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Con esta encomienda se presentó en el Perú el procurador síndico de Santiago don Diego Garcia de Cáceres, tras el fallecimiento de Jerónimo de Alderete. El virey midió los hechos en que se apoyaba la demanda y se prestó incontinenti á los deseos que se le indicaron dando el gobierno de Chile á su hijo don García (1), que acababa de cumplir veinte y dos años, y que como descendiente de tan distinguida persona, halló en breve gran número de caballeros dispuestos á seguirle en su nueva carrera (2), y mas de setecientos soldados de entrambas armas. La de caballería fue puesta á las órdenes del famoso don Luis de Toledo, que pasó á Chile siguiendo el desierto de Atacama hasta llegar á Copiapo.

El gobernador don García Hurtado entró con la infantería y muchos clérigos y relijiosos en cuatro (3) naves que al intento se prepararon en el Callao, y dió vela en los principios de febrero de 1557; llegando al puerto de Coquimbo un dia antes que don Luis de Toledo, es decir, el 25 de abril de 1557, y ya cuando Francisco de Aguirre habia tomado conocimiento de comunicacion que el virey le trasmitió por medio del indicado don Luis.

Saltó en tierra el nuevo gobernador, despues de haberle cumplimentado á bordo Aguirre y todas las autoridades de la Serena, entre quienes fue reconocida su

(1) Por patente de 9 de enero de 1557.

(2) El oidor de la real audiencia Hernando de Santillana vino con don Garcia en calidad de auditor de guerra.

(3) Unos quieren que las naves fueran cinco, otros ocho y hay quien pone nueve. Pedro de Oña dice en este punto :

Por esta sola causa raudo y listo

Al proceloso mar derecho tira,
Do esperan cuatro naves artilladas
Pendientes de las ancoras ferradas.

(Arauco domado.)

dignidad, siendo alcaldes Pedro de Cisternas y Alonso de Torres; todo por supuesto sin faltar en lo mas mínimo á los usos de aquella época, que no permitia entrar en funcion de importancia, sin que las de iglesia quedaran solemne y relijiosamente desempeñadas. Aun en la que esta vez celebró la Serena, parece que el pretendiente Aguirre quiso mostrar una extremada sumision y obediencia, tomando de la brida el caballo en que iba don García y sirviéndole así de guia hasta su morada, para en ella comenzar prodigando á un tan noble huesped sus obsequiosos rendimientos; esto no obstante no le excusó de la prision en que don García le puso en breve : luego iremos indagando la causa que pudo motivar tal salida.

El maestre de campo Juan Ramon, que con don García venia, salió de la Serena para Santiago el 26 de abril, encargado de hacer que la autoridad de la-capital reconociese en su persona la del nuevo gobernador y justicia-mayor del reino, y de hospedar en la propia casa del correjidor Francisco de Villagra. Llevaba en su compañía cuarenta arcabuceros, y como se le impusiera el deber de acelerar cuanto posible fuese sus jornadas, entró en Santiago el 6 de mayo, ó sea un dia despues que el correjidor regresó de su felicísima empresa, y el segundo de los regocijos públicos con que se celebraba el triunfo.

Ramon pidió á los alcaldes Juan Fernandez Alderete, y Juan Jofré, que llamaran inmediatemente á cabildo, en el cual presentó los poderes y despachos de don García, á que se dió entero y formal cumplimiento, reconociendo en su persona la autoridad de justicia-mayor. Concluido este acto, los dos alcades se vieron embargados en sus funciones, y ya que Alderete fue repuesto en

su lugar el 29 del mismo mes, Jofré tuvo por sucesor á Diego de Araya, al paso que el maestre de campo, apoderado del nuevo gobernador, dió á reconocer en el propio dia, en calidad de correjidor de la capital y su jurisdicion, á Pedro de Mesa, llamado á esas funciones por disposicion de don García.

Mas adelante fueron todavia esas medidas de rigor que tanto desdecian en ocasion en que el vecindario de Santiago cantaba gozoso el importante triunfo de sus armas sobre las del héroe araucano; mas inconcebible nos parece el que mientras todo un pueblo está colmando de alabanzas y de bendiciones al afortunado caudillo que con tanto acierto, y ventura tanta, le guiara, sin motivo aparente se le desvie de la natural alegría á que los sucesos le traian muy de tarde en tarde, sumiéndole en el disgusto, en el sentimiento, si por acaso su prudencia no le dejó ir hasta la desesperacion. En fin, mas injusto, mas desleal se descubre el proceder de que, recibido y aclamado por gobernador de Chile, don García Hurtado de Mendoza, sin resistencia, sin señal alguna de oposicion; hospedado, agasajado con fina hidalguía su representante Ramon en la morada del correjidor don Francisco de Villagra, venga aquel al dia siguiente deponiendo á los dos alcades de la capital, y prendiendo al ilustre vencedor de Mataquito, sin acusar causas, sin oir descargos, ó de tal manera como obrar se suele contra los salteadores (1). — Ayer entró Villagra en Santiago cubierto

(1) Preciso es que el jóven don García viniera del Perú con instrucciones que encargaban esas repugnantes medidas, pero choca por una parte el no dar con hechos que las lejitimen, y choca mas el modo con que á ejecutarlas se asiste. En la Serena la casa de Francisco de Aguirre es la posada que elije Don Garcia, y paga el hospedaje con la prision del que le acoje y obsequia casi hasta la humillacion. ¿Cual causa se arguye en abono de este proceder?

de coronas, cargado de parabienes; y hoy le pone el ajente de don García en la triste condicion de un reo de Estado. Tal es la burla con que la fortuna maneja á los mortales!...

Suarez de Figueroa quiere que Aguirre, resentido de no hallar silla privilejiada en la funcion de iglesia á que el nuevo gobernador asistió, se saliera furioso y dijera á la puerta :— « Amigos, si como sois veinte fuérades cincuenta, yo » revolveria hoy el hato. » Tal trivialidad ajena nos parece de un hombre como Aguirre. ¿Qué delito mandó la prision de Francisco Villagra? ¿Seria su moderada respuesta en el acto de prenderle? — « Escusada era, dijo á Ramon, » tanta prevencion, pues una letra que escribiera don García bastara para con» ducirme á donde fuera su voluntad. >> Autores hay que piensan cubrir este hecho con decir que Aguirre y Villagra persistian tenaces en disputarse sus derechos al gobierno; pero ¿ á que disputaria el último una cosa que poseia en nombre del rey, y por provision de la real audiencia?... Hubo notoria injusticia, y la hemos de ver reparada en su dia; hubo envidias, hubo celos contra los dos jefes de mayor lustre en Chile, y por consiguiente vino la arbitrariedad apartándolos del teatro donde habian derramado su sangre, y recojido laureles inmarcesibles.

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1. HISTORIA,

CAPITULO XXXI.

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Determina don G.-H. de Mendoza un trato noble y uniforme en favor de los Indios de paz. Nombra alcaldes mineros. Reforma y regulariza la administracion pública. Señala el valle de Penco para sus primeras operaciones militares. Se embarca. Aporta á Quiriquina parte de la armada tras una furiosa tempestad que echó el resto de las naves á Valparaiso. Convidase con paz á los Indios, y los Araucanos responden á don G. Hurtado por medio del astuto cacique Millarauco. — Pasa el gobernador de Quiriquina al continente con ciento cincuenta hombres y levanta el fuerte de Pinto. — Vuelve Millarauco al campo español con finjidas palabras de paz, mientras que Caupolican se apareja para la guerra. - Asalta el toquí el fuerte de Pinto. - Salta en tierra Julian Venezuela con la jente que se mantenia á bordo, y salva á los Españoles de la muerte. - Retirase el toquí con grandes pérdidas. — En los Españoles hasta el mismo gobernador sale herido.

(1557.)

Tras el arresto de los capitanes Aguirre y Villagra, que fueron ambos trasladados á bordo del bajel San José, y mandados á disposicion del virey del Perú, por orden de don G. H. de Mendoza (1), este gobernador ya no pensó sino en asentar en sus nuevos dominios aquel sistema que mas pudiera aunarse con las necesidades del pais, siendo de las preponderantes la que ponia por condicion un concierto regular y de amistosas relaciones entre naturales y extranjeros, si de veras se apetecia el que los establecimientos expañoles llegaran á arraigarse en un suelo de donde con tan despechado, cuanto constante empeño, salian, como por encanto, numerosas masas de hombres resueltos á sacrificar sus

(1) « Para quietud de mi gobierno, » decia el nuevo gobernador, segun resulta de los acuerdos del cabildo.

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