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de la salud, y en breve un cúmulo de graves enfermedades, que ni aun respetaron la persona del almirante. Funestas fueran las consecuencias del comun desaliento que semejante conflicto imprimiera en los ánimos, si dichosamente no viniera á fortalecerlos la gran cosecha de oro que en el interior de la isla se habia procurado el famoso don Alonso de Ojeda; porque sin este remedio fueran quizá ineficaces los que, para templar inquietudes, contener turbulencias, y rehacer el espíritu de los enfermos, la prudencia y la autoridad de Colon dictaban, aunque obligado á guardar cama.

El almirante se habia reservado cinco naves para continuar sus viajes y descubrimientos, yendo todas las demas camino de España; pero distinto era el destino que el descontento pensó darles. Quiso apoderarse de ellas el interventor Bernal Diaz de Pisa, con otros conjurados, todos ellos resueltos á volver á su pais, donde presumian que, con acusar la insalubridad del clima, y la escasez del oro, tras que andaba su interesada codicia, quedaria su crímen lavado. Tambien Fermin Cado vino á robustecer este culpable proyecto con cuanta autoridad le diera su título de docimástico, y no hay duda que la trama consumara su obra, sin la despierta vijilancia del almirante, arrestando á Diaz y á los principales conspiradores, quienes recibieron en breve un castigo suave, que desdecia demasiado de la enormidad de la culpa, pero que no por eso dejó de ser jérmen de una enemiga cuya ponzoña habia de consumir lenta, y atribuladamente, la gloriosa existencia del cordato Genovés.

Restablecida la paz en la colonia, dispuso Colon pasar al Cibao, donde la dilijente codicia de don Alonso de Ojeda habia descubierto tanto oro; pero como importara hacer

alarde de gran poder, para darse á respetar de aquellos insulares, y enfrenar su carácter indómito, mandó que los soldados vistiesen sus mas ricos uniformes, y emprendió la marcha al frente de una numerosa banda de tambores y trompetas, cuyos marciales y sonorosos ecos difundian asombro y espanto por lo mas recóndito de aquellas rústicas, y solitarias selvas. La novedad de este majestuoso espectáculo atrajó en breve una muchedumbre de Indios que, si el lucir de las armas, y el lujo de la tropa tenian asombrados, la vista de caballos y jinetes no componiendo, en sentir suyo, sino un solo individuo, acabó de enajenar; siendo causa para que casi todos ellos siguieran maquinalmente con la columna hasta el Cibao, donde Colon, ayudado de estas pobres jentes, hizo muy buena cosecha de oro, y de varias muestras de cobre.

Este suceso dió márjen á que el almirante alzara en aquel paraje el fuerte llamado Santo Tomas, á propósito de la incredulidad de sus súbditos respecto á la existencia del precioso metal; fuerte que presidió competentemente, quedando la guarnicion encargada de recorrer todos los alrededores en busca de veneros de oro, porque este era el móvil principal de aquellas expediciones, y el conato de prosperidad á que propendieran las colonias establecidas y por establecer.

Regresó Colon á Isabel, donde la intensidad de las enfermedades, y la escasez de alimentos, así europeos como indígenas, habian despertado alarmas, y hecho presentir los horrores del hambre, con cuyo motivo dictó todas cuantas medidas de precaucion aconsejaban con imperio las circunstancias; pero fueron muy mal acojidas, aun entre las personas mas juiciosas, siendo una de ellas el vicario apostólico Boyl; y acabaron de exasperar á no

bles y caballeros, que no podian avenirse con el trabajo corporal á que se veian obligados. Hechos á una vida opulenta é independiente, de que su imaginacion novelera, y sedienta de aventuras, los sacara, arrastrándolos engañados donde no parecian medios de contentarla, dieron entrada á la mas negra melancolía, tanto mas vehemente y desesperada, cuanto que no quisieron ver en las órdenes del almirante sino un desafuero contra su lustre, dignidad y nacimiento, y un humillante insulto al orgullo castellano. No faltó quien con frívolos pretextos pretendiera negarse al servicio que reclamaban las necesidades de la colonia, pero tambien hubo en Colon nervio para desatenderlos, fuerza para hacerse obedecer, cuando la persuasion era ineficaz; afinando así la balanza de la justicia equitativa; aunque no desconociera que esta aparente rijidez habia de motivar quejas que rebajarian su reputacion y crédito en el ánimo de sus soberanos.

Creyendo que la delicada salud de muchos de sus soldados, cada dia mas comprometida en aquellos paludosos parajes, podria curarse de sus descalabros á beneficio de nuevos aires; deseoso tambien de distraer el espíritu atronado y peligroso de los descontentos, organizó una expedicion bajo las órdenes de Margarita, mandándole recorrer militarmente la mayor parte de la isla; de este modo pudo entregarse con mas desembarazo á reponer el moral de su abatida colonia, cuyo aspecto tétrico y silencioso contrastaba maravillosamente con el júbilo y la completa satisfaccion que allí mismo sintieran las jentes de la primera empresa; porque es verdaderamente de admirar el carácter de oposicion de las dos expediciones, si en cuenta se toman las circunstancias que concurrieron al desempeño de una y de otra. En la primera, temores, recelos, peli

gros, desazones, resistencias, una acalorada prevencion contra el éxito; al paso que el prestijio de una maravillosa ilusion viene ofreciendo á la segunda mas de lo que fuera menester. Aquella no lleva sino la modesta pretension de descubrir una tierra; esta ya codicia gloria, ó mejor, riquezas aseguradas en supuestas realidades que la ambicion acoje siempre con fe. Alcanza el lleno de sus deseos la una, viendo entusiasmada un pais que la vejetacion viste de ricas y majestuosas galas, y donde cada objeto es un embeleso; mientras que la otra, como, al tender la vista en aquellas afortunadas rejiones, no distingue hacinado el metal de sus quiméricas esperanzas, cede á un doloroso abatimiento, y, por fin, á una desesperacion de funestas consecuencias para el mayor número de los nobles colonos.

En tanto que la expedicion de Margarita recorria la isla, armó Colon tres bajeles, y encomendado el órden y la tranquilidad de la colonia á una junta, presidida por don Diego, su hermano, se embarcó, en ánimo de hacer nuevos descubrimientos. Despues de haber rejistrado gran parte de la isla de Cuba, se inclinó hácia el sur, y vino á descubrir la Jamáica, con cuyos naturales empeñó algunas refriegas, notando por primera vez el arresto con que los perros acometian á los Indios; mas no hizo larga estancia en aquel suelo, una vez persuadido que no respondia al objeto capital de sus afanosas investigaciones, ese oro por cuyo hallazgo tanto se suspirara; y hubo de volverse á Cuba, resuelto á esclarecer el juicio que de ella tenia formado, considerándola parte del gran continente, ó ver si era una simple isla. Sin voluntad para sacudir la influencia de su errada prevencion, volvió de nuevo á convertir en sustancia cuantas indicaciones le suministraron los ha

bitantes de la costa, concluyendo que aquel pais era propiedad del gran Cathay, en cuyo sentir entraron todos sus compañeros; lo cual dió márjen á que inmediatamente se instruyera, por ante escribano público, un como expediente en que quedaron consignados el descubrimiento, y el unánime parecer; título que hasta los grumetes firmaron, y que por fortuna se ha salvado de los estragos del tiempo.

En seguida partió el almirante para la Isabel.

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