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pues, á recorrer las principales tribus despertando su amor propio con recuerdos de su antiguo poder, y brillantes hechos; y como lograra traerlas á una asamblea, hízoles admitir la posibilidad de rescatar su perdida libertad, si aprovecharse querian de la dispersion y del aislamiento en que se habia puesto el ejército enemigo. Su decir, que por lo simple rayara en lo profético, pareció tan convincente que unánimes los Indios juraron dar sus vidas por la salud de la patria, trayendo por testimonio de este voto tres Españoles prisioneros que fueron sacrificados al Pruloncon (1).

Despedazados en muy menudas porciones los cuerpos de aquellos tres desgraciados, fueron mandados á todas las tribus en señal de un apellidamiento militar, y estas aceptaron el presente dando así á entender que adherian á la resolucion.

Los caciques y los gulmenes entraron contentos en las miras del venerable Colocolo, porque tambien les pesaba el atribulado y oprobioso existir á que los Españoles los tenian reducidos, resueltos, como estaban, á sacudirle, cualesquiera que fuesen los sacrificios al caso necesarios; así es que abrazando el proyecto del anciano cacique, en muy pocos dias lograron verse todos reunidos en lo mas retirado de un frondoso bosque. Indecible el entusiasmo que acompañó á esta reunion nacional. Llenos todos los caciques de un cruel enojo contra los extranjeros, todos aspiraban al mando en jefe de esta santa liga, sobresaliendo entre tantos el famoso Elicura tan esforzado como valiente; el atrevido Tucapel, acérrimo enemigo de los cristianos; el denodado Angol, y

(1) Nombre de la ceremonia que se hace en toda asamblea de Indios cuando, como en este caso, se trata de inmolar á los enemigos de la patria.

el no menos bizarro Millarapue; el salvaje Cayocupil, jefe de los rústicos serranos; eran, en una palabra, infinitos los que codiciaban parte en la gloria y en los peligros de aquella conjuracion (1). A pique estuvo de quedar comprometida la causa araucana en las acaloradas discusiones que el exceso en las bebidas hubo de provocar aquel dia (2); pero á través de esta perturbacion de los espíritus, todavía hay que ver, no la ambicion, sino el patriotismo disputándose la honra dé dirijir la proyectada empresa, hasta que llegada á colmo la ajitacion, salió Colocolo llamando al órden; y pónderando cuanto importaba una union estrecha y franca entre todos los jefes, hízose juez arbitro de opiniones y de partidos, y señaló para el mando de la expedicion al intrépido Caupolican. Grande fue el júbilo de toda la asamblea al reparar en una tan acertada eleccion (3) porque

(1) En la Araucana de Ercilla se pueden ver los nombres de otros muchos caciques que asistieron á esta junta, y el número de Indios de que cada uno se hizo acompañar, ó podia disponer.

(2) Tal es el sentir de los historiadores. Es constanté qué entre los Indios no puede celebrarse asamblea ninguna sin que los licores anden en abundancia; pero los principales miembros de estas juntas no beben hasta ver resueltos los puntos sobre que versa la cuestion, que así lo hemos visto practicar varias veces en la misma Araucania. Lo que hay es que concluida ó disuelta la junta esos mismos sujetos se apresuran á satisfacer su pasion hasta el extremo de una muy completa ebriedad.

(3) Dice Ercilla, y lo dicen con él otros muchos historiadores, que esta eleccion, aunque debida en parte al amaño, todavía fue hija de una prueba de fuerza material. Esta prueba consistia en cargar cada pretendiente con una enorme y pesadísima viga, y llevaba la palma aquel que mas tiempo la resistia en hombros. Allá cuando la sociedad andaba en mantillas siendo las facultades intelectuales, y las combinaciones injeniosas, sino nulas, de insignificante precio, no hay duda que quedara el premio para la fuerza muscular y la dureza del cuerpo, puesto de propósito á este jénero de experiencias; pero hoy con el conocimiento que de los usos y costumbres de los actuales Araucanos tenemos adquirido, siendo en ellas, y en su patriótico temple, muy tales como sus mayores, déjesenos dudar del aserto de aquel poeta, poco exacto, al cabo, á mirarle como historiador, ya quien el estro arrebata con sobrada frecuencia; ¡ cuidado

era, en efecto, un cacique de muy distinguido mérito, esforzado cual ninguno, de tan imponente cuanto majestuosa presencia, aunque ciego de un ojo; y en su reputacion traia justificadas prendas de valor, de prudencia y de liberalidad. Hablaba Colocolo de este jefe con tal admiracion y entusiasmo tanto; era tal el respeto que le rendian las tribus vecinas de Pilmayquen, donde él tenia su cacicazgo, que fue preciso reconocer en este Indio la persona mas idónea para salir airosos del empeño que iban á acometer.

En tanto que los demas caciques se disputaban ardorosos la gloria de mandar, el juicioso y modesto Caupolican se mantuvo aparte de la discusion, y sin presenciar lo que deliberaba la asamblea, hasta que Colocolo salió en busca suya para verse aclamado toqui principal con unanime asentimiento, y armado del hacha, divisa de este cargo, y de la cual se desnudó Lincoyan con franca y leal resignacion. Bien conocia el nuevo jeneral los deberes del empleo á que se le acababa de llamar, y se propuso, desde luego, llenarlos con el celo, con el talento que le distinguia, comenzando á rodearse de cuantos jefes habian de ayudarle en la empresa, y aun sucederle en el mando, siempre que las circunstancias lo hi ieran necesario. Mariantu, pariente suyo, fue nombrado vice toqui; Tucapel tuvo un grado superior, y otro semejante le cupo á Lincoyan, sin que le pareciera desmengua el haber de combatir bajo el mando del nuevo jefe, , porque en jeneral todos los caciques, no obstante el violento empeño con que solicitaran el primer puesto en la milicia, todos se sometieron con gusto y despren

con hombres que sustentaban á cuestas, durante vente y cuatro, y otros cincuenta horas, una viga de peso tal que nadie podia mover ni aun rodándola !...

dimiento á la voluntad de Caupolican, ofreciéndosele á parte en la expedicion, mas que hubieran de ir en clase inferior á su carácter.

¡ Vamos desde aquí mismo contra los enemigos de nuestra patria!... exclamaba con temeraria uniformidad aquella muchedumbre beblada, y sacudida todavía del ardoroso fuego en que se mantuvieran al principio los debates de la asamblea; mas no entendia su cauto jefe obrar con lijereza tanta, ni fiar tampoco al acaso el éxito de un empeño en que la sana razon no habia tomado parte alguna, antes aplazó las operaciones para cuando tuviese combinado un plan de campaña capaz de rendir frutos mas ó menos considerables.

Entre los salvajes el ardid es la verdadera táctica militar; así es que Caupolican debió dar en esta ocasion pruebas inequívocas de sagacidad, imaginando el medio de tomar por interpresa la fortaleza de Arauco. En una como reseña que de todas sus tropas hizo, sacó aparte ochenta individuos de los mas audaces y resueltos, y los puso á las órdenes de Cayeguano y de Alcatipay. Estos cabos habian de entenderse con los Indios que servian á la guarnicion de Arauco, y penetrar despues en la plaza, con sus armas ocultas ya en haces de leña, ya en gavillas de yerba, cosas que diariamente entraban para las necesidades de los moradores, y alimento de sus ganados. Conseguido así, atacarian todos reunidos á la guarnicion, cuidando de apoderarse de la puerta de la plaza para dejar libre el paso á la jente con que habia de acudir Caupolican. Difícil, arriesgada era la empresa, pero los Indios la ejecutaron como se les tenia prevenido, ya que el éxito no respondiera á las esperanzas, porque el comandante del fuerte don Francisco Reinoso, hom

bre vijilante y astuto, se encontró en disposicion de parar esta injeniosa sorpresa, y como, dada la alarma, todos sus soldados corrieran contra el comun peligro, al instante se empeñó una refriega funesta para los alentados Indios, pues los mas fueron degollados, y muy pocos los que pudieron volver al campo de Caupolican, quien no llegó á tiempo para defender á sus valerosos soldados.

No desalentó este reves al jeneral araucano, antes viendo que no podia penetrar en el fuerte se decidió á sitiarle, aunque de un modo tan imperfecto que Reinoso pudo fácilmente despachar partes á Concepcion, dando cuenta al cabildo y al gobernador de todo cuanto ocurria.

Los Araucanos no se mantuvieron mucho tiempo en Arauco, pues como creyera Caupolican que le era imposible el reducir esta plaza, prefirió ir contra la de Tucapel, antes que llegara á oidos de esta guarnicion el alzamiento jeneral que se acababa de cumplir. Emprendió su marcha á favor de la noche, yendo por atajos que tenia muy bien conocidos, pero tambien le fallaron estas precauciones, porque avisado oportunamente Martin Ezijar, comandante de aquella guarnicion, compuesta de cuarenta caballos, con animo sereno esperaba al enemigo, y le recibió á balazos. Como quiera, un tan corto número de hombres no podia ofender demasiado, aun su propia defensa parecia de poca duracion, y fue tal el apuro en que el asedio los puso que uno de ellos, aventurando su vida en obsequio de la de sus compañeros, se ofreció á pasar á Arauco, como lo hizo, demandando auxilio á Reinoso, jefe de esta plaza. Seis hombres bien montados se le dieron, y los mandaba Diego Maldonado, los cuales partieron para Tucapel; pero tenian los

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