Imágenes de páginas
PDF
EPUB

nidos. No hubo hasta este dia ejemplo de tanta temeridad; nunca se esperó ver que un Tucapel habia de luchar á brazo partido con don Felipe Hurtado de Mendoza, y que cansados ambos atletas, se habian de apartar por mutuo convenio; no parecia de presumir que Huaconu hubiese de arrebatar al brioso Martin de Elbira su propia lanza, ya que desgraciadamente un balazo (1) cortara el hilo de tan valerosa vida, al tiempo de saltar el foso, trayendo por trofeo el arma del Castellano; no habia, en fin, porque suponer que siete guerreros, á quienes el despecho solo pudo dirijir, tuvieran al presidio español casi confundido, casi desesperando del vencimiento y con la muerte á los ojos, que acaso la recibieran á no saltar en tierra los Españoles mantenidos á bordo de la escuadra, corriendo presurosos contra los Indios, y á las órdenes del famoso Julian Valenzuela (2), que rompió á punta de lanza las filas del cacique Feñiston encargado de contenerle, y tan arrojado que tambien perdió la vida. Tras ese suceso se allegó el refuerzo al fuerte, penetró en él, y el toquí desesperanzado se pronunció en retirada siendo ya cerca de las dos de la tarde; es decir, tras nueve ó diez horas de la funcion mas obstinada, mas feroz y cruenta de cuantas hasta enton

(1) Una pedrada, dice Molina. Como quiera, este` suceso dió márjen á otro no menos audaz, no menos digno de contar con las heroicidades de aquella jornada gloriosa. Como viera el cacique Huaticol que Huaconu rendia el postrer suspiro, se arroja ai foso y recoje la lanza de Elbira: este, que de lo alto de la muralla descubre la enseña de su afrenta, y medita medios con que repararla, se precipita al foso á riesgo de que el golpe le cueste la vida, salta como un rayo contra Huaticol, huye el bote que este le asesta, le clava un puñal en el pecho y vuelve con su lanza al fuerte.

(2) Olivares le dice Valencia, poniendo que es probable le llamara Ercilla Valenzuela para hacerle consonar con rodela. Valenzuela leemos nosotros en los manuscritos que poseemos.

ces habian empeñado las armas de aquel indómito pais (1).

De esta batalla, donde los hechos aparecen como si ponderaciones del humano ardimiento fueran, harto estrago pregonan mas de dos mil cadáveres indios que en el campo quedaron tendidos (2), y si por la desigualdad de sus armas no lograron dar muerte á Español ninguno (lo que nos parece improbable), es por lo menos constante que cada cual de ellos salió con una ó mas heridas de mayor ó menor gravedad, contando entre los muy maltratados los capitanes Simon Pereira, y Francisco de Osorio, y en los heridos de menor peligro aquel mismo jóven con quien Millarauco acababa de ajustar paces, es decir, el gobernador del reino de Chile.

(1)

Era el estruendo tal que parecia

El batir de las armas presuroso

Que de sus fijos quicios, todo el cielo

Desencajado se viniese al suelo.

(ERCILLA, canto XVII de la Araucana.)

(2) Digno de recuerdo nos parece el arrojo de la esposa del cacique Pilluhueno, que sabedora de la muerte de este corre durante la noche al campo de batalla, busca entre los cuerpos ya sacados del foso el de su amado Pilluhueno; logra descubrirle, se asienta al lado esperando á que venga el nuevo sol, y con la llegada de este se acerca pidiendo al gobernador le consienta sepultar los restos de aquel su esposo en lugar de su propia eleccion. Se acoje su demanda, ya que con la condicion de que la India ha de abrazar el cristianismo, y es tanta la veneracion de esta por los restos de quien fue un dia compañera, que sin titubear acepta, es bautizada con el nombre de Beatriz, sepulta el cuerpo, queda con los Españoles, y no pasa dia ninguno que no vaya á visitar el lugar donde yacen les cenizas de su idolatrado marido.

CAPITULO XXXII.

El cacique Curahuenu participa al gobernador una nueva leva de Araucanos para volver contra Pinto. - El capitan Ladrillero en demanda de acelerados socorros á don Luis de Toledo. Llegan al fuerte los caballos españoles.— Vuelve el toquí al asalto; sale don García Hurtado á recibirle; aquel se retira á sus estados, y este á Pinto. - Don Luis de Toledo en el valle de Penco; concurre á este mismo punto Martin Ruiz de Gamboa con cincuenta caballos de la Imperial. Sale don García Hurtado en línea de Arauco

Llega al Biobio, y le salva no queriendo Caupolican disputarle el paso. El toquí se establece en las Lagunillas. Preludios favorables al bando araucano. Carga este al campo invasor, y la caballería le rompe despues de un encarnizado combate. Estragos que cumplió la inhumanidad de los vencedores.

(1557.)

No siguen los Españoles picando al enemigo que se retira, porque harto necesitan reparar sus abatidas fuerzas, atender á sus heridas, desahogar el foso, remendar el fortin, en una palabra, volver á ponerse en estado de rechazar nuevos insultos, que á los Araucanos ni se les escarmienta con derrotas, ni se les impone respeto con la lóbrega y horrible enseña de la muerte. Gastados seis ú ocho dias en volver á la fortificacion la firmeza de que menester habia, y ya muy mejorada la tropa, gracias á la solicitud y esmero con que se atendió al recobro de los heridos, pues no se cuenta que muriese ninguno de ellos; acaso comenzaran los Españoles á celebrar contentos su estragoso triunfo, si no llegara para impedirlo un aviso secreto del cacique Curahuenu, comunicando al gobernador que alzados en masa todos los estados de Arauco, se disponian á caer de nuevo sobre el fortin de Pinto.

Esta novedad era sumamente desconsoladora para el presidio español, corto en número, y mucha parte de él casi en la imposibilidad de hacer uso de las armas, si los enemigos acometian antes que la multitud de heridos y contusos se curara completamente. Comprendió el jóven gobernador el aprieto, y despachó con toda cautela y dilijencia al capitan Ladrillero en una lancha con la órden de pasar á las aguas del Maule, arriesgándolo todo hasta ver si lograba prevenir al jeneral de la caballería don Luis de Toledo, así del apuro en que se reconocia la guarnicion de Pinto, como de lo mucho que importaba el que adelantara sus marchas, y allegara socorros, aunque dia y noche hubiese de caminar.

El toquí, por su parte, hizo alto sobre las márjenes del Biobio, desde donde despachó todos sus heridos para que en sus hogares cuidaran de reponerse. Dió tambien prontas y vigorosas órdenes para que las parcialidades de Arauco y de Tucapel, como las de las provincias limítrofes, concurriesen á su campo; pues tan terrible descalabro como el que acababa de experimentar, y sobre todo, el intenso encono que al nombre español resentia, traian á este jefe tan fuera de sí, con tal anhelo de venganza, que tuviera por cierta su misma muerte, y no por ello faltara al nuevo asalto que contra Pinto tenia ya resuelto.

Ni siquiera fue dueño de la necesaria calma hasta que -á sus filas entraran todos cuantos refuerzos pedidos tenia al pais, sino que ansiando dar contra su enemigo, antes que mayores elementos cobrase, caminó para el valle de Penco con acelerado paso; pero como á este tiempo ya tuviera el gobernador cien caballos que don Luis de Toledo destacara con presura, en cuanto supo la estrechez

en que aquel se reconocia, y la vijilancia de los espías llegara á señalar con tiempo el movimiento de Caupolican, pensó don García Hurtado de Mendoza que era caso de salirle al encuentro para utilizar en campo raso el arma de la caballería. Puesto en marcha el 14 de setiembre, se dieron al instante frente los dos bandos en las vegas del rio Andalien, mas sin efecto, porque para el toquí fue inesperada nueva el arribo de aquel refuerzo, y al instante revolvió camino para Arauco en ánimo de acrecer elementos y fuerzas con que darse mas seguro á ulteriores disposiciones.

Tambien retornó á Pinto el gobernador, y grande fue su gozo el 18 del propio mes viendo llegar á su campo la caballería que don Luis de Toledo mandaba, y otros muchos voluntarios de la capital, entre los cuales doce á las órdenes de don Antonio Gonzalez, que su tio el vicario jeneral Gonzalez Marmolejo habia montado, equipado, y que á sus expensas mantenia. Para mayor consuelo de las armas castellanas, y cuando apenas se apearan los soldados que á las órdenes de don Luis venian, ya asomaron en el abra de Penco otros cincuenta caballos que de la Imperial seguian al capitan Martin Ruiz de Gamboa ; de suerte que de la noche á la mañana salió el nuevo gobernador de la estrechura en que con un puñado de combatientes se mirara, para contar en el primer alarde cuatrocientos cincuenta caballos, y unos trescientos sesenta infantes (1); fuerza

(1) No sabemos cual razon pudo tener Molina para traer dos mil auxiliares con la caballería de don Luis de Toledo, y suponerle á este jefe mil caballos. Lo de auxiliares, cuanto mas se ha extendido y enconado la guerra, mas repugna; lo de mil caballos es tambien chocante por lo mismo que nos consta cual número sacó del Perú el gobernador; ¿ pudieron ministrarlos las colonias chilenas en aquella época? Seguro es que entre todas ellas no contaban ni trescientos.

I. HISTORIA,

26

« AnteriorContinuar »