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sentir quien pone en el compromiso sus intereses y su honra personal; todo lo demas queda á cargo de personas las mas científicas de la Francia y del éstranjero, cada cual en su propia especialidad. Son, en jeneral, miembros de la academia, y este solo título me dice de antemano cual esmero, cual mérito ostentarán todas mis publicaciones.

Gran parte le queda que hacer al pincel para el mayor lucimiento y triunfo de esta importante empresa, así es que de entre los tantos injenios como en esta capital han contribuido á la ilustracion de esas magníficas ediciones salidas á luz en estos últimos tiempos, los mas acreditados estan conmigo.

Para la version castellana tengo la pluma de D. Pedro Martinez Lopez, sujeto cuyos conocimientos literarios andan ya consignados en todas sus obras de enseñanza, unas adoptadas por la Direccion jeneral de estudios de Madrid, otras por el Consejo real de esta universidad de Paris, para los colejios de su inspeccion. Sin duda responderá dignamente á las exijencias del público, y su decir mantendrá el carácter de orijinalidad que le distingue, y que tanto cuadra con las esperanzas que el patriotismo chileno ha puesto en esta su obra.

Con el texto irán cuantos retratos pueda lograr de los personajes á quienes mas o menos directamente debe Chile su prosperidad y su esplendor, que en obrar así respondo al grito de mi corazon, ansioso de probar su desprendimiento, su constante anhelo por que desaparezca de esta grande empresa toda máxi

ma de especulacion, aunque enormes sean los sacrificios, que, al fin, yo los considero como debido tributo del sincero culto que desde mi niñez rindo respetuoso á las ciencias.

El cuadro de la civilizacion chilena en las diferentes épocas de su historia, le reservo para la introduccion jeneral de la obra, y habrá de precederle, como es justo, una lista de todos los suscriptores, ya que reconozco que á sus esfuerzos se debe la consecracion de este monumento nacional.

CLAUDIO GAY.

DE CHILE.

CAPITULO PRIMERO.

Estado de la España ántes del descubrimiento del América. Borrascoso reinado de Henrique IV. Isabel aclamada reina de Castilla contra los derechos de la princesa Juana. Su matrimonio con Fernando. Su acertada administracion. Conquista de Granada. Establecimiento de la inquisicion.

Varios eran los estados que tenian dividida la España á mediados del siglo XV, todos ellos independientes, todos en la mas completa desorganizacion, consecuencia forzosa delespíritu turbulento y sedicioso de la época; espíritu mas pronunciado entonces en los reinos de Castilla, de Navarra y de Aragon, cuya existencia política, ya tan precaria, pusieran las guerras intestinas poco menos que á merced de sus vecinos, sobre todo de esa gran familia mauritana, señora, despues de casi ocho siglos, de la rica é importante provincia de Granada.

Tal era el estado de las cosas cuando Henrique IV, hijo de don Juan II, subió al trono de Castilla. No debió pensar este príncipe en granjearse el amor de sus pueblos, haciendo de modo que llegaran á olvidar las demasías y vejaciones de sus predecesores; ántes deja desde luego que en su corte la corrupcion se asiente sin

1. HISTORIA.

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disfraz, y, socolor de impotencia, se resuelve á repudiar su esposa Blanca, princesa da Navarra, celebrando segundas nupcias con doña Juana, hermana de Alonso V, rey de Portugal.

Esta princesa, cuya juventud, jovialidad y donaire, eran el adorno, el embeleso de la corte de Lisboa, no hizo precio del carácter de austeridad que la etiqueta guardaba en la de Castilla, y dió por lo mismo ocasion á que se la tildara de veleidosa, de liviana, y hasta de infiel á su esposo, suponiéndole, no sin fundamento, en relaciones ilícitas con Beltran de la Cueva, caballero de bellísima presencia, que acababa de señalarse en una justa celebrada en obsequio de Juana.

Respondia Henrique á estos rumores prodigando distinguidas honras y mercedes al nuevo valido, como si entendiera mostrarse parte en tan reprensible intriga. Al cabo de seis años, y cuando mas impuesto se presumia el público en la impotencia de su monarca, la inesperada nueva del embarazo de la reina, y el nacimiento de una princesa, á quien se le dió el nombre de su madre, le llenaron de asombro, no viendo en la recien nacida sino la hija de Beltran, y apodándole por lo mismo la Beltraneja; mote que conservó hasta el desgraciado fin de sus dias.

Dilijente anduvo Henrique hasta hacer que aquella princesa fuese públicamente reconocida, y declarada heredera presuntiva de la corona; acto que provocó el jeneral disgusto, entre la nobleza sobre todo, que no podia mirar sin celos la influencia de un favorito orgulloso y presumido.

Con todo, particular mencion harémos de dos personajes que como por encanto pasaron de la nada al colmo de

la prosperidad y de la opulencia. Era el uno don Juan Pacheco, despues marqués de Villena, y don Alonso Carrillo, arzobispo de Toledo, el otro. El primero, hombre astuto y de irresistible persuasiva, subyugó la apagada voluntad del monarca hasta encerrar las soberanas disposiciones dentro del círculo de sus personales intereses y caprichos. El segundo, de un carácter dominante y receloso, servia cumplidamente á las miras ambiciosas del marqués, amparándolas con el supremo ascendiente de su elevada dignidad. Sin embargo, envidiosos ambos del singular favor de Beltran de la Cuevą, no vieron mejor medio de rebajarle sino favoreciendo cautelosamente las pretensiones de Luis XI sobre la Cataluña, cuya mayor parte se habia apropiado ya Henrique, sin respeto á los derechos del rey de Aragon, en guerra entónces contra los Catalanes; pero descubierta su perfidia, la indignacion soberana vino á castigar la ingratitud y deslealtad de estos ministros alejándolos de sus puestos y de la corte.

Triste, lamentoso, desesperado era entonces el cuadro que ofrecia la Castilla. Exhausto el tesoro; agobiados los pueblos con reiterados tributos, insuficientes todavia para la prodigalidad réjia; la relajacion de la corte que se propagó en el pais hasta hacerse un mal endémico ; la alteracion de la moneda que solo tenia un valor nominal, y que hizo poco menos que imposible la salida de los productos en el mercado; todo parecia presajio de una catástrofe. Por otra parte, los señores, cuyos privilejios no tenian límites en aquella época de brutal feudalismo, hacian gala de ejercitarse en toda suerte de crímenes y atrocidades, salteando en despoblados y caminos, mancipando pacíficos transeuntes hasta obtener de ellos un crecido rescate, y encastillándose despues

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