados, mis ojos, los hechos de que soy espectador me han convecido al fin que si desde el principio hubieran sido enviados á las costas de esa Península los primeros que dieron las primeras voces, la provincia de Guatemala merecería entonces el título de fidelísima que ahora sólo puede darle la hipocresía.

Las leyes de Yndias, fruto sazonado de la experiencia de muchos años, en el punto de que trato han conservado las Américas á V. M. por espacio de tres siglos; y la medida acordada en ellas con tanta sabiduría es que la 61, tít. 3, libro 3 manda que si á los virreyes pareciere conveniente al servicio de Dios y del Rey desterrar de estos reynos y mandar á esos algunas personas, las haga salir luego con la causa fulminada; que la 18, títo. 8, lib. 7 ordena que si hubiese algún caballero ó persona tal que convenga extrañar de las Indias, lo pueda ejecutar el Gobernador dándole los autos cerrados y sellados; que la 7, tít.o 4, lib. 3 prevenga que si algunas personas inquietaren la tierra, los Virreyes y Gobernadores, por los mejores medios que les pareciere y pudieren, las vayan sacando de la provincia y á sus hijos, hermanos y deudos y á los demás que hubieren seguido su parcialidad y los acomoden en partes seguras. No es la ambición de Autoridad la que me dicta estos pensamientos. Próximo estoy á entregar el mando en este mes ó el siguiente al Brigadier D. Juan Antonio Fornos ó al Mariscal de Campo D. Fernando Miyares. Lo que me inspira estas medidas es el sentimiento inextinguible para mí de verdadero Español, el deseo de cortar en su origen los planes desastrosos de subversión, el principio sencillo de todo padre de familia que despide de su casa al sirviente que la turba y pone

en el lugar más seguro la persona de sus mismos hijos, objeto de sus más tiernos cariños, cuando son tan díscolos que no basta á contenerles una prudencia bondadosa.

Los trámites de la legislación criminal, dilatorios y complicados, son muy peligrosos en los procesos formados á insurgentes. Mientras se sustancian y ponen en estado de sentencia, mientras se evacúan citas y libran exhortos en países donde la población está tan derramada, los reos activan desde las prisiones su maligno influjo, los cómplices ocultos de su maldad maquinan cuanto les sugiere la malicia, el empeño obra esforzadamente y la intriga se toma tiempo para jugar sus resortes y hacer ilusoria la sanción de la ley. Ejemplares muy tristes ofrecen la causa de infidencia seguida contra José Antonio Córdoba, Escribano de este Ayuntamiento, en la que, justificado su delito plenamente, la debilidad de la Audiencia no le impuso otra pena que la que acuerda un Maestro de novicios por culpas leves: ocho ó diez días de exercicios espirituales en el colegio de Propaganda fide; la instruida contra D."... Ore, hombre malo en el sentido propio de la voz y autor de las convulsiones de Masaya, la cual, pasada á la Audiencia en el tiempo que disputaba con calor el conocimiento de estos asuntos, la ha devuelto sin sentenciar á esta Capitanía General al cabo de... años después de que mandé á esa Península los reos de Granada, con quienes pudo haber sido remitido el cabecilla Ore; la formada contra los mismos reos de Granada, en la que ocurrieron las incidencias indicadas, y la que se está instruyendo á los reincidentes de San Salvador, de la cual he referido algunos pormenores. Si sus delitos son notorios, si á la faz de todos se presentan con el pueblo conmovido, si en sus casas se forman Juntas sospechosas ó revolucionarias y entre sus papeles se encuentran correspondencias sediciosas ó documentos subversivos, el espíritu verdadero de la ley no puede exigir tantos trámites y dilaciones. como cuando se hacen inquisiciones de delitos ocultos cometidos en la obscuridad por personas ignoradas. En los unos la necesidad hace precisos los trámites, en los otros la dilatación da tiempo á la intriga y facilita la impunidad.

No es la guerrilla de la fuerza la única que se hace en

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