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quier otro intento esperar; y prescinde de todo, de ideales acariciados, de antecedentes obtenidos en el combate diario, de recompensas, de distinciones, hasta de esperanzas, y firma el Plan de Iguala (24 de Febrero de 1821). Hay en él transacción, retroceso, acaso absolutismo, cuanto se quiera; pero hay inde

justo según las leyes, sean inmediatamente puestos en libertad. Que así es mi voluntad, por exigirlo todo así el bien y felicidad de la nación.

Dado en Valencia á 4 de Mayo de 1814.-Yo el Rey.

Como secretario del rey con ejercicio de decretos y habilitado especialmente para este.-Pedro de Macanaz.

Es oportuno recordar aqui, para que se mida el esfuerzo desplegado por el partido liberal mexicano, venciendo á los retrógrados, que uno de éstos, el poblano Pérez, fué fácil instrumento de Fernando VII en esa triste noche del 10 de Mayo.-Dice Lafuente:

"En altas horas de la noche, ó sea, entre 2 y 3 de la mañana, presentóse de orden de Eguía, el auditor de Guerra, D. Vicente María Patiño en la casa del Presidente de las Cortes, D. Antonio Joaquín Pérez, diputado americano por la Puebla de los Angeles, y entrególe un pliego que contenía el decreto y manifiesto del rey......... Siendo el presidente Pérez uno de los firmantes de la representación de los persas, no sólo no opuso resistencia, ni pretexto, ni reparo de ninguna clase á lo preceptuado en el decreto, sino que se prestó muy gustoso á su ejecución, como que estaba en consonancia con sus ideas y con sus deseos, y aquella misma noche quedó cumplido en todas sus partes, quedando sólo en el salón de sesiones el dosel, sitial, bancos, arañas, mesas y alfombras, hasta que S. M. designara el sitio á que habían de trasladarse....................... El presidente Pérez no tardó en recibir la recompensa de su infidelidad á la Constitución que había jurado, obteniendo una mitra en premio de unos servicios que el lector desapasionado podrá calificar." (Lafuente.-Obra citada. Tomo V, pág. 260).

pendencia. La mexicana estaba consumada por la sin par abnegación de Vicente Guerrero.

Para comprenderla en toda su extensión, para rendirla el culto fervoroso que se merece, no hay más que imaginar cuánto sufriría el caudillo suriano con las siguientes palabras suscritas por Iturbide al proclamar el plan: "Americanos: Asombrad á las naciones de la culta Europa. Vean que la América Septentrional se emancipó sin derramar una sola gota de sangre." Pues si ro era sangre, ¿qué especie de linfa habían derramado en once años de sostenida lucha esos heroes sin nombre, los soldados, y esos jefes con nombres tan ilustres como Hidalgo, Morelos y Mina? Nó; lo el realista Iturbide pensaba y decía era que de su Plan y sus obras, no de 1810, arrancaba nuestra independencia.

que

En la Villa de Córdoba y á 24 de Agosto del mismo 1821, Iturbide ajustaba con el sexagésimo cuarto y último de los Virreyes de Nueva España un tratado cuyos artículos 1o, 2o y 3o dicen así: "Esta América se reconocerá como nación soberana é independiente y se llamará en lo sucesivo Imperio Mexicano.-El gobierno del Imperio será monárquico, constitucional moderado. Será llamado á reinar en el Imperio Mexicano (previo el juramento que designa el artículo 4o del plan), en primer lugar el Señor Don Fernando VII, Rey Católico de España, y por su renuncia ó no admisión, su hermano el serenísimo Señor infante Don Carlos; por su renuncia ó no admisión, el serenísimo Señor infante Don Francisco de Paula; por su renuncia ó no admisión, el serenísimo Señor Don Carlos

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Luis, infante de España, antes heredero de Etruria, hoy de Luca; y por su renuncia ó no admisión de éste, el que las Cortes del Imperio designaren."

Esta propuesta de monarquía y trono mexicanos á Fernando de Borbón ó su raza, tuvo el resultado que era de esperarse atenta la altivez ibérica. Pasaba entonces España por uno de sus raros períodos de gobierno parlamentario, y el asunto se sometió á las Cor. tes. En ellas y en la sesión de 13 de Febrero de 1822 se dió lectura al dictamen de la Comisión respectiva de paso á una proposición que, desde el año anterior y plagiando las ideas del inteligente Conde de Aranda,1

y

1 Memoria secreta presentada al rey Carlos III por S. E. el conde de Aranda, sobre la independencia de las colonias inglesas, después de haber firmado el tratado de Paris de 1783.

Señor: Mi amor por la persona augusta de V. M., el reconocimiento que le debo por tantas bondades con que ha querido honrarme, y el amor que tengo á mi país, me obligan á comunicar á V. M. una idea á la que doy la mayor importancia en las presentes circunstancias.

Acabo de hacer y de firmar, en virtud de las órdenes y poderes de V. M., un tratado de paz con la Inglaterra. Esta negociación que según los testimonios lisongeros, verbales y por escrito que de parte de V. M. he recibido, me ha dado motivo para creer haberlo desempeñado conforme á sus reales intenciones, ha dejado en mi alma, lo confieso á V. M., un sentimiento penoso.

La independencia de las colonias inglesas ha sido reconocida, y esto mismo es para mí un motivo de dolor y de temor. La Francia tiene pocas posesiones en América, pero hubiera debido considerar que la España, su íntima aliada, tiene muchas, que quedan desde hoy expuestas á terribles convulsiones.

Desde el principio, la Francia ha obrado contra sus verdaderos intereses, estimulando y favoreciendo esta independencia; muchas veces lo he declarado así á los ministros de esta Nación.

habían elaborado los diputados americanos, entre ellos nuestro Alamán, contemporizando con la monarquía y la sujeción indefinida á la Metrópoli. Consultaban esos buenos diputados dividir toda la América Espa

¿Qué cosa mejor podía desear la Francia que el ver destruirse mutuamente á los ingleses y á sus colonos, en una guerra de partidos, la cual no podía menos que aumentar su poder y favorecer sus intereses? La antipatia que reina entre la Francia y la Inglaterra cegó al gabinete francés: olvidó que sus intereses consistían en permanecer tranquilo espectador de esta lucha, y una vez lanzado en la arena nos arrastró desgraciadamente consigo, en virtud del pacto de familia, á una guerra enteramente contraria á nuestra propia causa.

No me detendré ahora á examinar la opinión de algunos hombres de Estado, así nacionales como extranjeros, con cuyas ideas me hallo conforme sobre la dificultad de conservar nuestra dominación en América. Jamás posesiones tan extensas y colocadas á tan grandes distancias de la metrópoli se han podido conservar por mucho tiempo. A esta dificultad, que comprende á todas las colonias, debemos añadir otras especiales que militan contra las posesiones españolas de Ultramar, á saber: la dificultad de socorrerlas cuando puedan tener necesidad; las vejaciones de algu nos de los gobernadores contra los desgraciados hahitantes; la distancia de la autoridad suprema á la que tienen necesidad de ocurrir para que se atiendan sus quejas, lo que hace que se pasen años enteros antes que se haga justicia á sus reclamaciones; las vejaciones á que quedan expuestos de parte de las autoridades locales en este intermedio; la dificultad de conocer bien la verdad á tanta distancia; por último, los medios que á los virreyes y capitanes generales, en su calidad de españoles, no pueden faltar para obtener declaraciones favorables en España. Todas estas circunstancias no pueden dejar de hacer descontentos entre los habitantes de la América, y obligarlos á esforzarse para obtener la independencia, tan luego como se les presente la ocasión.

Sin entrar, pues, en ninguna de estas consideraciones, me limi taré ahora á la que nos ocupa sobre el temor de vernos expuestos á los peligros que nos amenazan de parte de la nueva poten

ñola en tres secciones con Cortes cada una de ellas, gobernadas por el delegado que libremente nombrara el Rey de España. Ni esa contemporización, ni mucho menos el tratado de Córdoba, fueron del agrado del

cia que acabamos de reconocer, en un país en que no existe ninguna otra en estado de contener sus progresos. Esta República federal ha nacido pigmea, por decirlo así, y ha tenido necesidad de apoyo y de las fuerzas de dos potencias tan poderosas, como la España y la Francia, para conseguir su independencia. Vendrá un día en que será un gigante, un coloso temible en esas comarcas. Olvidará entonces los beneficios que ha recibido de las dos potencias, y no pensará más que en su engrandecimiento. La libertad de conciencia, la facilidad de establecer nuevas poblaciones sobre inmensos terrenos, así como las ventajas con que brinda el nuevo gobierno, atraerán agricultores y artesanos de todas las naciones, porque los hombres corren siempre tras la fortuna, y dentro de algunos años veremos con mucho dolor la existencia amenazadora del coloso de que hablo.

El paso primero de esta potencia, cuando haya llegado á engrandecerse, será apoderarse de las Floridas para dominar el Gol

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1a Habrá tres secciones de Cortes en América, una en la septentrional y dos en la meridional: la primera se compondrá de los diputados de toda la Nueva España, inclusas las provincias internas y Guatemala. Las dos secciones de la América meridional comprenderán una de ellas el nuevo reino de Granada y las provincias de Tierra Firme, y la otra el Perú, Buenos Aires y Chile.

2a Estas secciones se reunirán en los tiempos señalados por la Constitución para las Cortes ordinarias, gobernándose en todo con arreglo á lo prescrito para éstas, y tendrán en su territorio la misma representación legal, y todas las facultades que ellas, exceptuando la 2a, 3a, 4a, 5a y 6a, que se reservan á las Cortes generales, la parte de la 72 relativa á aprobar los tratados de alianza ofensiva y la 2a parte de la facultad 22a

3 Las capitales en donde por ahora se reunirán estas seccio

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