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riamente la vista penetrando el anchuroso espacio, para confundir, entre su melancólica desesperacion, un rayo de esperanza con que mitigar pesares, tan arraigados ya en los jefes de las carabelas, como en todos sus súbditos. Volvieron á presentarse de vez en cuando varios de esos objetos, que aun hoy dia son la delicia del impaciente navegante, y cuyo precio no puede sentir, ni estimar, quien no haya recorrido los mares; y estos verdaderos indicios de una tierra inmediata, imprimieron un delirante entusiasmo en la débil intelijencia de aquellas jentes, á quienes la inquietud y el miedo traian abatidas, por entre aguas que, á decir del fanatismo, solo recorrieran vestiglos formidables, conservándolas fuera del dominio de los humanos.

Aumentábanse los objetos á medida que la expedicion avanzaba hácia el oeste, y por si alguna duda quedara de un inmediato arribo, vino á disiparla la presencia de varios peces, de ordinaria residencia en torno de las rocas; la de algunas matas de yerba en todo su verdor; de un ramo cargado de fruta ya madura; y, por último, de un palo donde parecia haberse ejercido la mano del hombre. Estos y otros varios despojos que las aguas arrastraban, aseguraron enteramente el jeneral. contento, dando campo para que aquellas jentes, tímidas y supersticiosas, redoblaran el celo y la cuidadosa atencion con que procuraban ya rejistrar el espacio, en busca del suelo, despues de tanto tiempo, apetecido.

Como siempre se mantuviera Colon en acecho de las ocasiones, sacando de todas ellas un saludable fruto, parecióle esta de mucha oportunidad para desterrar de una véz toda suerte de recelos; y concluido el Salve regina, himno que todas las noches se cantaba á bordo, con reli

jioso recojimiento, se puso á discurrir entre sus súbditos, ponderando cuan dichosos debian llamarse, pues que se encontraban al cabo de una navegacion fácil y bonancible, y á orilla de una tierra cuya existencia negaban la ignorancia y la supersticiosa ceguedad; asegurando que en aquella misma noche la verian todos, si despiertos y vijilantes quisieran mantenerse. Tras esta consoladora promesa, Colon hubo de apartarse de los suyos, y puesto sobre la toldilla, su alma inquieta y meditabunda queria descorrer el tenebroso manto que empañaba el horizonte, penetrándole hasta punto de figurarse alcanzar el brillo de una luz artificial. Mal seguro de lo que su vista le dijera, llamó á don Pedro Gutierrez, que tambien entró en el sentir de Colon, ya que otros llegaran á tenerle por una nueva aprehension del deseo ; que las dudas nunca se apartan de las esperanzas, y entre ambas cosas fluctuaron los ánimos, hasta que á las dos de la madrugada, un cañonazo de la Pinta dijo definitivamente, que la expedicion estaba en presencia de la costa, llenando de júbilo todos los corazones.

Fué el descubridor Rodrigo de Triana, marinero á las órdenes de Martin Alonso; pero cúpole á Colon la renta de los diez mil maravedís, por el señalamiento de la luz artificial, ocurrido algunas horas ántes.

CAPITULO IV.

Desembarca Colon en una isla, y la nombra San Salvador. Sus relaciones con aquellos naturales. Descubre otras islas. Su errada opinion acerca de la de Cuba. Desercion del navío la Pinta. Visita Colon la isla Española, y naufraga en ella la Santa María; funda una colonia de treinta y ocho personas, y vuelve á España.

Con vivísima impaciencia anhelaba Colon el dichoso instante de ocupar aquella tierra, debida á su perseverante empeño, parte, ó isla por lo menos, de la famosa y rica Cipango, porque á esta creencia le inclinaban algunos errores cosmográficos. La tripulacion, por su parte, como no pudiera ya dudar de los resultados, y reconociera en ellos el juicio, el esmerado saber de su jefe, tan indignamente ultrajado en Simancas, corrió, con leal y sincero arrepentimiento, á echarse á sus pies implorando perdon de su pasada indisciplina; olvido de tantas ofensas como se le hicieron; y de paso, aclamándole almirante de aquellos mares, y virey del territorio que los rayos arjentados de la risueña aurora iban abriendo á la vista de los regocijados marineros. Con bondadosa afabilidad recojió Colon estas muestras de respeto y de pesar, dando á entender que sin violencia, ni repugnancia, sabia olvidar los mayores agravios, ya que tambien encomendara la enmienda para el porvenir, y la comun obediencia tan necesaria al mayor lustre del nombre castellano; encargo que debió renovarse en el desembarcadero, donde reprodujeron sus súbditos los mismos votos de arrepentimiento, las propias aclamaciones de almirante y de virey.

Tomadas aquellas medidas de precaucion que oportunas parecieran, dado que los moradores de la isla llegasen á mostrarse hostiles, saltó Colon en tierra, á la cabeza de los jefes de las otras carabelas, de varios oficiales, y de un corto número de soldados y marineros; llevando consigo el pendon real, y las grímpolas expedicionarias, en cuyo lienzo lucian una cruz verde, y las iniciales de Fernando y de Isabel, sobrecargadas de

una corona.

Así puestos en aquella tierra de promision, con el majestuoso aparato de triunfadores que la gloria envanecia, todos doblaron las rodillas, y con los brazos elevados al cielo, como en señal de un respetuoso reconocimiento á sus favores, sellaron con sus labios el suelo que acababan de pisar; hecho lo cual, desnudó el jefe su espada, y flameando la señera, declaró la isla posesion de los ilustres monarcas españoles, entre repetidos vivas, y entusiastas aclamaciones; suceso que hizo memorable el dia 12 de octubre de 1492, y que ocurrió á los treinta y seis, despues de la salida de la Gomera, y setenta y uno, del puerto de Palos.

El imponente aspecto de las naos, que á velas llenas se avanzaban cortando las aguas, dió lugar á que los naturales presumieran el arribo de algunos endriagos salidos del seno del océano, y confusos y despavoridos corrieron á ocultarse en el corazon de los majestuosos bosques que embellecen los paises intertrópicos, ó entre malezas y encrespados tormos, desde donde poder admirar, con turbada curiosidad, la marcha grave y compuesta de aquellas moles, en su sentir, animadas.

Mayor fue todavia su asombro cuando vieran que, del centro de aquellos corpulentos bultos, salian hombres ri

camente vestidos, para darse á ceremonias cuyo carácter anunciaba dulzura, caridad, y profunda veneracion debiendo ser por lo mismo espíritus celestiales: idea que aplacó todos sus temores, y les empeñó á venir á mezclarse entre los estranjeros, cuyos trajes y blanca tez, era para ellos objeto de viva admiracion, al paso que su desnudez y color hosco, excitaba la de los Españoles.

En esto estaban cuando el horrísono cañon vino á dar, con su repentino y atronador estruendo, la exacta idea de la perturbacion del aire entre la furiosa tempestad; quedáronse inmóbiles los isleños, y cuando hubieron de recobrar, en algun modo, sus abatidas fuerzas, solo fué para deshacerse en signos y ademanes que daban á entender cuan dispuestos y resignados se sintieran á rendir un respetuoso culto á hombres de tanto poder.

Inexplicable fue el contento que causara en aquellos pacíficos insulares el presente de algunas baratijas y bujerías que los Castellanos les hicieran, y á las cuales dieron tal importancia, que se conservaban como santas reliquias, dignas de la mas profunda veneracion; pero ansiosos de responder á la gratitud que semejante don imponia, corrieron ofreciendo afectuosos borras de algodon, algunos loros, y considerable cantidad de frutas, cuya esencia no supieron valorar los Españoles.

Los naturales llamaban aquella isla Guanahani, pero ya se ha dicho que Colon le puso el nombre de San Salvador, dando con esto á entender que en ella se habia salvado su empresa de los tantos peligros como la siguieran, á la vez que constante en el error de que la dicha isla componia parte del continente de la India, llamó Indios á los que la habitaban; y este nombre impropio

1. HISTORIA,

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