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decir de los ocho soldados recientemente llegados å Santiago, se hallaba ya en Panamá.

Como conociera Valdivia que entre su oficialidad habia sujetos muy á propósito para dar á sus proyectos mayor impulso, y mas seguro desenlace, reuniólos á todos en junta particular, en ánimo de llevar á sus pechos el vivo entusiasmo de que él se sentia poseido en favor del rey; dándoles á entender que si quedara impune la sedicion peruana, era tanto como declarar destruida la escala política, el rango confundido, la autoridad sin poder, y por consiguiente, el ambicioso en amplia libertad de marchar al logro de sus miras, por entre desórdenes y excesos; mas como notara que este discurrir no hacia gran mella en el ánimo indeciso de algunos de sus oyentes, de repente descendió el gobernador apelando á la conciencia individual, con el recuerdo de los juramentos de fidelidad y de adhesion que por el emperador tenian todos ellos prestados, y de tal modo logró remover los corazones que fue unánime la resolucion de seguirle, de ayudarle á sufocar la anarquía que destrozaba las hermosas provincias peruanas llama devoradora que podia cundir hasta los umbrales de la pacífica colonia de Santiago, cuyos intereses reclamaban una esmerada proteccion (1).

Así ajustada esta nueva expedicion contra el Perú, comenzó el gobernador á procurarse cuanto convenia y era de necesidad para darse á la vela; pero tuvo gran cuidado de que el pueblo no entendiera en manera nin

(1) Diez era el número de estos oficiales, cuyos nombres consignarémos aquí: Jerónimo de Alderete, Estevan de Sosa, Luis de Toledo, Gaspar de Villaroel, Juan de Cepeda, Juan Jofre, António Beltran, Vicencio del Monte, Diego de Oro, Garcia de Cáceres. Tambien fue con ellos Juan de Cárdenas, escribano mayor del juzgado, encargado, como de ordinario, de la secretaría de Valdivia.

guna el designio, ni parece que le penetraran los concejales, pues que escribiendo estos á S. M. dicen estar en la persuasion de que el viaje del gobernador se prolongaria hasta España, en mejor interés y servicio de la colonia, sin que en esta comunicacion se suelte una sola palabra acerca del verdadero objeto de la ausencia de Valdivia, que era hacer la guerra á Pizarro y á todos

sus secuaces.

El bajel de Pastene se hallaba en Valparaiso desde el 1o de diciembre de 1547, y Valdivia pasó á este puerto acompañado, no solamente de los sujetos que debian seguirle al Perú, si tambien de otros varios á quienes el deber ó la amistad aconsejaban concurrir á la despedida. Entretúvose varios dias determinando cuantas instrucciones creyó para el mejor curso de la administracion durante su ausencia, siendo entre ellas, el depósito de su autoridad en el capitan Francisco de Villagra, mandándole pasar inmediatamente á Santiago para que las autoridades todas y el pueblo le reconociesen por su gobernador interino; bien entendido que sin tener Valdivia el acta de aquel reconocimiento legalizada por dichas autoridades, y extendida segun leyes por ante el notario mayor de los reinos (1) no saldria del puerto.

Tambien hizo que el escribano mayor del juzgado, Juan Cárdenas, le ministrase un testimonio, dando fe

(1) Habia de expresar este instrumento que Villagra quedaba en posesion de todos los bienes, caciques é Indios pertenecientes á Valdivia, para con sus rendimientos ir solventando las deudas que este tenia contraidas. Constaria así mismo como quedaba autorizado para ordenar cuanto en bien de la colonia creyese convenir; para nombrar funcionarios, y destituirlos si preciso se hiciere, aun sin excepcion del maestre de campo; pero el teniente jeneral de marina D. Juan Bautista Pastene no habia de ser depuesto de su empleo por ningun motivo.

J. HISTORIA.

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de quedar la colonia con cuanta seguridad y órden permitian las circunstancias, y de que solo se ausentaba de ella por haber de emplearse en obsequio del rey contra Gonzalo Pizarro y sus partidarios: documento que firmaron, á mas de los oficiales de esta expedicion, cuantas personas concurrieron á Valparaiso en ánimo de despedirse de su jefe.

A beneficio de estas mismas personas pudo reunir Valdivia en esta ocasion, hasta unos cien mil castellanos en oro, siendo los sesenta suyos y de sus amigos, y los cuarenta procedentes de un repartimiento entre el vecindario; pero á condicion de inmediato reintegro con el oro que recojian los Indios del gobernador, que podia valuarse en unos quince mil pesos cada año; siendo, por supuesto, destino de aquella cantidad, no menos que de las que en el Perú pudieran obtenerse, la adquisicion en este pais de todo cuanto pudiera redundar en provecho de los moradores de Chile (1).

Tranquilo Valdivia con haber aparejado esas medidas de prudente precaucion, dió vela en el 10 de diciembre de 1547, llegando dos dias despues al puerto de Coquimbo, porque le pareció muy del caso no salir de

(1) Tal era el afecto de los habitantes de Santiago por Valdivia, que este, dicen varios autores, obtenia de ellos cuanto dinero deseaba, á título de préstamo, ó como donativo gracioso. Pretenden otros, al contrario, que solamente la violencia, y el ardid tal cual vez, le procuraban al gobernador los caudales, y de este sentir es D. Diego Fernandez en su historia del Perú, pájina 129 y 130. Con las piezas justificativas y otros documentos interesantes que irán en un tomo separado, trasladarémos tambien ese pasaje, basta venir de un autor contemporáneo; pero sin entrar en semejante opinion respecto á Valdivia, pues si bien queremos creer recurriera tal vez á medios ilegales para la exaccion de tributos que servian siempre y exclusivamente al sustento y adelantos de la colonia, como las cartas del gobernador lo patentizan, jamas esos repartimientos extraordinarios se cumplieron con la arbitrariedad y la violencia que ciertos historiadores pretenden afirmar,

Chile sin visitar de nuevo la Serena, para comunicar algunas instrucciones al cuerpo municipal de esta naciente poblacion, y encargar á sus habitantes guardasen buena paz y armonía con los naturales, conduciéndose con prudencia y circunspeccion. El gobernador tenia en mucho aquel puesto avanzado, porque aseguraba con él, ó por lo menos favorecia y facilitaba el paso de los Españoles á Chile, sirviendo ademas como de escala para comunicar mas desembarazadamente con el Perú.

Marchó en el mismo dia para Tarapaca, y cuando llegó á este punto dijeronle sus moradores que Gonzalo Pizarro era ya dueño absoluto del Perú, y que el virey que S. M. mandaba para este pais se habia detenido en Panamá, no atreviéndose á luchar contra un enemigo que tantos partidarios contaba, todos ellos dispuestos á morir antes que doblarse á la obediencia de las nuevas ordenanzas.

Tan desagradables noticias capaces eran de intimidar al hombre mas alentado, pero ni un momento desconcertaron la serenidad de Valdivia, antes impaciente de llegar al término de su viaje, en aquella misma noche volvió á largarse con direccion al Callao, y los vientos, de ordinario favorables en aquellas rejiones para navegar hácia el norte, fueron esta vez, sino contrarios, tan sumamente débiles que ningun poder tuvieron sobre el tosco y pesado bajel en que iba la expedicion, durante los diez y ocho dias que esta puso para arribar á su destino.

Mucho ansiaba el gobernador ver por sí mismo cual era el estado de los negocios en el Perú ; porque de ese estado pendia su suerte futura; pero luego tuvo ocasion de reconocer la falsedad de las nuevas recojidas en Ta

rapaca. La Gasca, sobre no haberse detenido en Panamá, iba ya camino del Cusco con ánimo de atacar á Pizarro en esta capital. Tan plausible noticia hizo que el gobernador de Chile, procurándose en Lima con toda presteza, cuanto para él y sus jentes considerara necesario, saliese al cabo de ocho dias y á marchas forzadas en busca de las tropas reales, llegando muy pronto á la aldea Andahuaila, donde ellas tenian su cuartel jeneral.

Presentóse Valdivia al virey que le acojió con señaladas prendas de satisfaccion y de interés, como hombre que de antemano conocia la pericia militar de tan ilustre caudillo, y la lealtad que á su rey y á sus juramentos guardaba; en prueba de lo cual, y no obstante tener á su lado cabos de justificado mérito, el virey le confió inmediatamente el mando del ejército, como el mas digno de esta honra en razon de su arrojada valentía, y por los exquisitos conocimientos militares que, asistiendo á las campañas de Europa y de América, traia adquiridos.

Sobremanera sensible y agradecido Valdivia á una muestra de tan distinguida confianza, se apresuró á pagarla besando la mano del virey, como en testimonio del vasallaje que de nuevo rendia al rey de España, en la persona de aquel su representante, prometiendo de paso llenar con fidelidad y celo el deber del cargo á que se le llamaba. Fue en seguida á revistar las tropas, reglar los cuerpos, preveerlos de armas y de municiones, y atender á todo lo que tuvo por necesario para la campaña, siguiendo alerta y vijilante para que el órden y la disciplina se mantuviera en las filas durante la marcha, y guiando esta hasta las cercanías del Apurima, cuyo caudaloso rio logró pasar con toda su jente, aunque no fue mucha

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