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Tomóle el monarca; revolvió algunas hojas, le aplicó al oido, y como no llegára á ver, comprender, ni oir una sola palabra, le arrojó con desden, dando así á entender cual era su derecho, cual su dignidad; accion sobrado inocente, pues que parece sin idea premeditada, pero que fue sinembargo la señal de ataque. Los soldados españoles, colocados en órden de batalla, cargan de interpresa con ináudita ferocidad contra los Indios, que confiados, inermes y cojidos de rebato, nada pueden sino huir despavoridos; entra la caballería aumentando el desórden y el espanto, y entónces Pizarro se acerca al Inca, le arrebata de su litera, apesar de la resistencia que opone su escolta, y le guarda en calidad de prisionero. Fue de mucho precio para Hernan Cortés la prision de Montezuma, y la copió Pizarro esperando sacar igual ó mejor partido del desgraciado Atahualpa. A este ruin y desleal proceder, todavia sucedió otro no menos reprensible, el saqueo de los muchos tesoros que el Inca y sus cortesanos tenian en sus tiendas, de suerte que al notar el malhadado prisionero la descompuesta violencia con que los Españoles se arrojaban sobre el oro, llegó á presumir que con ofrecer á aquellos terribles estranjeros una cantidad suficiente á saciar su funesta codicia, obtendria la libertad. Atahualpa estaba encerrado en un cuarto de veintidos pies de largo, con diez y seis de ancho, y le dijo á Pizarro que se le llenaria de oro y plata hasta la altura que pudiera alcanzar su brazo, con tal que por ello se le dejára libre; proposicion que fue aceptada sin titubear un solo instante, aunque pareciera, sino imposible, por lo menos difícil de realizar. El Inca mandó inmediatamente algunos de sus oficiales al Cusco, á Quito, y á otros puntos, en los cuales se habian de re

cojer los tesoros prometidos, pero como aquellas ciudades estaban tan distantes, y los caminos tan malos, los envios eran lentos, y la impaciencia de los ambiciosos soldados comenzaba á trasformarse en recelos.

Para templarlos pidió oportunamente el Inca que pasasen algunos Españoles al Cusco, porque esta era la ciudad que habia de ministrar la mayor parte del oro, y fueron nombrados á este fin Pedro del Barco y Fernando de Soto, los cuales dieron en el camino con las tropas de Atahualpa que traian prisionero al príncipe Huascar. Hablaron los Españoles con él y le dieron cuenta del trato convenido entre Pizarro y el Inca relativamente al rescate; parecióle á Huascar buena coyuntura aquella para recobrar su libertad, aun á expensas de la del usurpador, y por consiguiente dijo que él no se contentaba con llenar de oro la habitacion á la altura que el brazo señalara, sino hasta que tocara con el techo el precioso metal, añadiendo que esta cantidad no tenia que mendigarla, ántes era dueño de ella, porque la hab iaheredadode su padre.

Esta magnífica oferta debió hacer que los Españoles regresaran al campamento, pero sin duda les aconsejó la codicia ir al cabo de su mision, reservando, para despues de concluida, una nueva cuenta con Huascar. Atahualpa entendió el asunto de muy distinta manera: sabia perfectamente que su hermano era mas capaz que él para contentar la sed de riquezas que sus vencedores sentian; era peligroso exponerse á las resultas de la competencia, y ordenó que al instante sus soldados le libertaran de tan terrible enemigo, asesinándole. Apenas dicho y hecho; perdiéndose con esta muerte el tesoro que Huascar guardaba enterrado, sin que hasta el dia se haya logrado

descubrir, aunque con exquisita y constante dilijencia se ha buscado (1).

A medida que las remesas de oro iban llegando á Cajamalca, se aumentaba el deseo de verle repartido, tanto que sin que todavia estuviera completa la cantidad convenida, hubo que responder à la jeneral impaciencia haciendo derretir todas las alhajas, aparte algunos vasos, jarrones, y otros objetos de esmerado trabajo, que se reservaron para el rey; saliendo una masa equivalente á un millon seiscientos mil quinientos duros, que fueron distribuidos, guardada proporcion, con alcance para cada soldado de caballería de ocho mil quinientos pesos, y cuatro mil al infante; suma enorme para la época, y que dió márjen á que la mayor parte de los soldados reclamaran volver á España, donde ya podian gozar una vida tranquila y desahogada. De muy buena gana se prestó Pizarro á semejante solicitud, facilitando paso para la península á cuantos le pidieron, ya que este propio viaje iba á emprender su hermano Fernando, encargado de poner en manos del monarca la parte que, por razon de quinto, le habia cabido; porque conocia que el ruido de tantas riquezas como sus soldados llevaban, le habia de procurar sobrado número de ambiciosos, resueltos á seguirle en la conquista del Perú.

(1) Buscábase el oro en tiempo de la conquista con tan desenfrenada avidez que los naturales del Cusco se apresuraron á enterrar todo cuanto poseian, ántes que verlo en manos de los Españoles. Muchos años despues hizo la casualidad que fueran descubiertos algunos de aquellos tesoros, y desde entónces comenzó la imajinacion à multiplicarlos bajo tan aparente realidad, que los habitantes del Cusco corrian continuamente tras nuevas escavaciones, sin que los curaran de la manía repetidos y numerosos chascos. Hoy mismo prevalece la opinion de que muchos de los Indios traen de padres á hijos una exacta noticia del lugar de aquellos escondrijos, y yo he tenido ocasion de ver en Cusco varias indicaciones ó derroteros que deslindaban con minuciosa escrupulosidad el paraje donde habian de hallarse tales tesoros.

Aun se estaba en la distribucion de aquel caudal, cuando se presentó Almagro, que venia de Panamá con un corto refuerzo, y por supuesto él y su jente se llamáron á derecho igual sobre el rico botin, manteniéndose muy sentidos aunque Pizarro hizo se les dieran á los soldados cien mil duros, y á su socio preciosísimos regalos que fueron recibidos con insolente desden. El ambicioso Almagro hubo de temer que el oro que faltaba para completar la cantidad convenida se partiria entre los soldados de Pizarro, en perjuicio de los que consigo él llevaba, y concibió la ruin idea de poner término á los dias de Atahualpa, cosa que cuadraba perfectamente con las miras del jeneral.

El Inca fue, por consecuencia, llamado á responder, 1° de inducir sus vasallos (que lo eran ya del rey de España) á la insurreccion; 2° del asesinato cometido en la persona de su hermano Huascar; dando á la acusacion cierto carácter legal por medio de un fiscal que la sostuvo, contra las súplicas, las protestas y quejas del infortunado monarca, condenado á morir entre las llamas, ya que, en premio de haber recibido el bautismo, se satisfizo la barbarie ahorcándole en su propio encierro, á despecho de algunos honrados militares que, llenos de horror y de indignacion, protestaron contra tamaña atrocidad.

CAPITULO X.

Nombra Pizarro un sucesor á Atahualpa y parte para el Cusco. Invasion de Pedro de Alvarado. Consecuencias que acarrea. Fernando Pizarro vuelve de España. Usurpa Almagro el gobierno del Cusco. Se reconcilia con Pizarro. Resuelve ir á la conquista de Chile. Reseña histórica de su descubrimiento por el Inca Yupangui.

Cumplidos ya tantos desórdenes, ó acaso no viendo Pizarro en derredor suyo donde cometer otros nuevos, con esperanza de que habian de responder á su desmesurada codicia, hubo de resolverse á dejar el pais para buscar otros en que poder contentarla, pero ántes hizo que uno de los hijos del infeliz Inca, de un carácter pacato y sin experiencia, subiese al trono del Perú; en tanto que los Peruanos del Cusco proclamaban á MancoCapac, hermano de Huascar. Ello es que, por una parte las guerras intestinas, y por otra la perniciosa influencia de los estranjeros, traian ya divididos los ánimos; el equilibrio hierárquico y administrativo andaba roto; y varios ambiciosos, enteramente extraños á la familia real, aspirando al supremo poder; de manera que la anarquía se extendió, sirviendo cumplidamente al fin que Pizarro se tenia propuesto.

Como ya no se hablara en Guatemala, en Nicaragua y otros puntos, sino del cúmulo de riquezas de los paises que Pizarro recorria, era inmenso el número de aventureros que venian á engrosar sus filas; por lo mismo no tardó en creerse con sobradas fuerzas para adelantar sus conquistas, y emprendió su marcha á la cabeza de quinientos hombres de ánimo resuelto, destruyendo en

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