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qué rehusársela) y ordenó se les restituyese á todos la libertad; pero el ingrato ulmen, que viera en su arresto y en el de su jente una injuria, y en la liberalidad del jóven gobernador un hecho que el temor solo habia podido aconsejar, apenas libre cuando ya no sintió sino violentos deseos de venganza, no parando hasta reunir cinco mil Indios, con los cuales marchó resuelto á expugnar el fuerte de Lebú, y acabar con su presidio.

Todo parecia contribuir para dar cumplida satisfaccion á ese enojado y nuevo guerrero. Andaba Rodrigo de Quiroga recorriendo la tierra con solos treinta y dos soldados, y, como quien no trae descubierto enemigo ninguno, dispuso aposentarse confiado, justamente en punto cuyas avenidas ya tenia cerradas el ulmen con emboscadas numerosas que habian de asaltar al Español en cuanto asomara la primera luz del dia siguiente 27 de diciembre, como en efecto lo ejecutó, con asombrosa extrañeza del incauto Quiroga. Con todo, como nunca se asentara el miedo en el ánimo de aquel Castellano, inmediatamente ordenó á su segundo Alonso de Escobar que con doce hombres empeñara la lucha, mientras él con los restantes trataria de romper por entre los grupos para desunirlos y desbaratarlos, como lo consiguió al cabo de dos horas de inaudito esfuerzo y rara valentía; pero echándose rabioso en alcance de los fujitivos, vino á dar de hocicos con dos numerosos cuerpos de Indios, que al socorro de los vencidos corrian, y se envolvió de tal suerte en una nueva refriega, que desconcertados de repente todos los Españoles, á pique de perecer estuvieron, y de seguro sufrieran esa desdichada suerte con otro jefe menos aguerrido que Quiroga, quien sacudiendo airoso su instantanea turba

1. HISTORIA.

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cion, y apelando grave é imponente al ardor de sus soldados, comenzó á producir hazañas de imponderable osadía, y como los suyos concurrieran imitándole, acabó por destrozar al ulmen matándole cuatrocientos hombres, con otros ciento que le sacó prisioneros (1).

Semejante leccion bien debiera bastar para que los Araucanos mirasen antes de venir á la pelea, con cuales medios habian de sustentarla; pero no se paraban ellos en tales consideraciones, antes parece que en los reiterados reveses encontraban razones de nuevo aliento; y por lo mismo vemos que poco despues de esta funcion ya parecen mas unidos y mas numerosos en Cayucupil (2), desafiando á su detestable enemigo.

El gobernador, con noticia de esta ocurrencia, dispone que su maestre de campo Ramon, seguido de las compañías de don Felipe Hurtado de Mendoza, y de don Alonso Reinoso, marche y ataque aquel cuerpo indio, lo cual se ejecutó en una noche tan sumamente negra y enlutada que gran parte de los Españoles descarrilaron, y sin el dia no les fuera posible reunirse. Al romper del sol descubrió Ramon un pequeño destacamento de Araucanos, del que no quiso hacer caso alguǹo, porque el atacarle hubiera podido ser señal de alarma para el cuerpo de Cayucupil, sobre el cual deseaba caer de interpresa. El éxito respondió en parte á sus esperanzas, porque cojidos de improviso los Acaucanos pronto fueron rotos, y muchos perdieran sus vidas, á no tener tan cerca un monte en que lograron asilarse; pero

(1) En el capítulo siguiente tendremos mejor causa para pintar esta posicion. (2) Es de sentir que solo hayan venido á nosotros los nombres de Francisco de Riberos, Alonso de Escobar, Juan de Cuevas y Luis de Toledo, porque los individuos de esta partida tan débil en fuerzas, lugar se hicieron en la historia con hecho tan arriesgado y haz añoso.

entretanto el destacamento de que Ramon no quiso hacer precio se corrió hacia la plaza de Tucapel, y si los Españoles desbarataban al enemigo apostado en Cayucupil, los Araucanos despedazaban en las inmediaciones de aquella plaza cuatro Españoles que andaban recojiendo leña, y con cuyas cabezas, apartadas del tronco, huyeron á esconderse en los montes, para celebrar á sus anchas un triunfo de mucha mas valía que el que ganó á la misma hora el pendon castellano.

CAPITULO XXXIV.

Despacha don G. Hurtado al capitan Jerónimo de Villegas con ciento cincuenta soldados para que repueble la Concepcion. - Licencia á los vecinos que de Santiago vinieron á servirle voluntarios. · Asiento de Villegas en su destino con título de correjidor. - Cabildo de Concepcion. Distribucion de solares.-Levantamiento de un fuerte.-Desprendimiento del ilustre sacerdote Marmolejo. — Miguel de Velasco pasa á la Imperial por orden de don G. Hurtado en busca de municiones de boca y guerra. · Caupolican se propone recojer el convoy,de Velasco. netra don G. Hurtado y hace que el capitan Alonso de Reinoso marche en dilijencia al encuentro y resguardo de Velasco. El toquí coje á estos dos jefes en el estrecho de Cayucupil, los ataca y reduce al mas lastimoso estado. Cébanse los Indios en el saco del convoy, y la codicia les hace perder el completo triunfo que ganado traian. - Llegan los Españoles á Cañete. · Caupolican se acampa en Talcamavida.

- Ardid á que para ello apela.

(1558.)

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Como la aparente tranquilidad del pais en los primeros dias que los Españoles se asentaran en los estados de Tucapel hiciese suponer que, si los Araucanos no habian renunciado á la guerra, estaban por lo menos en la imposibilidad de continuarla por entonces, D. G. Hurtado de Mendoza á mas de ir con el plan de poblar aquel suelo, tambien resolvió se alzase de nuevo la ciudad Concepcion, cuyo encargo recayó en el entendido capitan Jerónimo de Villegas, habiendo puesto á sus órdenes ciento cincuenta soldados, y cuantos efectos fueran de necesidad para asentar por tercera vez la desventurada colonia. Con esta jente despachó tambien el gobernador todos los voluntarios que desde Santiago concurrieron á Pinto, ansiosos de tomar parte en esta campaña; aquel les manifestó cuan pagado y agradecido quedaba de ellos,

y el interes con que elevaria sus nombres á la consideracion soberana, para que á cada uno le cupiese el premio merecido á sus brillantes servicios.

Al recibir Villegas el título de correjidor y justicia mayor de la Concepcion, de mano misma del jóven don G. Hurtado, le fue entregada nómina de todos los sujetos destinados á ejercer los diferentes oficios de república que en la Concepcion compondrian un rejimiento civil y político, suficiente y capaz para que ninguno de los ramos administrativos quedara sin juego; de suerte que en llegando con su jente á la arrasada ciudad, nada tuvo que hacer sino dar cumplimiento y publicidad de esa y otras disposiciones en nombre del rey, y del superior que se las habia ordenado.

Así se cumplió, en efecto, el 6 de enero de 1558, en cuya mañana, puesto Villegas al frente de toda su partida, en la plaza de la Concepcion, tras el asiento de cruz y rollo, como enseña principal de justa posesion y soberano dominio, leyó en alta voz los nombres de Francisco de Ulloa y Cristoval de la Cueva para alcaldes; don Luis de Toledo, don Miguel de Velasco, Pedro de Aguayo para rejidores perpetuos; Juan Gomez, Gaspar de Vergara y Juan Gallegos para rejidores amovibles cada tres años; Pedro Pontoja para síndico; Juan Perez para alguacil mayor; y en fin, fue nombrado alarife, con trescientos pesos de sueldo, Francisco Medina; en igual cantidad se dotó la escribanía del ayuntamiento, que le cupo á Domingo Lozano; la portería, con doscientos pesos, á Cristoval Nicon, y de la fábrica ó mayordomía de la iglesia se encargó el rejidor perpetuo don Luis de Toledo.

Despachada esta dilijencia, y publicado tambien el

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