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ella en Roma Amelot en seguida de su exoneracion de la embajada de España, manifiestan claramente á un observador atento, que unas pruebas eslabonadas con tan públicos é indisputables testimonios, no carecen de probabilidad para formar un juicio político del sistema del Gabinete de Madrid en aquella época. Pronto verá V. M. el desgraciado término que tuvo la tentativa de Luis XIV contra Roma, y el no menos infausto proyecto combinado de Macanáz; suerte que arrastrarán consigo indefectiblemente todos los planes de corte en que se mezclen las causas de religion con las de Estado, como entonces se pretendió con poco acierto. La conducta pusilánime del Papa en reconocer al archiduque Carlos desconceptuaba verdaderamente su carácter, tan glorioso hasta aquellos tiempos entre las naciones, pero ya se sabe que las prerogativas de la Santa Sede no sufren lesion alguna por semejantes causas; y aun considerado el negocio meramente por la parte política, parece que no debia haber exasperado tanto al Gabinete de Madrid, hallándose justamente persuadido de la buena intencion de Clemente XI y de la crítica situacion que le rodeaba. La circunstancia de hallarse identificado el patronato con la Corona de España, no permitia como antiguamente á la corte de Roma conservar ó romper las alianzas políticas, dejando al curso del tiempo el término definitivo de la guerra, sin riesgo de comprometer los asuntos puramente religiosos. Cuando el clero

y el pueblo proveian las sillas de los prelados, y estos de los curas de almas para el servicio parroquial, únicos ministros á que estaban reducidas las Iglesias; cuando mas adelante la eleccion de los Obispos corria á cargo de los cabildos catedrales, fuese la que quisiese la diplomacia de los Pontífices en calidad de soberanos, el gobierno de la Iglesia continuaba sin intermision y sin padecer el mas leve detrimento; pero desde que en virtud del convenio de los Reyes Católicos con Sixto IV se trasladó al trono la prerogativa de nombrar Obispos, la posicion de los Papas se hizo mas crítica, porque bien se percibe que tan alta regalía solo podia recaer en los legítimos monarcas. Por esta causa el recomendable marqués de San Felipe manifiesta en sus Memorias, que entre las duras condiciones que impuso al Papa el emperador de Austria, sin esceptuar la ocupacion militar de Roma, la que mas le abatia y agravaba su conciencia era el reconocimiento perentorio del archiduque, considerando Su Santidad el derecho trascendental del patronato: bien es verdad que tanto la corte de Roma como la de España, si se me permite esplicarme de este modo, semejantes á los mas ilustres profesores en la aparicion de una enfermedad incógnita, no trataron la cuestion con el pulso y habilidad que despues ha enseñado la esperiencia. El Papa por su parte, segun los informes del referido marqués de San Felipe, protestando siempre la justicia y el derecho de Felipe V, se propuso

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salir del compromiso declarando què solo reconocia á la fuerza al archiduque Carlos; único fruto que produjeron las consultas de quince Cardenales congregados por Su Santidad para el efecto. Lá España, resentida de un procedimiento tan ageno de la categoría pontificia, no guardó tampoco el generoso temperamento que aconsejaba la política; y como si la provision de una mitra no admitiese suspension, apremiaba incesantemente con protestas, y pretendia que el Papa sacrificase sus estados y aun acaso su existencia, sin atender á otro respeto.

que

Gracias al progreso de las luces, la diplomacia moderna ha minorado en cierto modo esta gran dificultad, adoptando el principio, de mientras existen dos partidos beligerantes y los Gabinetes de Europa se hallan divididos, los Papas prescinden del mejor derecho, y suspenden la confirmacion de los presentados para las mitras. Con esta medida, verdaderamente necesaria acaso en las futuras guerras civiles de esta clase, habria siempre disputas semejantes á las del tiempo de Felipe V; pero no producirian tan fatales consecuencias tocante á las materias religiosas, con tal que los monarcas y los Papas, aprovechándose de la esperiencia, no precipiten el uso de sus derechos. Los primeros, digan lo que quieran las juntas y los consejeros cortesanos, nunca se hallarán facultados para innovar la disciplina de la Iglesia en punto á la confirmacion. Una guerra civil siempre sonará terrible, pero templarán muchísimo sus cala

midades reconociendo la inviolabilidad de este principio. Respecto de los Papas nada hay mas digno de consideracion que el ejercicio oportuno de tan especial prerogativa en semejantes y funestos acontecimientos. Sobre todo, lo que yo quisiera persuadir á los políticos, ya que se presenta esta ocasion, era del interés trascendental que resulta á la Corona de la suspension de las confirmaciones durante las guerras civiles intestinas, pues siendo este uno de los lamentos que acompañan á nuestra desgraciada situacion, conviene que le graduemos por su justo valor, y no dejarnos arrebatar de un falso concepto. Todos los pretendientes se figuran favorecidos del mejor derecho; y por consigutente, si los Papas procediesen acto contínuo de los nombramientos á las confirmaciones en las guerras civiles, se prolongarian estas con un carácter mas odioso, pues cada partido, fortificado por el influjo de los Obispos de su nombramiento, perpetuaria el fuego del cisma y el de las revoluciones. Por ventura, ¿no se intrusó José I en la Corona de España? ¿No se sublevaron las Américas y establecieron sus repúblicas independientes? En tales casos bien á la vista se hallan las ventajas que resultaron á la España de la suspension de las confirmaciones. Si el partido de la razon y de la legitimidad sale victorioso, los Obispos de su nominación, entrando en las sillas despues de concluidas las guerras intestinas, se incorporan en el Estado, y apareciendo como ángeles de paz

deben ser bien mirados por todos los fieles indistintamente; y en el caso que por los altos juicios de la Providencia triunfen los enemigos en la lid, como ha sucedido en América, la nacion no podrá culpar de sus desastres á los Obispos ni á los Papas que suspendieron confirmarlos hasta habiéndose terminado el proceso de la guerra, militan otras razones diferentes respetadas por todos los partidos.

que,

11. Las ventajas que resultan á la Iglesia no son menos loables y notorias, pues en la situacion actual de las naciones, agitadas de una contínua revolucion y minadas de mil sectas secretas, si no estuviese asegurada la sucesion legítima de los Obispos con la vigente disciplina, podria ocurrir muy facilmente que la influencia de las logias obtuviese el nombramiento de sus filiados, los que sujetos á las órdenes de sus asambleas se convertirian en satélites del infierno. Por desgracia no se puede graduar de cavilacion un pensamiento fundado en pruebas funestamente repetidas, constándonos hasta la evidencia, que aun estando por medio el sufragio bastante general para las elecciones de diputados, el ascendiente y manejos tenebrosos de las logias han reunido casi siempre la pluralidad ó una muy poderosa minoría de vocales en las Cortes. La Providencia, por uno de los arcanos que el tiempo nos ha revelado en nuestros dias, ha depositado en los Sumos Pontífices la confirmacion, saliendo asi al encuentro al nuevo género de ataques que el enemigo asestaba con

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