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de aquella dura é insoportable existencia sobradamente rica en peligros y en infortunios, ya que exausta de todo, por lo que toca á cuanto se necesita para conservarla. En Monroy estaba la vida de esta infeliz colonia, pero mil razones habia para mirar, sino como imposible, como muy dudoso y problemático su regreso, en cuya suposicion el conflicto debia parecer bajo un aspecto mucho mas aterrador.

Por otra parte, tambien las municiones de guerra comenzaban á escasear, los viveres eran ya tan raros que se creia dichoso el individuo si lograba cincuenta granos de maiz por dia, ó un puñado de trigó del que ni aun el salvado queria desperdiciar (1). Las plantas salvajes, las raices, los ratones de campo, conocidos entre los hijos del pais con el nombre de Devú, y otras cosas mas inmundas eran el sustento de aquellas jentes aventureras, cuya imaginacion tanto enardecieran los dorados sueños de gloria y de inmensas riquezas, para no dejarles ver al cabo sino el horror del hambre, el constante empeño en haber de defender sus vidas, y los frutos de sus tareas campestres, del diario arrojo con que los Indios concurrian para destruir cuanto encontraban por delante; siendo tal y tan laboriosa la contienda que á pique de rendirse estuvo la acerada é infatigable fibra de aquellos intrépidos conquistadores.

(1) « I hasta el último año de estos tres que nos sementamos muy bien i tuvi» mos harta comida, pasamos los dos primeros con extrema necesidad, i tanta » que no lo podria significar, i con muchos de los cristianos les era forzado ir >> un dia á cabar cebolletas para se sustentar aquel y otros dos, i acabadoś » aquellos tornaba á lo mesmo, i las piezas todas de nuestro servicio i hijos con » esto se mantenian, i carne no habia ninguna, i el cristiano que alcanzaba » 50 granos de maiz cada dia no se tenia en poco, i el que tenia un puño de » trigo, no lo molia para sacar el salvado. » Valdivia á Carlos V,

Algo mejoró su condicion en el último año de su miseria, porque las dos almuerzas de trigo, salvadas del incendio, sembradas y custodiadas con exquisita vijilancia, rindieron doce fanegas, que fueron distribuidas casi en partes iguales entre los colonos; tambien los demas frutos vinieron en mayor abundancia que hasta entonces. Por lo demas la situacion siguió igualmente incierta y arriesgada, teniendo que mantenerse la jente refujiada en el fortin, ó cuando mas recorriendo un muy estrecho círculo en el campo inmediato, al cual era forzoso bajar armados y acompañados.

Tan terrible era la posicion de la colonia cuando le llegaron noticias de la expedicion del capitan Monroy, por medio de un bajel, que fondeó en Valparaiso en setiembre de 1543; acontecimiento que dió nueva vida á todas aquellas pobres jentes, inspirándoles un contentamiento indecible.

El jeneroso y denodado Monroy, apeteciendo burlar la vigilancia de los Indios, y salvarse de su furor, tomó, desde su salida de Santiago, el medio de pasar las horas del dia oculto en lo mas fragoso de las selvas, y caminar durante la noche por veredas y senderos poco trillados; pero ni aun esta precaucion bastó, porque en llegando al valle de Copiapo, al instante se vió atacado por los indíjenas, con el sentimiento de perder cuatro de sus compañeros que murieron en el lance, quedando él y el otro soldado prisioneros del cacique de la localidad. Fue causante de esta disgracia un renegado español que en la primera expedicion de Almagro habia desertado su bandera, y pasádose á los Indios, pero cupo la gloria de la accion á un jefe indio llamado Coteo.

Agudísimo era el dolor que Monroy sentia en su cauti

vidad, no por su suerte particular, sino mas bien por la que á la colonia habia de acarrear este desdichado contratiempo, y revolviendo en su mente toda suerte de cavilaciones vino por fin á concertar, con su compañero en desgracia, un golpe atrevido que pudiera llevarlos á su libertad, ó á su ruina, si acaso llegaban á errarle.

Como los dos prisioneros se vieran un dia con el renegado, convertido en Indio, cayeron á seña convenida sobre él, le arrancaron el cuchillo de que siempre iba armado, y con esta arma dieron inmediatamente muerte al cacique : hecho esto con cuanta celeridad era del caso, se apoderaron de tres de los caballos que sacaron de Santiago, y escaparon á esconderse en el desierto, llevándose delante á su pérfido compatriota (1).

Desesperados andaban los Indios de Copiapo con la fuga de los cautivos y la muerte que á su cacique dieron, pero toda su ira, todo su conato de venganza fueran vanos; estaba muy próximo el desierto, las medidas de persecucion no se tomaron tan á tiempo como era menester, nadie pudo indicar cual direccion seguian los fugados, y estos á fuerza de penas y de constantes esfuerzos alcanzaron por fin la frontera, encaminándose en seguida al Cusco.

(1) Discordes andan los historiadores en este punto. La mayor parte de ellos dice que condolida la mujer del cacique del infortunio de los prisioneros intercedió resueltamente porque se les guardase la vida, y proveyó á la curacion de sus heridas. Que Monroy mató despues al hijo del cacique para salir del cautiverio. Sea lo que quiera de esta uniformidad de asertos, no aceptamos cn esta parte sino el tenor de la carta de Valdivia, en la cual no se dice tampoco que el campañero de Monroy era un capitan llamado Miranda, como asientan los autores, antes bien un soldado raso : « Llegó en el Perú solo con uno de » los soldados que de aquí sacó i pobre, habiéndole muerto en el valle de Co» piapo los Indios los quatro compañeros, y preso á ellos, etc. »

En esta ciudad se hallaba el gobernador del Perú, Vaca de Castro, á rẻsultas de la batalla de las Chupas en que fue vencido don Diego Almagro, hijo del adelantado, y pocos dias despues condenado á muerte.

Castro atendia entonces à reparar los sensibles descalabros de aquellas discordias intestinas; trataba de reconciliar los partidos, amortiguar odios, y llamar la atencion del soldado hácia nuevos descubrimientos; tal era la tarea en que le encontró Monroy llegando al Cusco en un estado harto deplorable.

Como oyera el gobernador la relacion que del estado de la colonia chilena le hizo aquel valeroso capitan, afirmando cuanto importaba ir, sin pérdida de tiempo, en su auxilio, su sensible corazon quedó lacerado, y aunque las continuadas guerras de que acababa de salir habian consumido todos los caudales del fisco, y cuantiosas sumas debidas á la jenerosidad de algunos poderosos, queriendo prestar los socorros que se le demandaban, interpuso toda su valia con dos sujetos que vinieron en responder á los patrióticos clamores del capitan de Valdivia.

Cristoval de Escobar surtió lo necesario para la monta y equipo de setenta soldados de caballería. El reverendo padre Gonzalianes entregó, por su parte, cinco mil castellanos en oro, y tambien se puso á catequizar los ánimos, inclinándolos á la expedicion; pero con tal destreza y fortuna tanta que en breve pudo marchar Monroy con una muy lucida columna, y la seguridad de que así como vacaran un tanto las muchas ocupaciones que tan atareado traian al gobernador, se pensaria en la colonia de Chile y se le enviaria un buque cargado de cuanto se creyera serle de utilidad,

Monroy se dirijió desde el Cusco á Arequipa, en ánimo de comprar armas y otros objetos de necesidad para la jente que le seguia. Vaca de Castro no pudo obtener el bajel de un propietario del Cusco, pedido para trasportar la expedicion á Chile; pero Monroy dió en Arequipa con un tal Lucas Martinez Vegazo que se ofreció á mandar uno, cargado de armas, de quincalla y de otros jéneros; el cual buque caminó bajo la direcion de don Diego García de Villalon, y aportó á Valparaiso, como ya lo tenemos dicho.

Monroy siguió con su tropa el camino del desierto, teniendo que repeler diariamente masas de Indios en revuelta que salian á hostigarle en todas direcciones, pues el levantamiento era ya jeneral; así es que esta expedicion no llegó á Santiago hasta fines de diciembre de 1543, ó sea, cuatro meses despues del socorro que por mar se le envió á la colonia.

Habíase celebrado en ella la llegada del bajel que aportó á Valparaiso con todo jénero de regocijos, entre los cuales tambien la devocion hizo su parte con una procesion solemne, un Te Deum, y una misa de gracias, de que ya habia cuatro meses carecian los fieles por falta de vino para celebrar; pero mayor fue el contento á la Hegada de Monroy, y de su columna, por la que se renovaron con indecible entusiasmo los ejercicios de piedad, dando suelta á un gozo cual hasta entonces nunca experimentaran los colonos.

Vivas y no pequeñas muestras dieron todos de lo mucho que agradecian los filantrópicos esfuerzos del bizarro Monroy; todos le colmaban de bendiciones, todos, enfin, se le declaraban deudores de su nueva existencia, pues los curaba de tantos males, de tantas zozobras, de

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