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ha venido hasta nuestros dias, comprendiendo á todos los hijos de las dos Américas.

En el reconocimiento que de esta isla hiciera Colon, ya por mar, ya por tierra, hubo de observar que ni era ́muy extensa, ni encerraba tampoco la abundancia de oro que á su codicioso desvelo cumplia; y como los naturales le indicaran, en direccion del sud, otras tierras mas ricas en aquel metal, se dispuso á visitarlas, Ilevando consigo algunos Guanahanos, que habian de servirle, á la par que de guias, de intérpretes, si necesario fuere.

Dejáronse ver en el tránsito numerosas islas de pintorescas campiñas, donde la vejetacion ostentaba milagrosa lozania, despidiendo al viento los mas suaves y delicados aromas, como digna y merecida ofrenda hácia un cielo tan esplendoroso y puro, cuya admirable diafanidad parecia atestiguar la existencia del grande archipiélago, que con tan lindos colores Marco Polo dejara retratado.

Aprehendida la posesion de algunas de aquellas islas, en nombre de los reyes castellanos, y bautizadas con el de Santa Maria de la Concepcion, Fernandinas, Isabela, etc., hizo Cristoval objeto particular de su exámen la de Cuba, creyendo era la célebre Cipango, y parte muy inmediata á la gran Cathay, en cuyo error le afirmó la siniestra interpretacion que á ciertas palabras de aquellos isleños se diera, ó acaso la cultura de estos, mucho mas desarrollada que la de los Guanahanos.

Fue este motivo para que despachára Colon algunos Españoles con órden de allegarse á la ciudad de Quinsai, y poner en manos del Khan las cartas de Fernando é Isabel; cargo confiado al particular desempeño del

converso Luis de Torres, sugeto versado en las lenguas santa, caldea y árabe, y por tanto el mas á propósito para insinuarse en la corte de aquel emperador; y diéronsele ademas algunos Indios de Cuba y de San Salvador, por si de ellos hubiere menester en el viaje.

No quiso Colon quedar ocioso durante una embajada cuyos resultados habian de ser, segun él, de suma importancia; ántes pasó á reconocer una parte de la isla, adquiriendo cada vez mayor certeza de que se hallaba en el pais descrito por Marco Polo, y resuelto, por lo mismo, á ponerle en relaciones mercantiles con la España, no menos que á proveerse de una regular carga de esas especias que, en aquel tiempo, tanto codiciara la Europa; presuncion vana de que debió curarle la vuelta de Luis de Torres asegurándole que, en lugar del gran monarca, y sus suntuosas ciudades, no habia dado sino con chacras habitadas por jentes en todo semejantes á las de la costa. Esta inesperada novedad, que asf destruia los dorados sueños del Genovés, fue causa para que saliera la expedicion de aquellos parajes con el posible aceleramiento; llevando ya los marineros algunas hojas de tabaco, cuyo uso les habian indicado los naturales de Cuba, y dirijiéndose en busca de Haiti, centro del mas precioso trofeo hasta entónces descubierto, montones de oro!

Dada vela en aquella direccion, y cuando apenas se apartaran las carabelas de la costa de aquel supuesto continente, la Pinta se separó de la Santa María, y de la Niña, tomando distinto rumbo; suceso que aflijió extraordinariamente el alma de Cristoval. Martin Alonso Pinzon, que desde su infancia estaba hecho á mandar, no podia doblarse á la obediencia, ni menos á un papel secundario en una empresa donde traia su posicion social,

sus bienes, sus talentos naúticos, y su propia persona, sin lo cual quizá no se realizara; ya porque supuestos riesgos contenian á los mas alentados marineros, ya porque faltaban embarcaciones, ya, en fin, porque los recursos pecuniarios fueran insuficientes, sin el bolsillo del marinero de Palos, abierto para atender á la octava parte del gasto comun.

Andaban los dos jefes deslindando todas esas preten– siones, pero supuso Colon que Martin las habia pretextado sin otro objeto que hacerlas motivo de separacion para adelantarse á Haiti, cargarse de toda especie de tesoros, y, siendo su carabela mas velera que las otras, regresar á España para atribuirse la honra de todos los descubrimientos; villanía que llenaba de amargura el caballeroso pecho del delicado comandante. Llegó este á Haiti, con sus dos carabelas, el 6 de diciembre, y dió á la isla el nombre de Española. Los Indios buscaron pavorosos un refujio en los montes, sin que bastaran á tranquilizarles las repetidas muestras de paz con que les convidara un corto número de Españoles, destacados en su seguimiento, ántes huian con mayor espanto, y debieron volverse los soldados sin mas presa que una jóven isleña, á quien se dió libertad, habiéndole hecho muchos agasajos, y algunos presentes. No fue estéril este jeneroso proceder. Como vieran los isleños á su paisana engalanada con arrequives de brillante apariencia, sin recelo vinieron donde estaban los estranjeros, y les ofrecieron, con señales de mucho interés, el cordial acojimiento de que los salvajes hacen su primera ley, porque todavia sienten latir en sus pechos la clásica fraternidad, que la codícia y el egoismo han desterrado de las naciones cultas.

Mantúvose varios dias la expedicion en esta isla, viendo,

con sentimiento, cuan escasa era tambien en mineros del 'metal que tan afanosa buscaba; recorrió en seguida algunos puertos, llegando por último al de Santo Tomas, á donde concurrieron embajadores del muy acreditado cacique Guacanagari, manifestando cuanto su señor anhelaba la visita de Colon, y la sincera amistad de que le daria pruebas, si se dignaba pasar á su morada, sita tras un cabo ó promontorio que se dejaba ver á la parte opuesta.

Dispúsose la expedicion á montar la punta en cuanto viera un tiempo favorable; pero como marchara en medio de una noche despejada y serena, el timonel cometió la imprudencia de confiar el pinzote á un grumete, y el aguaje varó la Santa María en un bajío; novedad de indecible pesadumbre para el almirante, á quien solo la Niña le quedaba, y ni en ella podia entrar el cargamento del bajel naufragado, ni se suponia resistencia para regresar á España. Este fatal contratiempo puso á Colon en la necesidad de dejar en aquellos parajes algunos de sus súbditos, que esperarian el retorno de su jefe al abrigo de un fortin, bastante bien defendido, y á cuya obra contribuyeron gustosos los naturales del pais.

Esta nueva colonia, llamada Navidad, se componia de treinta y ocho individuos de los mas diestros y mas juiciosos, todos voluntarios y sumisos á las órdenes de don Diego de Arana, contramaestre de la Santa María; y no parece quedar comprometido su porvenir, ni haber de verse expuesta á insultos y graves riesgos; al contrario, se le considera en pacífica y segura posesion, porque á tanto obligan las muestras de amistad y de respeto que á Colon tributara Guacanagari, y mas todavia la bondadosa índole de los insulares, su extremado contento considerando que aquellos estranjeros habian llegado allí

para abatir la insolencia guerrera de sus mas encarnizados enemigos, los Cáribes.

Con todo, no quiso Colon (apartarse de sus compañeros sin encarecer cuan útil y necesaria se hacia una estrecha circunspeccion con los naturales, un noble porte, una armonía, y una union, cual convenia á la gravedad del caso; aunque recomendándoles tambien mucha dilijencia en registrar cuidadosos aquellos valles, donde las encumbradas cordilleras que los resguardan verterian precisamente abundante porcion de oro en polvo: tras cuyo encargo, y hecha ostentacion de su sobrehumano poder, por medio de un gran ejercicio de fuego, cuyo traquido llenó de espanto á los salvajes, se despidió de sus colonos, dando á la vela el 3 de enero de 1493.

Tierna, fraternal y bien sentida fue esta comun separacion, porque habituados á compartir unos mismos recelos, las propias esperanzas y amarguras, entre los violentos embates de un mar nunca visitado, y los peligros de que constantemente se creyeran amenazados, reinaba en todos esa simpatía, esa pura amistad, reconocida indestructible, por lo mismo que se contrae en el infortunio. De singular contento fueron para el almirante estos recíprocos desahogos del mas puro y noble afecto, pero no tardó en compadecerlos y llorarlos en su interior, reflexionando que no á sus conocimientos náuticos, no á sus esfuerzos, deberia ya el regreso á la Metrópoli, sino á la casualidad, á la veleidosa fortuna, dado que guardarle quisiera la endeble carabela de cincuenta toneladas, que le habia quedado.

Así desesperanzado salió de la Navidad, y fue costeando Haiti, siempre con la idea de descubrir alguna ciudad populosa que viniese á confirmar el plan de Tos

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