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Sí, la Iglesia, que principió con Adan y se conservó en Noé, es el único eco que resuena en los espacios. La especie humana se multiplica, las abominaciones cunden; pero la Iglesia, conservada en la fe de Abraham, Isaac у Ja.cob, &c., llega á su cima cuando el Hijo de Dios nace en Belen en cumplimiento de las profecías, y cuando venciendo á Satanás en la cruz y resucitando gloriosamente, dice á sus discípulos: "Id y predicad por todas las naciones..... yo estaré con vosotros hasta la consumacion del mundo." Desde aquel momento la Iglesia adquirió el derecho de propiedad sobre todo el mundo; derecho que David habia anunciado en boca del Eterno Padre diciendo á Jesucristo: "Pídeme, yo te daré todos los pueblos de la tierra." ¡Ah! qué magnífica série de pruebas incontrastables me ofreceria el desarrollo de estas ideas indicadas si el respeto de la fe estuviera tan vivo como en otros tiempos; pero ya que es preciso contestar á tanto número de escritores empeñados en alucinar al trono, renunciaré del derecho que me asiste, y como si la Iglesia no estuviese identificada con la creacion del mundo, preguntaré ahora á sus adversarios: ¿bajo de qué concepto la precedencia de tiempo podia dar fueros al gobierno civil para atacar su independencia? ¿Por ventura al advenimiento de Jesucristo no estaba entronizada la supersticion en todo el orbe, posesionado de los estados el abominable culto de sus falsos dioses? Sus ciudades, sus campos, rios, bosques,

sus estaciones, ejércitos, senados, casas, &c., &c., ¿uo se anunciaban todos y cada uno de ellos consagrados á sus dioses tutelares? Y sin embargo, ¿de qué les valió su posesion, su antigüedad, sus templos, sus armas y gobiernos? La voz de la Iglesia echó abajo tan ignominiosos edificios; los dioses fueron desalojados; la Pitia de Delfos cayó; Diana de Efeso perdió el nombre; el panteon se transformó en iglesia de todos los Santos; en fin, las águilas romanas ceden al lábaro de Constantino; todos los Estados deponen sus abominaciones; la Iglesia triunfa, se incorpora y los anima. Tal fue su entrada en todos y cada uno de los reinos, y asi se posesionó de España.

6. A vista de unos prodigios tan contínuos obrados por la Iglesia, parecia que su autoridad divina hubiera impuesto silencio á sus adversarios; pero empeñados en la lucha por efecto de sistema, ya que han agotado todo género de argumentos y se encuentran en esta parte sin recurso, apelan á la hipocresía para sostener sus desacatos. La impiedad y la hipocresía se dan la mano mas de lo que vulgarmente se imagina, y V. M. lo hallará pronto comprobado con la original dificultad que ahora nos ponen. El Señor con su inefable sabiduría habia dicho en cierta ocasion que su reino no era de este mundo; y estas palabras, llenas de uncion mística, sublimes, y tan fecundas en virtudes que habrian de mudar la faz del orbe, sirven de pretesto á los novadores pa

ra aparentar que la Iglesia no ejerce autoridad ninguna temporal, y debe estar sometida á los Gobiernos. He dicho para aparentar, porque ¿quién puede presumir que unos hombres que la ven lucir como la antorcha moral del universo, y disipar con su esplendor todas las tinieblas del politeismo, las heregías y los cismas, han de creer literalmente que su potestad no es de la tierra? Para hacer conocer su hipocresía y al mismo tiempo la imagen mística de las palabras del Salvador, me permitirá V. M. que me esplique con un recuerdo misterioso de lo que practica todos los años el Jueves Santo en su real palacio.

El ejemplo del divino Maestro lavando los pies á sus discípulos sirvió de uso comun á todos los fieles en los primeros tiempos del cristianismo; y aunque ya no tan general, le conserva la Iglesia con particular esmero, santificando su solemnidad los prelados y las comunidades, los Obispos, y muy distinguidamente el Santo Padre. La casa augusta de Borbon en todas sus ramas, la de Austria, &c., &c., celebran con igual religiosidad la misma ceremonia. Los magnates, los Reyes, los Obispos y el Pontífice, postrados á los pies de los pobres y dándoles el ósculo de costumbre, manifiestan en aquel acto imponente que renuncian de todas las ilusiones de la grandeza humana, y que penetrados del espíritu de caridad de Jesucristo, cifran sus esperanzas en gozar en su compañía de la felicidad eterna, formando parte del reino

de Dios despues de esta vida transitoria. Esta transformacion de la naturaleza humana, este nuevo y tan sublime orden de ideas, tan contrarias al espíritu del mundo, es lo que, estendiendo la fraternidad entre los hombres, hizo caer las cadenas del esclavo, dulcificó la sociedad, engrandeció las ciencias, refinó la política y mudó la faz del universo. No solamente los templos de la idolatría dieron lugar á los del Dios verdadero, sino que tambien los vínculos sociales se desenvolvieron de un modo incógni. to hasta entonces. Los derechos de patria potestad, por ejemplo, no se esplicaron en adelante en la parte sustancial por la legislacion griega ó romana, sino por la ley de Dios, tipo de la natural violada en los códigos humanos: el matrimonio, elevado á Sacramento, quedó ennoblecido con una magestad digna del hombre; y para decirlo de una vez, la mitad del género humano, la muger, que hasta la promulgacion del Evangelio figuraba como esclava, y en ciertas naciones menos, fue restituida al orden primitivo, es decir, compareció, no solo como la delicia sino tambien como compañera, su igual, y la imagen de Dios del mismo modo que el hombre. Ahora bien, yo permitiré si se quiere sin gran dificultad que los adversarios de la religion no comprendan cuál es este reino de caridad, este reino de Dios, este amor fraternal que Jesucristo nos enseñó á buscar lavando los pies á sus discípulos, para que inflamados de este delicioso espíritu aspiremos al

reino de los cielos por conducto de nuestra santa madre la Iglesia: pero ¿cómo hemos de imaginar que una mutacion tan universal causada por la Iglesia en el culto religioso, en la legislacion, en los usos y costumbres ha de ser observada por sus enemigos; y han de creer en seguida tan materialmente que el reino de Dios no es de este mundo? Pero habiendo probado ya la hipocresía de los que arguyen con unas palabras que ni siquiera las han acertado á traducir, haré mérito ahora de ellas, visto que se han vuelto á oir tan fútiles objeciones en las Cortes, en los periódicos, y hasta en los escritos mercenarios diseminados por los pueblos. 7. Voy al asunto. El caracter sanguinario y sombrío del emperador Tiberio, observa oportunamente el filósofo Locke en su Examen raciocinado del cristianismo, no podia menos de alarmar á Pilato en cuanto le denunciaron que Jesucristo se hacia Rey, atento á que, estando prohibido por los romanos tomar el nombre de Rey sin haber obtenido antes su imperial licencia, bastaba la acusacion mas leve é infundada para que aquel tigre castigase con pena capital al gobernador que fuese indulgente en la materia. Por esta causa pregunto Pilato á Jesucristo: "Eres Rey de los judíos?" y el Señor le respondió: "Mi reino no es de este mundo;" es decir, comenta San Agustin: "soy Rey, pero no te alarmes por eso, ni temas que usurpe el mando al emperador: no te agites ni te arrojes por temor á ningun crimen, como hizo

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