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canelli, como quien no veia en Cuba sino parte del continente asiático, muy cercana de la gran Cathay, y en Haiti la verdadera y célebre Cipango; pero mientras que su falsa presuncion le paseaba por la costa oriental de la isla, uno de sus marineros, que á la sazon se hallara sobre el mastelero de gavia, distinguió muy á lo lejos la Pinta, que vino, no tardando, á unirse á la Niña, cuya tripulacion, harto desalentada ya, recojió este suceso con señales del mayor alborozo.

Bien mereciera Martin Alonso que el jefe le demandase cuenta de su receso, mas era de mucha importancia la prudencia para con un hombre de tanta valía entre los marineros, y prefirió Colon mostrarse indiferente al deber, no pensando desde entónces sino en volver camino de España, para procurarse una nueva escuadra capaz de responder cumplidamente á la naturaleza y gravedad de sus meditadas investigaciones; aunque, obstinado en su pretendida Cipango, visitara todavia algunas de las bahías, hasta dar con una inmediata al cabo Cabron, y que él llamó cabo Enamorado, cuyos Indios, armados de arcos, y bien provistas las aljabas, se arrojaron impávidos contra los Españoles. Sin mucho esfuerzo fueron rechazados y puestos en derrota, llevando algunos heridos; primer sacrificio de sangre americana que los Europeos hicieran en el nuevo mundo, y de muy poco sentir entónces para aquellos salvajes, que acuden al siguiente dia con franca y resuelta voluntariedad donde les Españoles estaban, y continuan frecuentándoles hasta que Colon hizo á la vela para la península, en cuyo viaje hubo de arrimar á los Azores, y despues á Lisboa, huyendo de una furiosa tempestad que por poco no le echara á pique.

CAPITULO V.

Arriba Colon á España. Brillante acojimiento que le hace la corte. Envidiosas pretensiones del Portugal á cerca de los descubrimientos de Colon. Bula de repartimiento. Prepara Colon su segundo viaje.

No hay para que encarecer el entusiasmo de los moradores de Palos en presencia de la carabela Niña, tanto mas pronunciado, cuanto que los curaba de la punzante incertidumbre en que la suerte de la expedicion los tenia. Parientes, deudos extraños, todos, llevaron al desembarcadero un copioso tributo de placenteras lágrimas, desahogo tan necesario á la inesperada ventura, como al repentino pesar; y una vez templada la mutua y comun ansiedad con mil parabienes, y mil amorosos y tiernos abrazos, púsose Colon al frente de sus compañeros, dirijiéndose á la iglesia, en cumplimiento de ciertos votos que tenia prometidos.

Siguióle todo el pueblo en masa, porque tambien queria participar de aquella piadosa ceremonia, y entró en el templo con tal alegría, con devocion tanta, que el acto de gracias revistió cuanto la imajinacion puede discurrir en lo sublime y majestuoso, dando despues suelta al júbilo de que todos se sentian poseidos, en un constante campaneo durante el dia, y en los repetidos saludos con que el tronitoso cañon anunciaba á los pueblos lejanos la dicha, la ventura de los moradores de este puerto.

En el lleno de ese lejítimo deporte se estaba cuando la Pinta, que la tempestad alejara de la capitana, rindió

tambien el bordo; mas su jefe Martin Alonso se abstuvo de aumentar, con su presencia, las distinguidas honras que á Colon se le estaban tributando, y no quiso tomar tierra hasta ampararse en las sombras de la noche. Hase dicho que, desatendidas las exajeradas pretensiones con que presumió contrarestar la gloria del jefe de la expedicion, una incurable licantropía le arrastró al sepulcro, lleno de pesar y de arrepentimiento; es justo recordar, que si no fue muy leal la conducta de este jeneroso piloto para con Colon, si tal vez pasó á baldonarle; sin su celo, sin su crédito, sin su caudal, sin sus naves y sus marineros, probablemente quedara la empresa en proyecto, á pesar de la proteccion, y de la autoridad soberana; y en semejante hipótesis bien merece Martin un rasgo de gratitud, señalándole á la posteridad como causa segunda del descubrimiento del nuevo mondo.

Como quiera, la familia de ese malhadado nauta se declaró en seguida enemiga implacable de toda la del noble Genovés.

Residia entónces la corte en la ciudad de Barcelona, y Colon le dirijió un relato detallado de todos sus descubrimientos, con lo que pensó poder pasar á Sevilla, en cuyo punto queria asentar su domicilio; pero anticipáronse sus soberanos con respuesta muy satisfactoria, y no poco lisonjera, por medio de la cual se le prevenia recojer en aquellos lugares cuantos datos pudieran convenir al pronto empeño de otra nueva expedicion, y pasar en seguida á la corte, donde se le esperaba con impaciencia. No descuidó Colon el cumplir de este mandato, con un trabajo que su propio interés le aconsejara desde el instante mismo en que desembarcó; y púsose despues en camino acompañado de seis Indios, y en

posesion de varios objetos curiosos que se habia procurado en los nuevos paises.

Escusado fuera hablar del entusiasmo con que las jentes corrian al camino para ver y conocer un personaje, de cuya gloria y hechos todo el mundo se hacia lenguas; fue el tránsito un constante y nunca desmentido triunfo, cuyo fastuoso lustre vino á coronar la capital de Cataluña, llevando nobles, cortesanos y plebeyos, al encuentro del ilustre Colon, y acompañándole con vivas aclamaciones hasta el magnífico solio que ocupaban los reyes, en una vastísima sala, de libre y expedito acceso en esta ocasion.

Distinguido fue el aprecio con que los monarcas recibieron al almirante, quien, despues de satisfechas debidamente las exijencias del ceremonial, se puso á relatar, con su ordinaria trascendencia, todo cuanto en sus viajes le habia parecido digno de nota, descorriendo con encantador aseo el cuadro sublime de los remotos paises, de sus lascivas producciones, y de sus variadas riquezas, como para probar la importante conquista que allí tenia segura la relijion cristiana, de tan fácil asiento entre unos habitantes de suyo pacíficos, afables y condescendientes; y por si mas fuera necesario par completar el embeleso, expuso á la jeneral espectacion las raras curiosidades, los vistosos adornos de oro, de plumas, etc., cuya extrañez nadie se cansaba de mirar y de admirar.

La presencia de tantas riquezas pintó en el semblante de todos los espectadores un loco enajenamiento; pero ¡ cual seria el de los monarcas, que, reconocidos á tantos beneficios como acababan de recibir de mano del omnipotente, se arrodillaron, y, con los brazos hácia el cielo, tributáronle gracias entonando el Te Deum

laudamus con los músicos y chantres de la capilla real! Especiales y muy lisonjeros fueron los testimonios de estima que, de los monarcas y demas miembros de la real familia, Colon recibiera, durante su permanencia en Barcelona. Confirmáronsele sus títulos de almirante del mar de las Indias, y virey de las tierras descubiertas, y que en adelante descubriera; las prerogativas contenidas en el célebre pacto de 17 de abril de 1492 fueron ratificadas; y, para que nada faltara á la gloria del Genovés. la munificencia rejia vino en hacer títulos de Castilla á todos sus parientes, constituyendo blason de su escudo las propias armas reales, cuarteladas con un castillo y un leon, y timbrado, ademas, el del almirante con un grupo de islas y cinco ferros, entre un campo de undoso azur, á cuyo pie esta divisa :

Á CASTILLA YA LEON

NUEVO MUNDO HALLÓ COLON.

Ni le faltó tampoco el incienso y la lisonja de la grandeza, que dilijente solicitaba su amistad y trato; ocurriendo el famoso banquete del cardenal Gonzalez de Mendoza, donde la maledicencia y la envidia de algunos viles palaciegos recibieron el mas cruel desaire, en la graciosa experiencia del huevo, con que les dejó corridos y abochornados el ilustre navegante.

En alas de la fama, y con la rapidez del rayo, corria su gloriosa reputacion hasta los extremos del continente europeo, siendo objeto de todas las conversaciones, y particularmente de los sabios, que preveian la importancia de tales descubrimientos; causa de tanto pesar, y de tan desesperada envidia para la corte de Lisboa, que veia eclipsarse entre ellos los que á costa de muy grandes

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