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punto y á señal dada: de este modo dispuesto, sacó al frente diez ó doce caballos que le restaban, y dióles la órden en alta voz de ponerse á retaguardia, y hacer fuego contra cualquiera que se apartase del campo, aunque se le viera herido, ó inutilizado para la pelea; pues se iba á entrar en funcion decisiva, y habia resuelto la muerte para todos, ó el vencimiento (1).

Ni tras esas disposiciones quiso entrar todavía contra el toquí; se contentó con avanzar uno de los cuerpos, no tanto que quedase á tiro hecho, y lo suficiente para provocar los Araucanos al fuego (2), y dejarles consumir las municiones en salvas; pero armas de aquella naturaleza por primera vez en sus manos, mas que de ayuda, habian de servirles de estorbo, y poco arriesgara el capitan español aunque menos caso hiciera de ellas.

Cuando cesó el desconcertado tiroteo, pasó Bernal de avance con cuatro soldados mas hasta la trinchera, por la parte sur; Antuhuenu exhortó á los suyos con tan

(1) Molina supone que esa determinacion de Bernal vino cuando ya tenia casi perdida la batalla, rotas todas sus líneas y en desordenada fuga; creemos en esta parte á Pedro Cortés, que con Bernal estaba en aquel dia; tambien siente lo propio Ugarte, y nuestros manuscritos conforman perfectamente con el relato de esos dos escritores. Verdad es que si nos empeñáramos en notar todos los errores del Abate lejos fuéramos con la tarea.

(2) En la cuesta de Mariguenu y batalla que costó la vida al jóven Villagra, hijo del mariscal, recojieron los Indios mas de sesenta arcabuces, y algunos barriles de cartuchos, de cuyas armas y municiones comienzan á servirse en esta funcion. ¡ Inocentes! Muy á costa de sangre reconocieron la ventaja de las bocas de fuego, pero si no tienen medido su alcance, ni saben lo que importa la mira..... Con el trueno de la pólvora inflamada creen ellos que se llega al efecto deseado, y por lo mismo tirotean contra el aire, que mal dijéramos contra los enemigos, una vez que Bernal, de intento, se mantuvo fuera de tiro, hasta que los Indios quemaron inútilmente todas las municiones. Se repara sin embargo en ese ensayo una inclinacion à entrar en uso de lo que tanto provecho rendia á los extrangeros; ya tomarán de ellos cosa mas útil que los arcabuces, y entonces operará ese arrogante pueblo una metamórfosis completa. 34

I. HISTORIA.

altiva gravedad que de nuevo pareció en todos los semblantes el natural denuedo, y el ataque comenzó amenazando los Españoles dos puntos apartados en los cuales hallaron maravillosa resistencia.

Ya se habian gastado en la pelea mas de dos horas, y considerables estragos traian hechos las armas de los dos partidos, cuando Lorenzo Bernal, que con singular bizarría se obstinaba en romper el flanco enemigo, advirtió como este cargaba en masa á la parte que él queria forzar, dejando casi descubierto su frente; revolvióse con la celeridad del rayo, y cargó tan repentino sobre el punto flaco, que con los suyos y gran número de auxiliares penetró el recinto; corre entonces á resolver la contienda el cuerpo de reserva, entra en los Indios la confusion, el campo se convierte en una espantosa carnicería, en vano el animoso toquí pretende contener á los fujitivos que á docenas se arrojan á las aguas del Vergara, para asegurar sus vidas en la opuesta márjen ; en vano acaba por sí mismo, y con algunos cuerpos y capitanes disciplinados, hechos de sin par gallardía, porque al cabo cantan victoria los conquistadores; los auxiliares la vociferan con feroz alegría, y Antuhuenu ya solo, ya desesperado, se arroja al Biobio que, como si de parte del dichoso vencedor estuviera, apagó un espíritu de brillante porvenir, la vida de un guerrero que supo sustentar ilesa la libertad de su patria, la gloria de las armas araucanas, con una juventud nueva y aun no hecha á la maestría y superior poder de las del audaz conquistador.

Esta funcion costó á los Araucanos mas de mil doscientos hombres, entre los cuales quinientos prisioneros que Bernal condujo á la ciudad, con cuarenta y un ar

cabuz, veinte y seis cotas, y quince celadas que recojió en el campo, de las que en el cerro de Mariguenu perdido habia la inconsiderada presuncion del hijo de Francisco Villagra; pero el mal mayor estuvo en el desastroso fin del entendido y valiente toquí. Perdieron los Españoles cinco soldados, y mas de cuarenta auxiliares ; hubo de aquellos veinte heridos, y el número fue grande en estos últimos, pues combatieron en aquella jornada como con empeño de acreditar que eran verdaderos chilenos ¿á qué otra calificacion?

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En tanto que todos esos hechos con rapidez tal venian al triste desenlace que ya nos enseñan, no dejaba de ade lantar Antenecul en el asedio de Concepcion, cuya colonia sucumbiera necesariamente sin el desprendimiento, sin la actividad y el patriotismo del cabildo y moradores de Santiago. Reparemos cual era su posicion. «La tierra » está en punto de ser perdida; el gobernador y toda la jente de aquella ciudad está en gran riesgo y peligro, >> como el capitan Diego Carranza informará á vuesas » mercedes; y si el socorro no lo tienen de Dios y de vuesas » mercedes, temo se pierda, y aun lo creo, porque toda » la tierra está sobre ellos, así los del estado como los » del cerro, y conjurados todos de no alzar el cerco » hasta haver rendido aquel pueblo, ó ser ellos venci>> dos. Todas las mujeres é hijos tienen consigo para » que los ayuden á sustentarse; cójenles las comidas á ⚫ los de la Concepcion, etc. (1)» Los colonos de Concepcion ya no apetecian sino que se les procurase medios de salud huyendo por mar del terrible aprieto en que se los tenia, pero Pedro Villagra, imitando en esto á los Indios, tenia tambien resuelto el hundirse entre las rui(1) Juan Perez de Zurita al cabildo de Santiago en carta del 27 de enero.

nas de la ciudad, antes que consentir que por tercera vez se la abandonase á la furia de los Indios.

Hallábase en esta colonia el Aleman Pedro Lespirguer, capitan inteligente, nauta experimentado, y de este sujeto echó mano el gobernador, encargándole pasase á Santiago, en donde, de acuerdo con el cabildo, habia de procurarse cuantos recursos quisiera facilitarle la suerte, y volver con ellos sin ninguna demora, que así lo imponia la estrechez en que á los sitiados dejaba. Lespirguer regresó con fortuna, y nave bien cargada á la Concepcion, y aunque poca era la jente que consigo trujera, con ella, y con la abundancia de bastimentos bastara para reanimar el espíritu de los aflijidos colonos, que del mas funesto desmayo pasaron á un loco contentamiento en cuanto el nauta aleman les dijera que por tierra venia á marchas dobles don Juan Perez de Zurita con ciento cincuenta hombres de refuerzo (1).

(1) Digna es de nota, en esta ocasion sobre todo, la actividad de los cabildantes de Santiago, y el civismo de sus gobernados. Se reunen á las nueve de la noche del 1o de febrero de 1564 para resolver acerca del contenido de la carta de Zurita ya citada, y ponen entre otras cosas: — « Haviendo tratado y >> conferido el remedio dando el mejor órden que fuese posible, dijeron que >> no embargante que los vecinos de esta ciudad é sus moradores estan mui » pobres, é adeudados, é faltos de lo necesario, así de armas como de ca» ballos, á causa de haver sustentado i sustentar este reino á su majestad « de 24 años á esta parte i haver ayudado de cada dia á hacer esta ciudad >> grandes socorros é ayudas de comidas, armas é jente para la sustentacion » de las de arriba conforme su posibilidad. Que esto no obstante, aunque » hai poca jente en la ciudad, é la que hai sea necesaria para su susten>> tacion; que con todo que se dé el socorro al gobernador, de jente, armas >> y utensilios, el mas y mejor que se pueda proveer...... Que para que el >> auxilio sea mas copioso, que para el dia de Nuestra Señora 2 de febrero » se celebre cabildo abierto para que en todo se platique, vea y provea lo que mas necesario sea al servicio de Dios é de S. M. é bien de este >> reino. >>>

Y en seguida se lee :

«En el cabildo abierto estuvieron los cabildantes y vecinos tan jenerosos

En efecto, no tardó en llegar aquel jefe, pero dos dias despues de haber levantado Antenecul su campo, con noticia que tuvo del fatal fin del toquí Antuhuenu, pues sin duda no quiso cargar con la responsabilidad de las operaciones militares, sin oir nuevo consejo de los magnates del pais, con conomimiento del último y tan importante suceso.

» y empeñados que muchos, á mas de dar un soldado equipado, se ofrecieron >> hir en persona ellos mismos á tan necesario socorro, y llamaron á Zurita que >> viniese á recibir la tropa equipada de arcabuces, de utensilios, etc., etc. »

FIN DEL TOMO PRIMERO.

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