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personas mas dignas que en Chile podia haber para desempeñar fiel y cumplidamente tan superior empleo; y aunque el difunto gobernador le tenia hechos grandes elojios del mérito, de la capacidad, de los distinguidos servicios de Jerónimo de Alderete, todavia quiso S. M. que este capitan le informase en la materia, supuesto conocer muy de cerca á todos los militares que en la conquista de aquella rejion hubieran podido señalarse.

Alderete respondió de un modo así de resuelto cuanto tuvo de honroso para los jefes Francisco de Villagra, Francisco de Aguirre, y Rodrigo de Quiroga, sus amigos, y pintó en su lenguaje tal viso de verdad, tanta modestia y desprendimiento, que recordando Felipe II cuanto de este jefe dijera el antiguo gobernador, no pudo menos de replicar satisfecho: «Está bien, yo pre» miaré en su dia los servicios de esos tres sujetos; pero » es mi voluntad que seas tú mismo el gobernador de » Chile; » agraciándole ademas con el hábito de Santiago.

Tras esta disposicion, Alderete volvió á España, y con toda su jente, y un gran número de cclesiásticos y de relijiosos, que en Chile debian militar por el triunfo de la fe, pasó al puerto de San Lucar de Barrameda (1), acompañado de doña Maria de la Rueda, su cuñada (2), y dió vela para su destino, en la capitana de los galeones ya prontos á la navegacion para Puerto-Bello.

Esa doña María de la Rueda, de una devocion mas supersticiosa que afectada, pasaba á Chile con intento de

(1) Segun Ovalle en Sevilla se verificó el embarque de Alderete.

(2) Hermana quieren muchos autores que sea; añadieran política y andariamos de acuerdo; era hermana de doña Esperanza de la Rueda, esposa de Alderete.

establecer un beaterio, y comenzó desde luego á instar porque el capitan del buque la consintiera en su camarote una luz, que decia serle de toda necesidad para el rezo de sus oraciones y cumplimiento forzoso de la regla de su órden; mas de estas demandas que de dia en dia parecian con mayor importunidad, noticia ninguna tenia su cuñado Alderete, solo que el capitan, olvidando lo que á su obligacion importaba, ó no queriendo parecer inexorable á los reiterados y tenaces ruegos de una señora tan allegada á la persona del nuevo gobernador, aunque con encargo de mucha prudencia y zelo, cedió á la exijencia, para tener el dolor de ver al cabo de pocos dias que su debilidad atrajo el incendio del navío, y con él la ruina de unas ochocientas personas. Dormida doña Maria sin haber matado la luz, esta prendió el fuego en su camarote, se propagó á todo el cuerpo del bajel y cuando se advirtió el desastre, ya no pudieron salvarse sino el mismo capitan, Alderete y otras dos personas (1), que con presteza se echaron en una lancha inmediata, para tener que apartarse del buque con la mayor dilijencia; pues cebadas las llamas en las municiones de guerra, y en la artillería, comenzó un tronitoso estampido entre cuyo horror se ahogaron los lamentosos alaridos de tantas inocentes víctimas que en cenizas vino á recojer el seno del imponente piélago.

Ocurrió este accidente hacia mediados de 1556 (2) no muy lejos de Puerto Bello, pero de tal manera sobre

(1) Un hijo del mismo capitan; pero perdió otro, que no tuvo tiempo para saltar en la lancha, y pereció como los demas. Alderete se salvó porque precavido ni aun quiso vestirse, sino que en camisa se arrojó donde vió esperanza de salvacion.

(2) El 22 de diciembre ya recibió la noticia el ayuntamiento de Santiago, que mostró por la pérdida un muy cumplido sentimiento.

cojió el ánimo del gobernador Alderete que llorando las tantas desgracias de que causa fue su cuñada, enfermó gravemente, y la pesadumbre no cesó hasta acabar con su existencia en la isla de Taboga (1).

Este fatal acontecimiento fue causa para que los Españoles establecidos en Chile derramasen abundantes

(1) Herrera, Garcilaso y otros historiadores pretenden que Alderete regresó á España en uno de los galeones, en demanda de nuevas patentes, ó sean, despachos de sus empleos, como tambien de socorros con que volver á Chile, pues que todo lo perdió. Despues le traen con la escuadra en que viene el marqués de Cañete para virey del Perú, con cuyo sujeto, y acompañado ademas, segun otro autor, de don Alonso de Ercilla, llegó á Panama, siguiendo el 1° para su vireinato, y el 2o expirando en Taboga por no poder hacerse superior á las desgracias que sufrió en su primer viaje. No podemos entrar en opiniones semejantes. Desde luego el marqués de Cañete tiene nombramiento de Carlos V para virey del Perú con fecha de 5 de noviembre de 1554, y órden de no demorar su partida, ni alegar escusas; renueva S. M. este encargo en carta autógrafa para la marquesa el 14 de enero de 1555. - Alderete es hecho gobernador de Chile en 1556, y por Felipe II, quien con este año comenzó su reinado por abdicacion de su padre Carlos. No es presumible que, por mucho que corrieran los sucesos, hubiera de mantenerse el marqués en España todo el tiempo que necesitó Alderete para ir desde San Lucar á Puerto Bello, volver á la metrópoli, hacer nuevo acopio de jente, y tornar con la escuadra que iba al Perú. Ademas, si tal ocurriera, en los asientos del cabildo, en el mismo Ercilla ya que se le nombra, vieramos cual destino se dió á las fuerzas que con Alderete debian venir esta segunda vez. Nadie nos da cuenta de ellas, antes Ercilla entiende que el gobernador murió pocos dias despues del incendio de la

nave.

Mas con vos, gran Felipe, en Inglaterra,
Cuando la fe de nuevo alli plantastes;

Alli le distes cargo de esta tierra',

De allí con gran favor le despachastes;
Pero cortóle el áspero destino

El hilo de la vida en el camino.

(Canto XIII.)

Eso mismo siente Molina; tal es tambien nuestro creer, porque, en efecto, el suceso no admite combinaciones que por una parte destruyen su gravedad, y por otra gritan contra la evidencia. Que á vista del mal la pesadumbre mate á un hombre tan sensible y cumplido como el nuevo gobernador lo era, se concibe; que pasado el mal, y reparado con nuevos elementos, quiebre el aliento y no pare hasta acabar con la vida, eso es lo que nos parece problemático.

lágrimas, al paso que los Araucanos le celebraron con toda suerte de fiestas, sobre las que en aquella misma ocasion cumplian en honra del enlace que su jeneral Lautaro contratado habia con la India Guacolda. Clara es la razon de esas tan opuestas demostraciones entre ambos partidos. El Araucano conocia el mucho valer de Jerónimo de Alderete, primer descubridor de aquel pais, fundador de Villarica, hombre activo, denodado y severo (1), que si allegara al punto de su destinacion con los seiscientos guerreros hundidos en el mar, graves daños acaso se hubieran seguido para los Indios, y en tal suponer ya se entiende si debieron ellos dar suelta á un loco contentamiento. En cuanto á los Españoles, lejítimo era su llanto, pues no solo perdian un hombre de todos querido, de todos conocido y alabado, sino tambien un refuerzo de tropas harto capaz de enfrenar la audacia de los enemigos, y restablecer el órden que daba muestras de desconcierto en mas de un establecimiento colonial, por ambiciones y envidias puramente personales.

Francisco de Aguirre no podia ver con indiferencia el gobierno del pais en manos ajenas. Mientras el cabildo de Santiago pudo resistirle ; mientras por disposicion de la real audiencia en cada alcalde hubo que ver un gobernador, en una palabra, mientras en Villagra, su competidor, llegó á creer fuerzas bastantes para tener su ambicion á raya, aquel pretendiente, aunque se mostrara

(1) Ningun historiador señala la patria de ese esclarecido caudillo, ni en nuestro poder hay documentos que la indiquen. Sabemos sí que el apellido no es comun en España, y la sola familia que en aquella época le llevaba, era la del licendiado Pedro de Alderete, fiscal togado del supremo tribunal de la corte de Felipe II en su último año de residencia en Valladolid; segun asi resulta de un manuscrito existente en la biblioteca real de Paris.

tenaz, pareció echar siempre delante una cuestion de bien entendido derecho, ó cuando menos de un derecho cuestionable; mas en cuanto viera que á Francisco Villagra le dió la dicha real audiencia el gobierno de Chile, y que aquel su émulo habia caminado para las tierras del sur contra las armas araucanas, empeñadas en talar y destruir todos los establecimientos españoles, desconfiando de llegar un dia al apetecido mando, comenzó á suscitar enconos contra el correjidor, y hasta rencillas y rivalidades entre colonias cuya salvacion reclamaba la mas formal y perfecta armonía; de suerte que no de gobierno merecia el nombre, sino de desórden aquel en que las fuerzas españolas se encontraran (1), en tanto que Villagra con las suyas recojia mas gloria de la que debió prometerse al entrar en las arriesgadas empresas de que dejamos hecha mencion.

Esos interesados manejos no quedaron estériles, antes penetraron hasta el cuerpo concejil de la capital, y ya desearan sus miembros poner coto á las demasías de una existencia tan desorganizada, ya sintieran que, falto el socorro de que Alderete venia encargado, si no recurrian en busca de otro, remedio alguno habian de hallar para sus infortunios; de cualquier modo convinieron, ausente el correjidor, en reclamar al virey del Perú, don Andres Hurtado de Mendoza, un gobernador para Chile (2), y tropas con que volver al pais la paz que sus enemigos tenian por todas partes turbada, y el órden que las pasiones traian tambien descarrilado.

(1) Aguirre gobernaba en la Serena y toda su jurisdiccion con independencia absoluta, lo cual parecia un verdadero desafío al poder, un desacato á la superioridad, solo que lo disimulaba la época con la cuestion de derecho.

(2) Y el ayuntamiento señaladamente pedia el hijo del virey, que este era el medio mas seguro de obtener un crecido favor.

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