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auto de repoblacion, entró Villegas en la medida y distribucion de terrenos, que fueron repartidos con calidad de despropiamiento de todos cuantos al cabo de un año no parecieran cerrados; pues con esta medida se conseguia lo que era de apetecer, esto es, el alineamiento y uniformidad del casco sin vacíos ni descubiertas, que sobre deslucir la perspectiva, facilitarian paso al enemigo el dia de una irrupcion.

Comenzaron los Españoles por el restablecimiento de un fuerte, para ampararse contra los acometimientos que los Araucanos quisieran intentar, y como esta fue obra de pocos dias, emprendieron la de sus moradas con cuanto apego, con cuanta actividad encomendaban las circunstancias; siendo digno de notar el zelo, la liberalidad y presura con que corrió el piadoso é ilustrado sacerdote de la capital, Gonzalez Marmolejo, poniendo en manos de estos nuevos pobladores todo cuanto caudal poseyera, para que con él se socorriesen en los apuros. Menester habia entonces de hombres de caridad y de desprendimiento, pues no respondian los recursos del pais á tantas necesidades como surjian de la desoladora guerra que no permitia labrar los campos, y arrasaba cuantos encontrara con algun fruto.

Escasez, hambre entre los Araucanos; hambre y escasez en los establecimientos españoles mas internados entre aquellos arrogantes guerreros, sobre todo en los de Tucapel, Lebú y Cañete, cuyas guarniciones comenzaban á sentirse exhaustas hasta de municiones de guerra.

Como falta semejante no pudiera repararse en aquellos lugares, el jóven don García Hurtado despachó á Miguel de Velasco, con la compañía de su mando, á la Impe

rial (1), encargado de recojer y conducir buena provision de reses, de cecina, y de otros artículos, debiendo tomar de paso las municiones de guerra que para defensa de los establecimientos de Tucapel se necesitaban. Llegó esta empresa á oidos de Caupolican, y como siempre se mantuviera en acecho de ocasiones en que poder recurrir demandando favor á una fortuna para él desleal y traidora, concibió esta vez la resolucion de deshacer á Velasco, recurriendo á un ruin proceder, aunque verdad es que contra la superioridad de las armas castellanas nada habia en manos de los Araucanos sino sus desnudos pechos, y el derecho indisputable de usar del ardid para ver de contrarestar la opresion, y sacar sin mancha la libertad y la independencia de su suelo contra toda justicia invadido y usurpado. Dilijente, pues, el toquí toda vez que de sacudir un golpe de mano se trataba, despachó un crecido número de espías entre los cuales se habia de correr el aviso de cuantos movimientos cumpliera el comisionado Velasco, del dia en que de la Imperial saliese con su convoy con direccion á Cañete, y de la jente que en su compañía sacara. Instruido cual

(1) En esta colonia ponen los autores á don G. Hurtado de Mendoza, para el tiempo en que ocurrieron los sucesos de que á dar cuenta vamos, como que le sacan de Cañete en cuanto determina el trazo de la ciudad, y ni aun le dejan mandar la repoblacion de la Concepcion guardándola para muchos meses despues. El gobernador vino desde Cañete á la Imperial mas tarde de lo que se pretende, que así lo vemos en manuscritos de cuyo relato no podemos dudar, ni dudarán tampoco nuestros lectores en viendo el órden y natural desenlace de las operaciones militares. Mas por si la crítica se empeñara en buscar salida contra nuestro juicio, adelantemos un hecho. ¿ Declaró Villegas el auto de repoblacion el 6 de enero ? Es cosa auténtica, pues en 24 del mismo mes escribe el gobernador á su padre desde Cañete y le dice: « Imbié à Gerónimo de Villegas » con ciento i cincuenta hombres á poblar la Concibicion. Yo me e quedado aquí á » poblar esta ciudad. » Y en otra parte : « Me estaré aquí comiendo por racion » como ha un año que lo hago, etc.» (El original en el archivo de Simancas.)

convenia en todos estos pormenores, diputó para Cañete á los capitanes Talcachima y Amuché, para que de su parte dijeran al gobernador que reunidos los estados de Arauco, Tucapel, Puren, Catyray y otros, en una asamblea jeneral, para resolver medios de término á un estado de cosas tan violento, tan desastroso para el pais, habia sido voto unánime el deponer las armas, jurar obediencia al rey de España, y ponerse bajo la proteccion de sus banderas; siempre que sin encono, sin reacriminaciones ni mala voluntad, se les otorgara tan especial gracia; pero tras estos enviados salió el toquí con seis mil Indios en direccion de la sierra de Puren, por donde Velasco habia de pasar con su convoy; porque de ninguna manera se pensaba en tratos de paz, sino en divertir á don G. Hurtado, á fin de que menos pensara en asegurar la vuelta de sus soldados.

Llegaron aquellos dos mensajeros á Cañete, recibiéndolos el gobernador con su acostumbrada afabilidad y cortesanía, y como los hubo oido, en breves palabras les hizo comprender lo muy dispuesto que siempre le habian de hallar á usar de clemencia, y recibir con amistad sincera á los que sumisos y obedientes se le ofreciesen, con lo cual los despidió, rogando político diesen cuenta al toquí del cumplido éxito de su embajada.

Probó en esta ocasion don García Hurtado de Mendoza sagacidad en el decir, y admirable tino en el obrar, porque cierto, por antecedentes, de que en los Araucanos no habia fe, y que cuando con paz convidaban, entonces saltaban á la guerra, como lo hicieron en el fuerte de Pinto; apenas volvieran la espalda Talcachima y Amuché, y ya se le comunicaba al capitan Alonso de Reinoso la órden de cojer sin demora cien

caballos, y ponerse en acelarada marcha al encuentro de Velasco, para escoltarle y defenderle del enemigo, si acaso le saliera al camino. En la acelerada jornada de Reinoso, no hubo contratiempo, ni siquiera pareció cosa que á pensar en él indujera, antes llegó al cabo de la imponente garganta de Cayucupil en la cual entraba ya Velasco con su convoy, y sin haber visto tampoco enemigo alguno, aunque encima le tenian. El astuto Caupolican de intento dejó que el convoy pasara Puren y entrase en el estrecho desfiladero de Cayucupil, como de intento consintió que Reinoso se encerrara tambien con su tropa en un sitio que aprietan dos largas y empinadas crestas, desde cuya cúspide la ofensa puede ser terrible, pero no consiente respuesta.

No se detuvieron los Españoles sino lo que hubo menester la jente de Reinoso para revolver el angosto carril, ó mejor sendero de aquella formidable vallejada, en la cual se fueron internando sin el menor recelo; pero allegados á la mitad de ella, cargaron los Indios con tan estrepitosos bramidos, con tal lluvia de galgas, de troncos de árboles, de flechas, de hondas y de otros proyectiles, lanzados de ambas crestas á la vez, que los Españoles quedaron desde la primera descarga muy mal parados (1), y lo que peor es, sin recurso ninguno de que echar mano para precaverse contra el riesgo en que tenian sus vidas.

(1)

Unos al suelo van descalabrados,
Sin poder en las sillas sostenerse;
Otros, cual rana ó sapo, aporreados,

No pueden, aunque quieren, removerse;
Otros á gatas, otros derrengados,
Arrastrando procuran recojerse

A algun reparo, ó hueco de la senda,

Que de aquel torbellino los defienda.

(ERCILLA, canto xxvii de la Araucana.)

No podian volver pie atrás, obstruido como ya estaba el sendero con maderos y peñascos rodados; al frente caminaban ganados (1) y acémilas, formando tambien otro estorbo no menos difícil de salvar que el de la espalda ; de suerte que fue preciso, si sentir un furioso anhelo de cumplida venganza, resignarse á morir de una pedrada ó bajo el golpe de un enorme leño, sin esperanzas de saciar aquel deseo.

Fue fortuna para ellos el que un gran número de Araucanos, notando el desconcierto y abatimiento en que parecian sus enemigos, y codiciando un botin que mas tarde les ofreciera sin daño una completa y segura victoria, corrieron incautos á disputarse el saco del convoy, y por consiguiente, mas que no descontinuara la tormenta y arrojo de proyectiles, se distinguieron claros de que el advertido é impávido Reinoso supo hacer precio para sacar las armas castellanas de tan singular conflicto, ordenando al instante que el capitan Nuño Hernandez con once de los mas valientes (2), trepase caracoleando hasta domar una corona de monte que se ostentaba desguarnecida, cuya determinacion, desempeñada con dicha, cambió totalmente el juego.

En cuanto esta docena de Españoles se llegó á

(1) En la carta que en la nota antecedente citamos dice don G. Hurtado: « Ahora me llega noticia de que dieron seis mil Indios en otra de mil quinientas >> cabezas de puercos que habia enviado á que me trajesen de la Imperial. Porque >> ha cuarenta dias que no se come carne en esta ciudad de Cañete. » (2) Del número fue el mismo autor de la Araucana, don Alonso de Ercilla, y á parte se llama en esta acertada resolucion, diciendo:

« Que ganada la cumbre de la sierra
» La victoria era nuestra conocida,
» Porque toda la jente de la tierra
» Andava ya en el saco embebecida.
(Canto XXVIII.)

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