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puesta del enemigo, y asentó de un modo claro, entendido, y concluyente, cuanto importaba el entrar en ajustes de paz, ya porque convenia conocer si las condiciones rendirian ó no ventajas al pais, ya porque en el curso del ajuste se lograba la ocasion de reparar cuales eran las fuerzas enemigas, cuales sus elementos de accion, cuales, en fin, sus intenciones.

Venció este dictámen, porque en verdad, si el venerable anciano no ejercia el mando supremo en la milicia, por no ser compatible con su avanzada edad, tenia en aquella, y en todo el pueblo una tal influencia que sin su beneplácito, ni el mismo toquí lograra disponer de la fuerza armada para cumplir operaciones de ninguna especie. Por consecuencia fue comisionado para responder á la propuesta del gobernador el sagaz cacique Millarauco, con facultades amplias para concluir paces mentidas, porque el verdadero objeto de esta mision no era otro sino el de observar con cuidadoso estudio tantos cuantos elementos de ofensa consigo traia el nuevo jefe de las armas castellanas.

Millarauco se embarcó, pues, en una piragua, y se dirijió al campo enemigo, en el cual fue recibido con tal aparato que los Españoles, no solo hubieron de creer en poco el juego del tronitoso cañon, el son concertado de atabales, tambores, y otros cien instrumentos de la marcial música, sino que hasta parecieron todos en órden de batalla por cuyo frente hubo de pasar el embajador indio para llegar á la tienda del gobernador, sin dar la menor muestra de sorpresa, sin siquiera pintar en su semblante un leve indicio de esos comunes afectos que la novedad remueve sin esfuerzo.

Don García Hurtado de Mendoza recibió al jefe arau

cano con distinguida amabilidad, y como recargara, en desahogo de sus sinceros deseos, sobre la adelantada invitacion, diciendo que en su pecho no habia encono ni malquerer contra los Indios; que era hombre nuevo en el teatro de la guerra, y por tanto exento de cualquier resentimiento que la venganza pudiera despertar; que así estaba dispuesto á castigar á los Españoles si en algo hubieren agraviado á los naturales como con estos lo haria si á desmandarse llegaran; el taimado Millarauco no tuvo mas que hacer que reproducir esas mismas expresiones de descubierta reconciliacion, asegurando con estudiada naturalidad, que Caupolican, como él mismo, como todos los moradores de la Araucania, nada apetecian tanto como el fin de una guerra desastrosa, la consolidacion de una paz valedera y durable, sin que les pareciera afrenta el reconocer por soberano suyo al rey católico, dado que ni tenidos por sus esclavos fueran, ni como tales tratados. « Y tened entendido, añadió en » tono significativo, que todo esto lo hacemos por puro » efecto de humanidad, no porque de ningun modo nos » asuste vuestro poder.

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Prendado hubo de quedar de las palabras del Indio el gobernador español; acaso llegó á convertirlas en un cierto é inesperado triunfo, cuyos dichosos resultados á sí propio le parecian debidos, y por lo mismo no solamente anduvo familiar, y en extremo cortés, para despedir al cacique, sino que le colmó de presentes, é hizo que todos sus oficiales concurrieran para mostrarle cuanto en el campamento tenia hacinado el cuerdo sentir de que podria ser la guerra indispensable. Esto era precisamente lo que mas anhelaba Millarauco; esto lo que logró cumplida y detalladamente, sin ha

berlo pretendido, y tras lo cual se restituyó á su pais.

Vencido ya el invierno, y harto confiado en palabras de paz, el gobernador echó al continente un cuerpo de ciento y cincuenta hombres, con órden de levantar un fortin en el otero de Pinto, á la parte occidental del valle de Penco, sobre la ribera del mar, y con uno de sus costados naturalmente defendido, atendiendo á la guarda de los demas con salchichones y fosos, entronando tambien en su corona ocho piezas de artillería; esta órden quedó en breve desempeñada, y todo, por lo mismo, en estado de responder á cualquier interpresa que el enemigo pudiera intentar.

Como la caballería que mandaba don Luis de Toledo se hallara ya al paso del Mapocho, marchando para Penco, segun órdenes que desde la Serena se le dieron, no vió el gobernador inconveniente ninguno en abandonar Quiriquina, trasladando su cuartel al continente; mas en cuanto los Pencones notaran que los extranjeros descubrian en su hacer el propósito de establecerse nuevamente en aquel suelo, se dirijieron cautelosamente á Caupolican para que con sus fuerzas concurriera al exterminio de tan odiosos huéspedes.

No se hizo de rogar el jefe araucano; y como se determinara en jeneral asamblea el rompimiento de hostilidades contra las fuerzas invasoras, concibió y llevó á término un ardid, no noble en verdad, pero sobradamente injenioso para adormecer al enemigo haciéndole creerse seguro cuando mas cerca de sí tenia el daño que le amenazaba.

Dispuso, pues, el toquí que, mientras él recojia hasta unos nueve ó diez mil (1) guerreros en los estados de

(1) Quince mil supone Calancha; Olivares y Figueroa dan el mismo número

Arauco, de Catyray y de Tabolebu, con los cuales se encaminó para el Biobio, Millarauco habia de concurrir al campo del gobernador reiterando sus protestas de paz y buena intelijencia con los Españoles, y solicitando de estos un trato humano, una correspondencia fina y amistosa. Descargó el Indio su embajada con el arte de que era tan capaz, porque si bien aparecia como inoportuna, tras las seguridades con que dos meses antes se le habia despachado, todavía supo hacerla circunstancial llamando muy á propósito antecedentes de cruel recuerdo, y de los cuales traia oríjen la desesperada lucha á que el pais se habia arrojado; pues todo esto era menester para dorar apariencias, y llegar á ver cual parte del atrincheramiento de los Españoles era la mas débil, cual, en fin, la mas fácil de saltar el dia en que Caupolican le embistiera de repente.

Tan atento, tan hidalgo como en la Quiriquina se mostró esta vez el joven gobernador en Pinto con su disfrazado enemigo, asegurándole que ni pensaba en la guerra, ni nunca la haria á no provocarle con ella, y despidióle con nuevos dones; pero para el Indio era prenda de mayor estima el entero reconocimiento de la posicion que el campo castellano ocupaba: esta fue la prenda que recojió con particular esmero, volviendo á donde el toquí se hallaba, con la exacta reseña de cuanto se pudo hacer condicion para el acertado éxito de las proyectadas operaciones.

Instruido Caupolican, á quien Millarauco no calló ni lo defendido del lugar que los Españoles guardaban, ni los inconvenientes y riesgos que habia que vencer hasta ex

que nosotros señalamos con vista de documentos que nos inspiran una muy merecida confianza.

pugnarle, ya no quiso oir otro consejo que el de acabar con sus enemigos, ó morir en la contienda, y en la noche del 9 de agosto se allegó al rio Andalien trayendo su ejército en tres divisiones, para compartirlas en este punto entre los jenerales Huacamante, Marihuenu, Picul, Tucapel, Loncomilla y Curupillan.

A los tres primeros se les encargó el cuidado de allanar el foso del fuerte, llevando cada uno de los soldados que los seguian un haz de fajina, y dióseles á los tres segundos la órden de sustentar á todo trance el ataque mientras que abierto paso cargase todo el ejército al asalto de la muralla.

Aun no asomaba la aurora del dia 10, cuandoen desempeño de su deber yacian ya revolcados en su propia sangre los denodados Marihuenu, Picul, Loncomilla, y Curupillan, porque como llamaran al arma los centinelas españoles, con aceleramiento y tino comenzó el plomo sus horrendos estragos en aquellas inconsideradas y fanáticas masas... ¿Temieron ellas la muerte alguna vez? Tres veces deshechas y quebrantadas, tres veces vuelven con leonina furia contra el fuerte, y por fin logran allanar el foso, no como intentado habian, sino á fuerza de cuerpos que la metralla desmembraba, y por cima de los cuales corren nuevos guerreros hasta abrir brecha, hasta taladrar el muro, hasta penetrar en el fortin, cual lo cumplieron con asombrosa osadía los valientes capitanes Huaconu, Tucapel, Lebentun, Remulco, Lepunmanque, Talcahueno y Encol; importando el arrojo de estos siete esforzados varones, que con sus mazas y macanas derribaban enemigos á diestra y á siniestra en el interior del fortin, tanto acaso como importar pudiera el brusco choque de todos los Indios reu

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