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corta èra, en su sentir, la mejor, sin cuidarse de las resultas.

No hubo en las primeras jornadas motivos de arrepentimiento; los mantenimientos abundaban, gracias á la dilijencia de Paullo Toppo y de Salcedo, y el soldado lleno de contento guardaba cuanta disciplina se podia esperar de aquellas mesnadas aventureras. Mantúvose algunos meses el ejército en las llanuras de Jujui, al cabo de los cuales cumplió su movimiento en direccion del oeste hasta vencer las cordilleras vecinas al valle de Copiapo. En esta travesía ejecutada casi siempre por páramos en que rara ó ninguna vez parecia un fontanar, tambien las municiones de boca llegaron á su fin, y tal contratiempo llenara de desaliento á la tropa sin la actividad, sin la cuidadosa atencion con que Almagro sabia sustentarle; pero todo ello no era en suma sino un muy corto anuncio de los infortunios que la reciura del invierno reservaba contra aquellas jentes así como llegaran á la cumbre de aquellos empinados y soberbios puertos, cuya riscosa garganta la temeridad sola pudo suponer practicable.

Y es de notar que en lo mas duro de la estacion fue precisamente cuando Almagro se arrestó al paso de aquellas escabrosas y peladas sierras de elevacion progresiva, partidas, como de propósito, en diferentes órdenes de derrumbaderos; pero todas estas consideraciones no impidieron que aquellos intrépidos guerreros doblaran, aunque con dificultad, la primera cordillera : internáronse avanzando contra las restantes; las dificultades se aumentaron, y ya dieron en el triste extremo de haber de trepar por senderos tan fragosos, tan impracticables no solo para la caballería que las penalidades de la desi

gual marcha traian vencida, sino que hasta la infantería iba por ellas expuesta á despeñarse.

y

En esta horrorosa lucha de los hombres contra los obstáculos de la naturaleza, contra las injurias de la estacion, y contra el poder atmosférico, todo parecia darse la mano. Las nieves venian en cellisca, y prodijiosa abundancia, para cubrir como de propósito los precipicios, y atraerles de este modo mayor pasto; los vientos enfurecidos, desencadenados se convertian en impetuosos huracanes, difundiendo espanto, desesperacion y tormento en todas las filas de aquella division casi en completa desnudez ya, nada de esto fuera quizá de sentir á no descargar el hado toda su ira, desde que la tropa se viera en la cresta de las cordilleras, refinando el aire de tal modo que apenas si dejaba un anheloso espirar; cuyo acontecimiento, sobre turbar todos los órganos de la vida, ocasionó la indisposicion llamada en el pais puna, y por consiguiente ese abatimiento profundo que solo puede sentir quien mira la vida como una carga insoportable; hízose por lo mismo el descanso una necesidad irresistible, y tanto mas funesta, cuanto que interceptada, por decirlo así, la accion vital, el cuerpo quedaba expuesto á todo el rigor, á todas las intemperies de aquellas frijentes montañas.

Como los Peruanos, sobre andar ligeramente vestidos, no estuvieran hechos á tales fatigas, la muerte se cebaba en ellos de un modo espantoso, y no perdonaba tampoco á los Españoles, aunque mucho mas defendidos contra el frio, y de un carácter tanto mas roblizo, tanto mas entero cuanto mayores eran los trabajos, pues muchos murieron helados, otros perdieron el uso de sus miembros, y hasta los hubo que cegaron momentáneamente, con el reverbero del radioso albor de la nieve. Dicen

varios historiadores que el tránsito de estas cordilleras costó la vida á diez mil Indios, ciento cincuenta y seis Españoles, una mujer y cuarenta caballos (1).

Mucho contribuyó la escasez de alimentos para que tantas desgracias quedaran cumplidas, y acaso no saliera vivo un solo hombre, á no adelantarse Almagro hasta Copiapo, y mandar inmediatamente cuantos socorros pudo; con lo que, la poca jente que le restaba, librada así del peligro, logró avanzar hasta las vastas riberas que él ocupaba ya, en donde, con el descanso y la abundancia de mantenimientos, reparó sus fuerzas, olvidó sus penas y quebrantos, y cuantos riesgos acababa de correr.

Sobre manera sintió Paullo Inca las calamidades y desastres pasados, y llegó á temer que influyeran demasiado en el ánimo de Almagro, pero tuvo ocasion de verle tan sereno, tan firme, tan impertérrito como si nada hubiera ocurrido. Ansioso de complacerle y como conocia la pasion, superior á todas las pasiones, del jeneral español, hizo el Inca que los Indios de aquel pais le llevaran en presente cuanto oro poseian, reuniendo por este medio en dos veces una suma equivalente á quinientos mil ducados, sobrado capaz por tanto para responder á todas las exijencias de su grande liberalidad, si no es mejor llamarla ilimitada profusion.

Almagro no ambicionaba las riquezas en la mira mezquina y egoista de poseerlas; despreciaba el interés personal, y si todo su anhelo le ponia en adquirir, tan solo era para dar mayor impulso y desarrollo á su natal jenerosidad; así es que, dueño de los quinientos mil ducados, al instante se apresuró á distribuirlos entre sus compa(1) Eran entónces tan raros que cada caballo solia costar dos mil duros.

ñeros de armas, y como si ya estuviera en el lleno de la fortuna, en la última grada de la gloria que tan afanoso buscaba, todavia se muestra entre los suyos entusiasmado; háceles ver los créditos que contra cada cual de ellos tenia, desde el equipo que á costa suya se efectuó en el Cusco, y los rasga y arroja como diciendo públicamente: -i Nada me debeis!....

No con otra accion se necesita precisar la desinteresada índole de aquellos tan altivos, cuanto desprendidos conquistadores. Tras ese rasgo de nobleza, ya no pensó Almagro sino en acelerar la conquista del pais en que se hallaba, trayendo, por supuesto, á juego, esa solapada y desleal política de que mas tarde quiso fundar escuela el célebre Maquiavelo.

Como se le dijera que el cacique de aquella tribu habia usurpado esta dignidad á uno de sus sobrinos, que para sustraerse del malquerer de su tio andaba errante en el corazon de aquellos montes, pronto vió Almagro cuanto le importaba introducir la discordia en el pais, declarándose partidario y defensor del jóven Indio, hasta hacer valer sus lejítimos derechos, y revestirle con el título de que se mantenia despojado. Salióle esta empresa muy á medida de su deseo, y la influencia de Paullo por una parte, y el esfuerzo del jóven cacique por otra, le procuraron algunos batallones de Indios, con los cuales emprendió su marcha resuelto á conquistar las provincias del sud, independientes aun del gobierno de los Incas. En llegando al valle de Coquimbo, al instante ordenó viniesen á su presencia el cacique de Huasco, llamado Marcandei, su hermano y veinte y siete personas mas, todas ellas de viso en el pais, y todas acusadas de complicidad en la muerte dada á tres Españoles que incautos se internaron en aquellas

tierras. Acaso esos imprudentes se hicieran merecedores de la suerte que les cupo, pero tambien Almagro creyó deber usar de rigor para dar poder y fuerza á su débil columna, y mandáralo la necesidad, ó la justicia, ello es, que todos aquellos personajes fueron pasto de las llamas, acompañados en el martirio por el cacique de Copiapo, que consigo llevaba el jeneral español. Estas fueron las primicias de la sangre chilena y española que regó aquella tierra de libertad, aquel suelo de probado valor y de exquisito heroismo, y donde, si durante tres siglos ha continuado humedeciendo las feraces provincias araucanas, todavia mantienen estas con orgullo sus límites, toda su primitiva y venerada independencia.

Pasó el ejército conquistador desde Coquimbo, por el sur de la provincia de Chile, al punto llamado Concomicagua, teniendo hartos motivos Almagro para notar en la marcha que las riquezas del pais no debian ser tales cual la exajeracion habia supuesto, y de ese mismo modo de ver parecerian sus mas allegados, pues que concurrieron aconsejándole regresase al Cusco, como mas aventajado en toda suerte de recursos. Bien lograran su intento á poderse aunar el consejo con el excesivo amor propio de aquel á quien se le daban, pero se creia Almagro demasiado empeñado en la funcion para haber de abandonarla sin resultado plausible, y continuó su jornada hasta Rioclaro, donde los atrevidos Promaucas, que los Peruanos no lograron subyugar, se presentaron ante los Españoles con imperturbable continente, con sacudida impavidez. Sí que las armas de los Españoles, y sobre todo la novedad que les causaron los caballos, los tuvo un momento suspensos, y como desalentados, pero pronto recobraron su natural valor, y cargaron con tal denuedo

I. HISTORIA.

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