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aconsejaba retirasen de la vista de los Españoles oro, algodon y víveres, y hasta sus ropas, aparentando así una extrema miseria, como medio único para que los conquistadores abandonaran de nuevo el pais. El consejo fue seguido con la mas exquisita escrupulosidad, pues no conservaron los Indios sino los víveres necesarios hasta la recoleccion de nuevos frutos, y sin duda por no exponerlos aparentaron muestras de una paz, de una sumision que interiormente aborrecian, siendo ademas tan medidos que llevaron la cautela y el patriotismo hasta punto de parecer ante los Españoles casi en completa desnudez.

En nada tuvo Valdivia el artificio, ni tampoco hizo precio de lo que acerca de Manco Inca llegó á saber, antes sin apartar su vista de los manejos que pudieran tentar los naturales, se dió á encerrar en un fortin, al pie del cerro de Santa Lucia, una cantitad de maiz, suficiente para mantenerse dos años, ejecutando en seguida varias salidas contra los Indios insumisos, y que de vez en cuando daban señales de hostilidad. En una de estas excursiones llegaron á saber sus soldados la muerte de Pizarro, y de la mayor parte de los Españoles que habitaban el Perú, noticia que los Indios extendian con imponderable gozo, no sin pronosticar el mismo fin á los invasores de Chile, y que corriendo hasta Santiago, llenó de espanto y de turbacion á todos sus habitantes, considerándola como preludio de las calamidades que los amenazaban.

Valdivia, luchando entre el temor y la desesperacion, suponia falta de verdad aquella desconsoladora noticia, y por tanto, infundadas las consecuencias á que ella daba lugar; ponderaba tambien el carácter embustero de los Indios, como si así hubiera de rehacerse el ánimo en todos

sus súbditos. En eso andaba cuando le trajeron varios prisioneros del valle de Aconcagua, que se negaron á responder á cuantas preguntas se les hicieron, despreciando la persuasion, como las mas terribles amenazas. Esto fue causa para que los Españoles, ansiando salir de la cruel incertidumbre en que se hallaban, apelaran á esas atroces medidas inventadas en la edad media, y usadas todavía en aquel siglo de transicion, es decir, al tormento, sometiendo aquellos desgraciados á espantosas é inhumanas pruebas, hasta que, allegados á la agonía, y cansados del martirio, confesaron como habia ya dos dias que Michimalonco tenia avisos de los caciques de Copiapo, Gualimi y Galdiquin, en que se le anunciaba la muerte de Pizarro, asesinado en Pachacama (Lima) por el hijo de don Diego Almagro, ayudado de algunos de sus partidarios; que desde entonces los Indios del Perú andaban tras el completo exterminio de los Españoles, sumamente débiles ya á causa de sus guerras intestinas; que, en fin, el cacique de Atacama, el cual les habia trasmitido esta noticia por medio de mensajeros llegados en siete dias á Aconcagua, los invitaba á levantarse al instante contra los colonos de Chile, para quedar completamente libres de aquellos tan incómodos cuanto perjudiciales extranjeros, pues él por su parte ya habia quitado la vida á diez y ocho que iban á atravesar el desierto dirijiéndose á Chile.

Confirmada de esta suerte la infausta noticia recibida el dia anterior, los colonos cayeron de nuevo en el mas completo abatimiento, y por mas que se confiaban recíprocamente sus temores, y los medios que cada uno de ellos juzgaba dignos de las circunstancias, eran tan escasas sus fuerzas que no veian como salir del peligro. El cabil

do se declaró en sesion permanente y pública, dejando libre voto á todos los ciudadanos; oyéronse todas las opiniones, y aunque la confusion crecia cuanto mas abultaba el riesgo, se llegó por fin á proponer que Valdivia seria investido de una autoridad completamente independiente del gobierno de Lima, del cual no era hasta entonces sino un delegado.

Aceptada esta proposicion par la jeneralidad de los asistentes, y tomada tambien en cuenta por el ayuntamiento, el procurador síndico Antonio de Pastrana se presentó á fines del mes de mayo con una memoria, en la cual, despues de pintar los males de tan violenta posicion, la necesidad de prontas y vigorosas medidas, y la obligacion de nombrar un jefe independiente, hasta ver qué determinaria la voluntad soberana, concluia llamando á Valdivia al ejercicio de la suprema autoridad, en nombre del rey y del pueblo.

Agradecido este jeneral á los favores que de Pizarro tenia recibidos, hácia el cual no queria parecer ni ingrato, ni injusto; dudando de las desgracias que de Lima se contaban; y temiendo, ademas, las consecuencias de esta especie de insubordinacion por mucho que vistiera el carácter de obligada, pidió algunos dias de reflexion, y el dos de junio ya respondió, diciendo « que no aceptaba » una dignidad tan opuesta á su honor, á su carácter y » á sus deberes. »

Mal podian los miembros del cabildo ceder ante semejantes escrúpulos, maxime temiendo que Almagro no dejaria de vengar la ofensa en sabiéndola, y por lo mismo todos los concejales reunidos concurrieron en casa de Valdivia, suplicándole de nuevo aceptase el mando que en nombre del rey se le concedia, y en el cual se funda

ba la tranquilidad de la colonia, cruelmente ajitada y recelosa; y que de no hacerlo se le constituia responsable de cuanto pudiera acontecer. Esta súplica con trazas de imperioso mandamiento pareció mas enérjica á beneficio de una voz que salió diciendo : « que la paz › del pueblo hacia forzosa esta medida, y que si Valdi» via rehusaba el poder, no faltarian personas dispuestas á recojerle. »

Con tan severa salida harto comprendió el jeneral cuan inútil era luchar contra la evidencia de los hechos; declaró, pues, ante los asistentes la sinceridad y pureza de sus intenciones, y para desvanecer todo temor, todo motivo de desórden, asintió resueltamente al cargo con que el pueblo lo convidaba, causando esta novedad un contento jeneral entre aquellas jentes que los sucesos del Perú tenian llenas de pavor.

La expresion de confianza con que los colonos acababan de honrar á Valdivia, sobre lisonjear no poco el amor propio de este jefe, alentó tambien en su corazon el constante deseo que sentia por la mayor ventura de todos sus compañeros. Como comprendiera que no podrian ellos dejar de mantenerse algun tiempo bajo la impresion desconsoladora de las noticias del dia, y viéndose sin medios para ponerse en comunicacion con el Perú por tierra, creyó oportuno ir á construir un bergantin con que poder seguir relaciones en Lima y en España, y dar de paso ocupacion á los colonos, arrancándolos de la especie de letargo en que yacian.

Depositó por lo mismo su autoridad en el capitan Monroy, y él se dirijió, con alguna jente, al valle de Aconcagua, desde donde pasó á las ricas minas de Malga-Malga que tantos tesoros rindieran á los Incas,

y que permanecian entonces abandonadas; y siguiendo despues el curso del rio de Chile, fue á establecerse en el desembocadero para llevar su proyecto al cabo. Tenia consigo ocho soldados de caballería para guardar los doce carpinteros encargados de la construccion del bajel, cuya obra se comenzó con actividad y conato; pero pocos dias habian trascurrido cuando Monroy mandó un parte diciendo al jeneral: «que algunos soldados par» tidarios de Almagro tenian el proyecto de asesinarle » en cuanto regresara á Santiago. Recibió Valdivia esta estraña novedad á media noche, y como en casos semejantes las disposiciones deben ser prontas y severas, no tardó en ponerse en camino sino el tiempo necesario para aconsejar á los carpinteros se mantuviesen constantemente alerta, y que en caso de necesidad abandonasen el pais, no debiendo fiar en manera ninguna de aquellos Indios.

Puesto el jeneral en Santiago, y justificada la exactitud del parte dado, descubriendo un no pequeño número de conjurados, aunque las circunstancias no eran las mas propicias para descargar sobre tantas cabezas la cuchilla de la justicia, mandó poner en un palo á cinco de los principales conspiradores; los cuales confesaron antes de morir que los partidarios de Almagro les habian aconsejado, al dejar el Perú, matasen á Valdivia, entre los meses de abril y mayo, en cuya época seria tambien la muerte de Pizarro.

Triste, repugnante, horrendo es el espectáculo de una ejecucion de la pena capital en las grandes poblaciones, pero ni con mucho tan imponente y desconsolador como aparece en lugares de corto vecindario, y sobre todo entre jentes cuyas penalidades, infortunios, intereses y

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