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sobre las filas de los Indios entrados en obra los primeros, que en breve fueran rotos y deshechos, á no correr Almagro con los Castellanos, para medirse, y no de balde, con hombres de un temple, de un ánimo guerrero muy sobre cuanto hasta entónces se traia probado.

Fatal fue este choque para ambos partidos, y el español no quedó con vivos deseos de renovar otros; pero, quiso la suerte que llegaran Rodrigo Orgoñez y Juan Rada (1), y esto motivó en Almagro una resolucion de que vinieron como eslabonados los acontecimentos, hasta arrastrarle al patíbulo, como lo veremos en breve.

Dijimos que esos dos capitanes habian quedado en el Perú haciendo jente para reparar las pérdidas que Almagro pudiera sufrir, y ayudarle en la empresa. Anduvieron en ello tan activos, se mostraron tan tenaces contra cuantas privaciones é intemperies les oponian la estacion, y el pais, que llegaron á Copiapo muy poco despues de haberse ausentado Almagro, marchando infatigables hasta dar con este, y poner á sus órdenes los reclutas que la muerte quiso perdonar, porque muchos de ellos sucumbieron tambien á las penalidades del camino. Rada llevaba ademas para su jeneral la real cédula en la cual se le declaraba adelantado de la Nueva Toledo, designando este gobierno al sur del Perú, aunque sin límites determinados, como ya se ha dicho. En dos bandos estaban ya entónces los Españoles. Querian unos quedar en Chile; apetecian otros volverse al Cusco, y como Almagro no creyera en los tesoros inmensos que la fama atribuia al suelo, cuya conquista tenia comenzada, se puso sin renuencia de parte de los del último bando, como se lo pedian tambien

(1) Unos escriben Herreda, otros Arrada, otros, y son los mas, Rada,

como nosotros,

sus amigos Diego y Gomez de Alvarado, no menos que Orgoñez, sosteniendo todos ellos que precisamente correspondia al Cusco el ser capital del gobierno de la Nueva Toledo. Ni fue menester mas para despertar la ambiciosa pretension con que Almagro aspirara á reinar en el Cusco, y por tanto, decidido á regresar con cuanta velocidad pedia el caso, llamó á Paullo Inca, y á la mayor parte de los oficiales que mejor conocian el pais, consultando con ellos cual camino seria de preferir para volver al Perú; parece que los reveses le habian hecho ya mas prudente.

Prevaleció esta vez el consejo de Paullo que, como al venir del Cusco á Chile, mantuvo debia seguirse doblando toda la costa, por donde se salvarian embarazos y penalidades, ya que se hubiesen de cumplir muchas mas jornadas; y tan en punto se mostró en esta ocasion la cordura, que de comun resolver fue destacado anticipadamente un cierto número de hombres encargados de registrar, y habilitar fosando, cuantos surtidores pareciesen por todo el tránsito, para que no faltase agua al ejército en marcha tan dilatada y molesta. Tras estas medidas encomendadas á un peloton de Indios y de Españoles, la columna se puso toda ella en movimiento, en trozos harto adelantados unos de otros, á fin de dar tiempo á que los manantiales llenaran de nuevo las arcas, donde depositaban su caudal, para servir simultaneamente á las necesidades de la tropa, que sin esta precaucion económica mal respondiera al consumo la aridez de aquel vasto desierto.

En Atacama, se le dijo á Almagro que Nuguerol de Ulloa se hallaba en la costa reconociendo los puertos, y resuelto á tomar conocimiento de la posicion de Chile; pasó á verle inmediatamente, y al cabo de algunos dias

volvió á reunirse con su jente en Arequipa, no sin saber ya como los Indios, capitaneados por Manco Inca, habian cumplido un alzamiento, desde luego parcial y en breve jeneral, contra los Españoles, cuya vida estuviera en inminente riesgo; y presumiendo sacar gran partido de estas disensiones, en su sentir muy oportunas para el logro de sus fines, aceleró la marcha contra el Cusco, y desde Urcos ya se puso en correspondencia con el Inca, ofreciéndole toda su proteccion con tal que de comun acuerdo se diera, hasta derribar á los Pizarros, cuyos sujetos le traian indignamente engañado.

Fernando Pizarro ejercia entónces la comandancia del Cusco, y tambien trató por su parte de atraerse la persona del bizarro Saavedra, brindándole con una crecida suma, mas se estrelló la tentativa contra la honradez de este militar incapaz de venderse á partido ninguno, ni de mentir á la fidelidad y al respeto que su jefe le inspirara; ántes vino á ser muy pronto uno de los que mas intervinieron en la fatal contienda que se alzó entre Almagro y los Pizarros, Fernando y Gonzalo, cuyo resultado fue la prision de los últimos, y la tan completa anarquía que se extendió en todo el Perú, haciéndole teatro de las mas lamentosas calamidades.

Ya venia Francisco Pizarro contra el Cusco, resuelto á castigar las imperdonables demasías del arrojado Almagro, que, á mas de usurparle el gobierno y la capital del Perú, habia encarcelado á sus dos hermanos; pero recelando no tener bastantes fuerzas para contener la invasion del usurpador que, ufano con algunos triunfos, marchaba tambien sobre Lima, volvióse á esta ciudad para ponerse en estado de defensa, alzó nuevas tropas, y habiendo escojido setecientos hombres de los

mas esforzados y mejor dispuestos, salió de nuevo al encuentro de su adversario, que ya estaba á las inmediaciones de Chincha,

Bien comprendieron ambos jefes lo mucho que importaba economizar la sangre española, y que sus personales contiendas podian comprometer en el Perú la suerte de todos sus compatriotas; se pensó por lo mismo en el medio de entenderse amistosamente, citándose al efecto á un lugarcillo llamado Mela, pero fueron tan desmedidas las pretensiones recíprocas que hubieron de separarse acaso con mayor erronía, y sin obtener Pizarro otra concesion que la libertad de su hermano Fernando.

Cuando viera Almagro cuanto le aventajaba su contrario en fuerzas, no quiso tomar la ofensiva, ántes se posesionó en lo mas elevado de la montaña de Guaytara, no obstante sentir su salud sobradamente quebrantada; mas como los hermanos de Pizarro vinieran á atacarle, abandonó casi sin resistencia su ventajosa posicion, y marchó al Cusco, en donde pasó dos meses fortificándose, fabricando armas, y amaestrando jente con que poder defender sus intereses y sus pretensiones.

Comprendiendo el marqués que su tropa era mas que suficiente para destruir la enemiga, hizo que sus hermanos marchasen contra el Cusco, donde la espada resolveria definitivamente una querella que tanto turbaba el órden, y de tal suerte entorpecia la administracion; pero él se volvió á Lima con una corta escolta.

Almagro hubo de cortar los caminos y destruir los puentes al retirarse para el Cusco. Poco detuvieron estos obstáculos á los hermanos de Pizarro, quienes, al cabo de algunos dias, dieron alcance, en las immediaciones de las Salinas, á la columna de su enemigo, capitaneada

ya por Rodrigo Orgoñez, habiéndose agravado la enfermedad del jefe principal. Tomáronse las armas en ambos partidos con decision y entusiasmo, cada cual de ellos resuelto á sacrificarse en obsequio de su propio caudillo; y llegada la mañana del 26 de abril de 1538, en la cual hizo Fernando Pizarro que muy de madrugada se celebrara el sacrificio de la misa, se dió inmediatamente órden al capitan Mercadillo para que avanzase con la caballería, en tanto que los Indios rompian el ataque en partidas sueltas. Pronto fué jeneral la funcion, y pronto de observar el denuedo, la bizarría y la impavidez de ambos bandos. En este se señala con singular arrojo la actividad de Pedro Valdivia, maestre de campo de Pizarro; en aquel se hace admirar el bizarro Orgoñez, quien, sin olvidar el deber de jefe, desempeña el de soldado, acuchillando á derecha y á izquierda á cuantos oponérsele pretenden, no obstante llevar la cabeza barrenada de un balazo. Desgraciadamente eran muy inferiores las fuerzas de este famoso cabo para resistir largo tiempo á las de su enemigo; fue preciso declararse en retirada, y ceder á Pizarro las palmas de la mas completa victoria.

Veia Almagro desde la cresta de una colina la precipitada fuga de sus soldados, y corrió á encerrarse en el fuerte de Cusco, de donde no tardaron en sacarle sus enemigos conduciéndole á un calabozo, y al cabo de seis meses al suplicio.

Ese fue el fin trájico de uno de los capitanes mas valientes que viera el nuevo mundo, y del primer Español que penetró en el interior de Chile. Nunca supo á quien debió sus dias, porque al nacer fué abandonado á las puertas de una iglesia, y por consiguiente la caridad pú

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