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asentó el toquí su real, cerrando con bien entendida estacada la parte descubierta, y despachando un cuerpo que habia de correrse en amenaza del presidio de Angol, mientras que otro no muy considerable discurriria en avanzadas, para divertir mejor al enemigo; porque las fuerzas indias de dia en dia se aumentaban.

Con noticia de estas disposiciones se puso otra vez Altamirano en movimiento, marchando derecho á las posiciones que el toquí ocupaba. Aunque llegó á ellas sin haber reparado en el tránsito quien de este movimiento parte hubiera podido dar á Antuhuenu, no dejó de sorprenderle el ver con cuanta vijilancia se mantenia el campo del jeneral enemigo, y lo que mas es, lo acertado del punto en que parecia resuelto á defenderse, y al cual no podia llegar en manera ninguna la caballería que mandaba en aquella ocasion Nuño Hernandez. Resuelto el ataque, fue preciso echar pie á tierra y marchar contra la empalizada, lo cual se ejecutó con arrojo y destreza; pero tambien respondieron los Indios con igual aliento al que en sus dias probaran los veteranos del esclarecido Caupolican, aunque menos prácticos en lides, para mal suyo, dejaron que los Españoles penetraran en el recinto. En tal caso ya se hizo la refriega jeneral, y si despavoridos algunos cuerpos visoños, comenzaron á echarse por los barrancos y derrumbaderos, ó por entre las espesuras de los impenetrables bosques que á espaldas tenian, otros hubo que á la voz del alentado Antuhuenu, sustentaron la lid con extraordinario despecho, siendo para ellos la muerte mas apetecida y buscada que la fuga, ó un vergonzoso rendimiento. Las armas castellanas recojieron el triunfo, mas en grande apuro les puso Antuhuenu con sus

tres mil guerreros, y si muchos de estos perecieron en la contienda, tambien á Altamirano le mataron cuatro hombres, sin que uno solo de todos los demas dejara de sacar heridas de mayor ó menor gravedad.

En muy mal estado, en efecto, quedarian los Españoles, cuando de regreso el maestre de campo á la ciudad de Cañete, fuele menester enviar á la lijera un socorro á la plaza de Angol, ya amenazada de otro cuerpo de Indios, y solo pudo dar á Pedro Fernandez de Córdova, veinte y cinco hombres, que sin duda perecieran en la primera jornada, si Andres Fuensalida, uno de ellos, no se entendiera en ardides mejor que aquel capitan.

Con esta partida dispuso Córdova pasar la noche á inmediaciones de un bosque, en el cual estaba con seiscientos Araucanos un cabo de Antuhuenu llamado Rucapillan (1). Cuando viera este jefe, y sin ser visto, el corto número de extranjeros que tan inmediato daba muestras de echarse al descanso esperando la venida de nueva luz, en ánimo entró de sorprenderle y destrozarle; pero acaso con menos fe en el éxito que la que á sus fuerzas dar debiera, cae en la fatal idea de pasar al campo contrario con veinte de los suyos, dejando los demas en celada, y con seña convenida para cuando habian de responder á la interpresa que en su mente traia ya combinada.

Presentóse Rucapillan á Córdova con desembarazo y muestras de muy particular interés, hasta llegar á decirle que nada tanto como la paz ambicionaba, que por renovarla se habia resuelto á salir de su morada con aquellos sus siervos, y que de ellos habia de disponer el jefe español en prenda de la sinceridad de sus pala(1) Cacique ó ulmen de la parcialidad del mismo nombre.

bras. Mucho agradeció Córdova las buenas disposiciones del cacique, y quisiera hallarse en mejor caso para poder pagarle un tan fino obsequio, del cual dispuso efectivamente, haciendo que cada uno de aquellos veinte Indios entrase á servicio de uno de los Españoles que le seguian; mientras él amistosa y familiarmente se entretenia conversando con Rucapillan.

Fuensalida, de un' natural sumamente receloso, no quiso creer de buena fe al jefe araucano, y apartándose á un regazo quebrado con el Indio que le cupo, sin detenerse, ni ser visto de nadie, le puso el mosquete al pecho, amenazándole que allí iba á dejar la vida, si no confesaba injenuamente las intenciones con que su señor viniera al campo; medida que surtió el efecto deseado, y tras la cual, dada parte á Córdova, todos los demas Indios y Rucapillan quedaron presos.

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Con firme resolucion negó este la trama que ya la amenaza en unos, ya un inhumano trato en otros, dejaron aclarada y descubierta; pero para completa prueba, cuatro Indios mas parecieron en la cresta del monte, voceando á su jefe; forzósele á este para que les respondiera, y como entretanto corrieran Pedro Cortés, y Monroy con otros tres soldados á cortarlos por la espalda, fueron presos dos de ellos, quienes tambien declararon lo mismo que se sabia, siendo en seguida todos los veinte y tres víctimas del encono de Pedro Fernandez de Córdova, que se alejó de aquel lugar en cuanto acabara el cruento sacrificio.

Mientras de esa suerte iba extendiéndose la guerra en aquellas provincias, tambien en el gobernador Villagra se agravaban las dolencias, y á tal punto que sintió la necesidad de retirarse á Concepcion, para poder conti

nuar un réjimen curativo capaz de dar resultados. Dispuso en consecuencia que Altamirano viniese á la plaza de Arauco, y cumplida esa órden, encargó el mando de dicha plaza al capitan Lorenzo Bernal del Mercado; puso un destacamento volante bajo las órdenes de Arias Prado, con cargo de atender, como lo pidieren las circunstancias, al auxilio respectivo de Cañete, Tucapel, Angol, y los Infantes; y tras esas disposiciones hizo que su maestre de campo le escoltase hasta la Concepcion, en cuya ciudad entró el 22 de diciembre 1562 (1), teniéndole la gota como atafagado á fuerza de padecer.

(1) Asientos del cabildo de Santiago.

CAPITULO XLI.

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Antuhuenu activa el arreglo y la organizacion de su ejército. — Desacatos á la justicia en Santiago y en la Serena. Los Araucanos en Millapoa. - Atácalos Arias Pardo con mal éxito. — Avanza Arias hasta Catyray y Antuhuenu le destroza. Lorenzo Bernal.

Sitia el toquí la plaza de Arauco.

Alza su campo Antuhuenu.

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Ardiz con que engañó á

- Fatal condescendencia

Antuhuenu en Mari

guenu. — Batalla en que perecen el jóven Villagra y casi todos los Españoles y auxiliares. — Bizarría del Chileno Pedro Cortés.

(1563.)

Entre paz y guerra vacilan ya algunas parcialidades, viendo que los primeros hechos de armas del nuevo toquí no responden á la esperanza del pais, y como, irritados los Españoles por el quebrantamiento de los pactos, todo en él lo talan, todo lo encienden y destruyen, tal tribu se siente consternada y llena de espanto, mientras que en otra la irritacion y el despecho recobran imponderable enerjía.

El toquí, por su parte, no cuenta los reveses, ni menos piensa entrar en acomodos con un enemigo cuyo vencimiento le parece probable desde que sus jóvenes guerreros, mas habituados al juego de las armas, mantengan en los lances la calma, la audacia y el esfuerzo que en este digno sucesor de Caupolican lucian. Por lo mismo, infatigable se le ve organizando sus huestes, instruyéndolas, ejercitándolas, mudando cabos y arreglando cuerpos, que si de elementos carecia para ponerse á igual en armas con su contrario, sobrábale imajinacion para dar á sus líneas un jiro enteramente nuevo,

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