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ver con asombro en derredor suyo la mas completa humillacion.

Ni salió mejor parada la silla apostólica. Valida sin duda de la exajerada devocion de los dos reales esposos, acudió á ellos entónces con ciertas pretensiones que, sobre ser desatendidas, pusieron al pontífice en la necesidad de otorgar á los reyes nuevas prerogativas, con algunos subsidios destinados al mayor lustre de nuestra santa relijion.

Notoria era en aquella época la ignorancia del clero y su relajada vida, por tanto de absoluta necesidad la reforma en todas las órdenes. Confiaron los monarcas esta importante obra al confesor de Isabel, el franciscano Ximenez de Cisneros, hombre de tanta altivez cuanto era ríjida su austeridad. Apenas hecho este prelado arzobispo de Toledo, segunda dignidad de la monarquía española, cuando ya intentó imponer aquellas máximas que mas conducentes creyera para morijerar el laxo clero; pero tropezó en una terrible oposicion robustecida de los de su misma órden, y hasta del poder pontificio, ya ganado por los sacerdotes de alta categoría. Habia en Ximenez conviccion, una voluntad de bronce, y en ella se estrellaron los esfuerzos de todos sus enemigos, dejándole asentar la regla en todas las comunidades, sin enmienda, sin restriccion, sin particulares consideraciones, é imponer al culto un carácter de autoridad y de respeto, exento de la supersticion de que falsamente se le acusó mas de una vez.

Sí que puso grande empeño en la conversion de los moros, en que desapareciera de España toda idea de mahometismo; y ya tomara en cuenta la conveniencia política, ya (y es lo mas probable) cediendo á su fervo

rosa caridad por los infieles, se trasladó á Granada resuelto á fundar de un modo estable la unidad relijiosa, como prenda segura de la prosperidad y del sosiego de los habitantes. Si á su administracion miramos, preciso se hace encomiar el órden y la economía de Ximenez, afanado en rebajar tributos, en protejer industria y letras, en traer á la corona el poder de que tanto abusaran los grandes, y solo, y sin ejemplo que imitar, haciendo por la nacion española lo que por la Francia hicieron despues Richelieu y Mazarin.

Un reino nuevo, un gobierno fuerte, una administracion de imparcial y severa justicia, máximas de una relijion bien entendida, un principio de igualdad que aniquila el feudalismo, y cuyo espíritu político y social fue causa primera de la nacionalidad española; he ahí la fuente de la prosperidad, de la preponderante posicion que la Castilla debiera á los tantos y tan briosos esfuerzos del saber, y de la prodijiosa actividad de sus monarcas. A la unidad del poder, á la centralizacion de los intereses comunes, consecuencia de semejante metamórfosis, todavia siguieron otros sucesos muy á propósito para acrecentar la fortuna de esta nueva y floreciente monarquía, pues que se la ve curar la mortal llaga que la ausencia de judíos y mahometanos abriera en su agricultura, en su industria y en su comercio; y como si algo faltara al lustre de aquel reinado, sin par en los anales de Castilla, sin par quizá en el orbe, encumbrarle al lleno de la gloria con la conquista de un mundo nuevo que el talento y la habilidad de un oscuro extranjero acabara de descubrir.

Cristoval Colon, dedicado desde su tierna infancia al estudio de la jeografía, de la cosmografía, y á la práctica

de la navegacion, concibió la idea de ir tras aquellas grandes Indias de que tantos tesoros sacaran Venecianos y Genoveses, mientras fueron dueños absolutos del comercio del oriente. Ansioso de realizar su proyecto, se encaminó á Lisboa, presumiendo hallar en esta corte cuantos auxilios reclamaba la importancia de la empresa, que á tanto le inclinaba, no sin razon, el entusiasta arrojo con que, de descubrimiento en descubrimiento, corrian los Portugueses las costas occidentales del Africa. Motivos hubo desde luego para que la presuncion pasara á ser realidad. El rey don Juan, digno heredero de las miras y de las luces de su tio Henrique, acojió con distinguida benevolencia la persona de Colon, y oyóle exponer las razones de su demanda con particular interés, en tanto que un detenido y maduro exámen acabó de inclinar el ánimo del soberano en favor del plan, sobre el cual pidió consejo á la junta especial de descubrimientos marítimos. Concurrió Colon á esta junta haciendo ante sus miembros una reseña especulativa sobre la forma de la tierra, y exponiendo cuantas nociones tenia adquiridas acerca de la existencia de las islas de las especias, al occidente de la España y del Portugal, pero con tan lucidos y convincentes razonamientos, que varios de los vocales no pudieron resistir á la evidencia : por desdicha no supo el mayor número penetrar los arcanos de aquella teoría cosmográfica, y, esclava de vulgares preocupaciones, vió en el tal proyecto una ridícula quimera, y en su autor una cabeza demente ó visionaria.

No satisfizo al rey este resolver de la junta, y como ya estuviera muy de parte en las ideas de Colon, y con no poco deseo de realizarlas, requirió el parecer de sus propios consejeros, que vino á ser, despues de exami

nada la cuestion en todas sus formas, aun mas desfavorable que el de la asamblea ; bien es verdad que, acomodándose al interés que parecia mostrar su soberano en aquel negocio, inclinaban su real ánimo al apresto de un navío que, socolor de conducir víveres á Cabo-Verde, llevara el plan á efecto, dando vela hácia el oeste; precaviendo de este modo las consecuencias de una expedicion estranjera.

El cauto y jeneroso Juan no pudo esta vez resistir á tan desleal y pérfida estratajema, ántes despachó misteriosamente una carabela, cuyo capitan, no menos escaso de valor que de luces, hubo de volver en breve sin resultado ninguno; dando así lugar para que Colon, sabedor del hecho, y reconociéndose juguete hasta del rey mismo, cuya franqueza y lealtad tantas esperanzas le habian inspirado, abandonara indignado el Portugal, llegando á España casi reducido á mendigar el necesario sustento.

El renombre de que gozaban los monarcas españoles hubo de aconsejar á Colon una nueva tentativa en obsequio de sus planes. Sirviéronle á este intento algunos amigos que, sin esfuerzo ni repugnancia, reconocieran la exactitud de sus opiniones, y que le acompañaron á la corte, donde se presentó compuesto y lleno de modestia, aunque con el desembarazo á que le autorizaba el convencimiento de sus creencias, por extravagantes que á primera vista pareciesen.

El plan de una empresa que tan perfectamente cuadraba con la sed de gloria y de engrandecimiento que alimentaba Fernando, no podia menos de hallar favorable acojida, sobre todo cuando los importantes descubrimientos que diariamente pregonaban los Portugueses, eran otros tantos pesares para el alma envidiosa del rey

I. HISTORIA.

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castellano; pero casualmente los preparativos de una guerra, de cuyo éxito pendia el porvenir del pais, preocupaban demasiado la soberana atencion, y el proyecto del ilustre Genovés fue sometido al saber de los hombres especiales de la península, convocados con este objeto á la ciudad de Simancas.

Con suma complacencia recojia Colon la celebridad de los nombres llamados á esta asamblea, prometiéndose iba á fallar en su causa un criterio racional, saludable, desnudo de todo jénero de prevenciones. Se engañó. Era un arbolario, un extravagante; y como la estrecha intelijencia de sus jueces no alcanzase á ver, ni á comprender, la trascendencia de los argumentos que él sentara, ó se le barajaban con absurdos, ó se le replicaba con denuestos á sú honra y á su delicadeza. Mucho juicio, mucha moderacion, gran fuerza de alma es menester para mantenerse compuesto ante un aréopago que la pasion deslumbra, si mejor no le domina el espíritu desdeñoso que suele seguir al doctoramiento, como si la borla fuera exclusivamente el árca santa del humano entender. Ni ya correspondian aquellos pretensos sabios al objeto para que fueron llamados. Las ideas de un hombre que ninguna universidad, ninguna academia traia matriculado, desdecian soberanamente entre aquella corporacion cargada de perejiles; eran un insulto á su exquisito saber, y cumplia por lo mismo que la tenacidad sistemática saliese á combatirlas con estudiadas sutilezas, y con cuantas armas prestase la mas dañada fe.

Este injusto, cuanto inesperado, proceder no desvió á Colon de su empeño, ni le acobardaron tampoco la reputacion y el prestijio de sus jueces, y declarados enemigos; ántes no escuchando sino á sus deseos, ó sea,

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