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para gozar impunes el fruto de sus rapiñas; porque ni aun á sus fundos podia acercarse la justicia, impotente en todo caso, como emanacion de un gobierno corrompido, con un jefe sin carácter y sin voluntad.

Como tambien la grandeza se viera á su vez siendo juguete del capricho de cuatro advenedizos, tomó en cuenta la mísera situacion de la Castilla, y se propuso hacer que Alonso, hermano de Henrique, fuera llamado á sucederle ; pero la muerte prematura de aquel príncipe desconcertó el proyecto, poniendo á los conjurados en la necesidad de consagrar el fruto de sus desvelos á la elevacion de la princesa Isabel, hermana de Alonso, que Henrique hubo de reconocer por su heredera, firmando un tratado tan indecoroso, cuanto contrario á los inte- : reses de su hija Juana. Con manifiesto despecho llegó á oir la reina la existencia de un documento de tanto ultraje para su honra y para su dignidad, concibiendo desde luego la idea de invalidarle en todos sus extremos.

Isabel, sin la voluntad de Henrique, habia celebrado secreto matrimonio con Fernando, rey de Aragon. Mucho desagradó, á la corte la noticia de este enlace, y aprovechando Juana tan favorable disposicion de los ánimos, pronto se apoderó del de su esposo empeñándole á protestar solemnemente contra la clandestina union, y revocar, por consecuencia, el pacto convenido en favor de aquella princesa, reservando de nuevo la corona para Juana, que el rey declaró esta vez hija suya con público juramento.

Motivo de nuevas discordias para el pais era esta resolucion, aunque no faltó quien entónces la aplaudiera, entre otros el marqués de Villena, ya reconciliado con la corte; pero no se destemplaron los ánimos hasta que la

muerte de Henrique vino á dar á la contienda esa apasionada enerjía que suelen desplegar siempre las guerras de sucesion.

Invadió la Castilla un ejército portugués, á cuyo frente estaba Alonso, resuelto á sustentar los derechos de la princesa Juana, su prometida esposa; midió sus armas con las de Fernando en muchos y muy repetidos reencuentros, mostrándose siempre indecisa la victoria; pero pronuncióse al cabo por Fernando, y el rey de Portugal hubo de abandonar su empeño y retirarse, dando así ocasion á Juana para que, exasperada, consagrara el resto de sus dias á perpetua reclusion en un convento.

Muy satisfactorios debieron ser estos señalados triunfos para Fernando é Isabel; pero mayor fue su contento al saber el voto solemne que la princesa Juana acababa de pronunciar, dejándoles, por consiguiente, en quieta posesion de la corona, pudiendo darse sin recelo á las reformas que el espíritu de la época y la situacion del pais reclamaban.

Menester habia el pueblo de una organizacion política y de un gobierno que le pusiese al abrigo de toda arbitrariedad, y como esto cuadrara cumplidamente con los deseos de los reyes, convocáronse cortes en Toledo, sentando varias leyes, y produciendo una organizacion de cinco consejos, cada uno de los cuales tuvo su dia fijo en la semana para ser presidido por Isabel. No fueron estos consejos exclusivo patrimonio de la grandeza, ántes la exquisita sagacidad de la reina se sirvió con acertado aprecio de los talentos que en la clase media distinguiera, y fue tal su celo y su esmero en el arreglo de los tribunales, que logró hacer imposible la violencia, impracticable la parcialidad, dando con esto tan cierta

y verdadera proteccion al desvalido, cuanto pudiera prometérsela el poderoso. Sea testimonio de su acendrado amor á la justicia la severa institucion de celadores protectores del pueblo en los negocios contenciosos, medida importantísima, y causa única de ese espíritu de igualdad y de independencia que la estupidez desconocia, y el temor tenia enfrenado.

Comprendieron tambien los reyes que todas las guerras intestinas tenian un mismo orijen, el demasiado poder que ejercia la nobleza en menoscabo del débil, y desdoro de las soberanas regalías; cumplia rebajar este poder vulnerándole, y la esclarecida política de los monarcas comenzó la obra haciéndose con el maestrazgo de las órdenes de Santiago, de Alcántara y de Calatrava ; título de alta valía, que les procurara las pingües rentas, las temibles fortalezas y numerosos brazos con que aquellos caballeros solian cercenar los derechos y la autoridad del soberano.

Todavia robustecieron el cetro dando al tribunal de la santa hermandad cuanta consideracion é impulso convenia al restablecimiento del órden en las provincias, conteniendo los latrocinios de nobles y caballeros armados; institucion tan útil para el pueblo como para el trono, y contra la cual fueron vanos los clamores de la nobleza, quejosa porque le moderaba lo que ella llamara sus prerogativas, arrebatándole la dependencia en que, de juro, decia tener á sus vasallos.

Aun no lleno el ánimo de Fernando y de Isabel con medidas de tanta prudencia, como de fecundo porvenir, concibieron el audaz proyecto de expulsar los moros de la península, y agregar el importante reino de Granada á sus estados, ya enriquecidos con el de Aragon, por la

muerte de su rey don Juan; empresa de mucha oportunidad, porque amaestradas las armas castellanas en las guerras civiles, deseosas se mostraban de medirse con las de los infieles, cuyas disensiones domésticas daban á entender una resistencia tibia é incierta.

Varios fueron los estados empeñados en esta conquista desde el rey S. Fernando hasta Henrique IV, sin otro éxito que el establecimiento de pueblos cristianos tan contiguos á los de los moros, que el eco de las campanas se perdia entre el destemplado lelilí que en lo mas elevado de los alminares traian los papazes de Mahoma. Los esfuerzos parciales de tan diferentes estados en absoluta independencia, traidos al combate sin plan, sin método, sin disciplina, no podian rendir otros frutos; cierto es que se emprendian las refriegas con denuedo, pero porque, desnudos ambos partidos de toda idea de conquista, y fanáticos por sus respectivas creencias, era su bandera la parca ensangrentada, cuyo alfanje solicitaban con frénesi, estos por el triunfo del evanjelio, aquellos por el del coran, siendo unos y otros mártires de la fe y de la esperanza.

Hacia algunos años que Muley-Aboacem, rey de Granada, negaba á la corona de Castilla el tributo pactado con sus predecesores, y de este pretexto se apoderaron Fernando é Isabel para disponerse á la conquista, ya que ningun recelo les inspiraban los estados vecinos, y asegurada veian la paz en el interior de los suyos.

Muley habia respondido con demasiada altivez al mensaje en que Fernando reclamaba aquel tributo. « Ha» cedle entender, dijo á los enviados, que para el rey de >> Castilla no tiene el de Granada sino lanzas y cimi» tarras.» Valentonada que no perdonaria jamas el or

gullo de Fernando, y que mandaba imperiosamente buscar medios con que sustentarla; esto es lo que hizo Muley, preparándose por su parte á la guerra.

Tal era el estado de los negocios cuando Muley, cayendo de improviso sobre el fuerte de Jahara, logró tomarle; acto, aunque hostil en apariencia, muy conforme con lo estipulado en el armisticio de las dos potencias, que podian atacarse recíprocamente, y tomarse las fortalezas, siempre que estas empresas quedaran cumplidas dentro de tres dias, sin ningun carácter oficial; pero que acabó de irritar al rey de Castilla, pesaroso con tal pérdida, aunque en breve la reparó el marqués de Cadiz, apoderándose del Alhama, una de las poblaciones mas florecientes del reino de Granada. Suelto así el rayo de la guerra, no tardó en extender sus estragos, llevando el pendon castellano ante las principales villas musulmanas, cuyo recinto disputaban palmo á palmo sus moradores, aunque inferiores en fuerzas, manteniendo, al grito de venganza, una lucha de diez años que selló cumplidamente el arrojo, y la desesperada valentía de ambos partidos.

Acorralados se miraban ya los infieles entre las murallas de la capital, y todavia repelian con admirable tenacidad la irrupcion de los Castellanos, que, con aliento entusiasta, demandaban el triunfo de la santa causa, y el de sus queridos reyes, partícipes constantes de sus fatigas y de sus privaciones; pero hubieron de sucumbir, no tanto al valor español, cuanto al funesto desgobierno en que las desavenencias traian pueblo y milicia desde que comenzó la guerra.

Ocurrió la toma de Granada á principios de 1492, despertando en el mundo cristiano ese espíritu de por

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