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no dejando en Arauco sino los soldados necesarios para su guarda, y servir de refujio en caso de necesidad (1).

De Arauco á Tucapel cortan el camino muchísimos hondones, todos ellos serpenteados de mil torrenteras que obstruyen el paso, si acaso no le hacen intransitable. Las desventajas de semejante trecho para una columna ofensiva, de sobra las distinguia Valdivia, y como no quisiera por lo mismo marchar á tientas, mandó que seis caballos se adelantasen á descubrir campo, los cuales, acometidos en breve por una celada de Indios, fueron degollados, menos uno que pudo volver á la columna con esta fatal noticia. Semejante accidente no desconcertó al gobernador, pero le dió á entender que convenia redoblar de vijilancia en su empresa, y por tanto despachó otros diez caballos, cuya infausta suerte fue como la de los anteriores sin salvarse ninguno. Esto puso á los Españoles en indecible aprieto, luchando entre el parecer incierto de continuar su camino ó regresar á Concepcion; mas como el grito de sus pechos se pronunciara por el cumplimiento del deber, como sintieran tambien un ardoroso deseo de venganza, avanzaron intrépidos, y al cabo de algunos dias llegaron á Catiquichay, punto muy cercano á la fortaleza de Tucapel.

Era noche; se acamparon, y por consiguiente nada pudieron advertir sobre el estado en que la ciudadela se hallaba; mas llegada la aurora, con profundo escozor notaron que aquella plaza estaba.demolida, y ocupados los contornos por una prodijiosa muchedumbre de Indios de infinitas tribus. A vista de un enemigo tan poderoso, tan ufano

(1) Como caminara Francisco Reinoso con el gobernador, el mando de esta plaza recayó en Maldonado.

tambien por los insignificantes triunfos que adquiridos traia, conveniente era una resolucion veloz; así es que Valdivia se determinó ante todas cosas á convidar á Caupolican con palabras de paz, ofreciendo perdon y seguridad individual dado que al órden volviese, y vasallo de la corona de Castilla quisiera decirse. No eran injuriosas las proposiciones, pero hay que tenerlas por incongruentes pues que se dirijen á un pueblo en cuyo ánimo, lejos de haberse enfriado el patriotismo, arde, al contrario, tal llama de nacionalidad y de independencia, es su arrogante orgullo tan subido, que le lleva á recibir con insolente desden tratados de una paz que el sentimiento íntimo de la justicia de su causa rechaza. No hay sino empeñarse en una cruenta batalla, y así lo comprendió el gobernador como recibiera la respuesta del jeneral indio.

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Comenzaron, pues, ambos bandos á moverse, corriendo los jefes de aquí para allí á fin de enardecer á los soldados y avivar el valor con que se debia jugar en aquel dia la suerte de la patria. Soberanamente desiguales eran las fuerzas de un lado tantos miles de Indios; del otro un puñado de valientes, pero estos tenian en su favor el renombre de sus armas, la táctica en las maniobras, los caballos de tan señalada ventaja por el terror que imponian á aquellas inocentes hordas; y como á todo esto debieran los Españoles sus constantes victorias, en ello se apoyaban tambien sus esperanzas, permaneciendo serenos, audaces y aun exijentes en medio de un enjambre de bravos que no respiraban sino despecho y ferocía.

Tambien Caupolican tomó prudente cuantas medidas creyó conducir á un dichoso desenlace; y aunque desco

1. HISTORIA.

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nocida completamente la disciplina militar entre aquellos salvajes que de ordinario combatian cada uno por su lado y á su antojo, el haber observado con frecuencia como se mantenian los Españoles en las refriegas, le ministró ciertas ideas de órden y de teoría, de que en esta ocasion pretendió hacer uso. Desde luego elijió una posicion aventajada, y con consejo del anciano Colocolo, dispuso sus huestes en tres grandes divisiones que habian de cerrar con la caballería enemiga simultaneamente, y socorrerse unas á otras en caso dado. Encomendó el mando del ala derecha al bizarro Mariantu, su lugarteniente; cupo la direccion del ala izquierda al intrépido y arrebatado Tucapel, y él se reservó mandar el centro, donde se guardaba el pendon nacional, en cuyo campo una estrella en cintas encarnadas, y el hacha de piedra, insignia de la dignidad de toquí. Sus soldados iban armados de lanzas, de picas en extremo largas, de macanas (1), de hondas, y algunos de lazos, ó cuerdas con nudo corredizo, de que se servian tirándolas contra los jinetes (y mas de una vez con acierto) para desmontarlos; y era su traje tan raro, tan abigarrado que harto ponderaba el gusto pueril de aquellos sencillos naturales.

Con manifiesta impaciencia anhelaba por su parte el gobernador el corto socorro de brazos que al comandante de Puren le tenia pedidos; no se resolvia á embestir al enemigo, y con todo, esto era lo que los suyos

(1) No volveremos á notar ninguna de la voces que pertenecen al lenguaje de los Indios, o son de invencion y uso de los Chilenos. Al fin de esta obra escribiremos en órden alfabético cuantos nombres nos parezcan aparte de los que conoce la lengua castellana, y los pondremos en relacion con estos, por medio de equivalentes si los hubiere, ó traduciéndolos concisamente.

apetecian ardorosos, excitados como estaban por algunos jóvenes oficiales de tanto brio cuanto exajerado era su entusiasmo, su deseo de entrar vengando cumplidamente los alaridos provocadores, ofensivos é insultantes de aquellas mesnadas salvajes. Canso ya de esperar, ό mejor, desesperando de que le llegara el refuerzo, y como no pudiera reprimir la impetuosa ardicia de sus compañeros, dividiólos en tres partidas, una al mando de Reinoso, otra al de Bobadilla, y otra en fin, 'que él se guardó para el centro como que era el alma de aquel tan corto numero de adalides; tras lo cual, á impulsos del grito de piedad que siempre sintieron estos conquistadores, se apearon todos, doblaron las rodillas en derredor de su digno y virtuoso capellan, y recibieron humildes y respetuosos el dulce consuelo de la absolucion.

En cuanto los Españoles cumplieran con estos saludables deberes de nuestra santa relijion, cada cual fue á ocupar el lugar que se le tenia señalado para entrar en la pelea; y con ansia la esperaban los Indios, porque en ella pensaban castigar de una vez cuantas tribulaciones les habian hecho sufrir aquellos aventureros. Bien quisiera el osado Tucapel ser el primero de todos sus compatriotas en acometer al enemigo, pero esta honra tocaba de derecho á Caupolican, y la aceptó con el feroz ardimiento que siempre viste aquel pueblo marcial; pues su jente, alentada que fue con un tremendo lelilí de señalado encono, se arrojó impávida contre la que mandaba el impertérrito Francisco Reinoso, que la recibió con su injénita serenidad. Dan al momento Mariantu y Tucapel contra las otras dos partidas, atacándolas de un modo tan confuso y tumultuoso, que la funcion se hizo jeneral, el encarnecimiento imponderable, el zelo por

la santidad de la causa uno, y único; solo que estos se inmolaban defendiendo patria y libertad, y los otros queriendo poseer un hermoso pais, y creyendo ser grato á Dios el exterminio de unos infieles, en quienes todavia no habian podido hacer mella las verdades del evanjelio. Para desgracia del bando español, faltáronle las armas de fuego, pues no llevaba entonces la caballería sino lanza y sable, y carecia por lo mismo de una de las mayores ventajas; pero fue preciso que el valor la supliera, y esto se hizo de manera que jamas se vieron prodijios tales, ni heroicidad tanta. Acuchillaban los Españoles por todas partes con un furor temerario, desesperado; y el ejército enemigo pugnaba inútilmente para comprimir el arrojado choque, y mantener indecisa la victoria; sí que con tantos millares de brazos podian sustentar la reñida líd, y oponer nuevas víctimas á la impetuosidad castellana, pero entró al fin el desórden en las filas de los salvajes, y una fuga, tal cual semejante á una derrota, dejó á los Españoles casi dueños del campo de batalla.

Harto se esforzaban los jefes araucanos para detener á los fujitivos, y rehacer en ellos un ardor que aun no les habia abandonado enteramente. Caupolican y Tucapel se empeñaban en volverlos de nuevo al combate, pero ni oyeron súplicas, ni temieron amenazas, ni tampoco cedieron á los exhortatorios clamores del anciano Colocolo, que tomó en esta refriega una parte muy activa; y probablemente la suerte de la Araucania quedara para siempre resuelta desde entonces, si un inopinado acontecimiento no concurriera cambiando la fortuna de las armas.

Entre los Indios que acompañaban á los Españoles en

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