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ventajas pecuniarias y comerciales que resultan de su posesion, el brillante honor que prestan aquellos establecimientos á la madre patria contra las calumnias de los estrangeros, la economía paternal con que gobiernan, mejor diria edifican, aquellos piadosos religiosos, y otras mil razones que omito en obsequio de la brevedad, obligaron á los mas audaces adversarios del monaquismo á detenerse en la carrera del precipicio, y permitir una escepcion respecto de las islas Filipinas (*); de modo que despues de proclamar el Gobierno abiertamente que la nacion no admite votos monásticos, ha parado en confesar, no á instancia de los Obispos y los Papas sino impelido de sus propios intereses, que necesita absolutamente de ellos para no perder las Filipinas.

4. Tenemos frailes en las Filipinas, y por otras causas semejantes nos vamos á encontrar con ellos en la Habana y todas las Antillas. Se sabe que la Habana, tan famosa desde su conquista, representa en la actualidad un emporio del comercio, y que por su dilatada estension, igualdad de temperamento, su incomparable puerto, sus riquezas y posicion geográfica, sirve de escala y al mismo tiempo de eslabon de ambos continentes; de tal suerte, que ocupada por una nacion marina como la Inglaterra, haria tributarios en aquellos mares á todos los pabellones del mundo. Aun considerada bajo el

(*) Véase en el documento 6.o la esposicion que la motivó.

dominio español, la Corona goza con ella un comercio incalculable y una poblacion acaso de cuatro millones de habitantes, con un producto líquido, entrando Puerto-Rico, de cinco millones de duros. En vista de tantas ventajas reunidas, los legisladores de las Cortes, sin haber influido directamente los Obispos ni los Papas, sino mas bien estrechados por los intereses nacionales, han hecho otra escepcion en cuanto á los votos monásticos, tan abominados de los revoltosos, y tenemos tambien frailes en las Antillas.

5. Cuando estoy dictando estas ideas me instruyen los periódicos de que, desavenida Inglaterra con la China, han adquirido nueva y mayor importancia las islas Filipinas, ya por la tentacion que inspirará á los ingleses su conquista, aunque no sea mas que en calidad de prenda pretoria de sus préstamos, ya porque, destinadas para ser la factoría del comercio asiático, escitan la animadversion mucho mas que antes del descubrimiento del vapor que las pone en contacto con el imperio celeste; todo lo que contribuye á que la supresion de frailes en aquellos climas apartados sea cada vez mas peligrosa. Aun ciñéndonos á la península, hallaremos nuevamente que la Corona se ha visto precisada á prometer otra escepcion particular á los paises vascongados, sobre cuyo punto no se formaria un juicio recto si no examinásemos fundamentalmente la posicion de aquellos na

turales,

Los vascos, prescindiendo de su culpabilidad en la guerra civil tan funesta á España, son los únicos pueblos de Europa que disfrutan la libertad casi á nivel de los anglo-americanos, por cuya razon sus fueros, garantidos en el convenio de Vergara, merecen ser estudiados con mucha detencion. Algunos de nuestros oradores y publicistas compatricios se persuadieron en el delirio de su imaginacion, que siguiendo los vestigios de la revolucion francesa iban á grangearse un nombre inmortal en los siglos venideros, y abrir una carrera gloriosa á sus imitadores que coronarian su obra; pero desde que Tocqueville ha vulgarizado en su célebre tratado de la Democracia americana los conocimientos que estaban reservados antes á los sábios, nadie ignora ya que la revolucion francesa fue, como la llama el mismo autor, invencion de Satanás, segun la habia caracterizado de Maistre cincuenta años hacia; ó, para entendernos con el nombre comun que la dan ambos autores, la revolucion francesa equivale en toda la estension de la palabra á una persecucion anticristiana, sin semejanza ninguna con la libertad, ni patriotismo ni entusiasmo republicano; y asi es que dejó á los pueblos estafados, inmoralizados, siervos, con el fusil al hombro, y sumergidos en la corrupcion. El derecho de eleccion, calculado para servir á los partidos y las facciones de los tumultuarios, mas bien ofrece el recuerdo de una farsa que el de una garantía respetable, por lo que el pueblo francés, como se lamenta

Tocqueville, privado de casi todos los derechos de ciudadanos libres, se encuentra al levantarse con cien leyes sobre su casa, sin saber de dónde proceden ni haber intervenido en su formacion. No sucede lo mismo en los paises vascongados: estos pueblos ejercen la municipalidad con una latitud incomparable; reparten, cobran los donativos sin empleados ni secuestros; guardan, plantan, distribuyen sus montes, venden y emplean sus producciones y su industria en lo que les place; y en una palabra, viven enteramente libres. Tales son, pues, los pueblos que conservan en estimacion varios órdenes monásticos, y á los que el Gobierno de V. M. ha garantido en el hecho de haberles puesto á salvo en el convenio de Vergara el goce de sus fueros; porque el primer fuero, el mas inapreciable y el mas grato para el hombre, consiste en gobernarse segun las opiniones religiosas que profesa.

6. Mas ¿qué necesidad tenemos de trasportarnos á los dominios de Ultramar ó á los confines de la península, cuando dentro de la misma capital y en otras grandes poblaciones presenciamos ejemplos de la misma naturaleza? Dos resortes de la Religion obran insensiblemente en el corazon humano, dándose á conocer con una fuerza que, no admitiendo oposicion, postra á sus mayores adversarios. Verdad es que la astucia y artificio de los revoltosos, si nos descuidamos en advertirlo, procura disimular tanto la derrota, que se oculta el

triunfo de la fe á las personas poco perspicaces; pero sin embargo, en diciendo que Îlega el caso de examinar los puntos radicalmente, todo queda público y accesible á las menores comprensiones. Pues qué, ¿no existen votos monásticos en Madrid, Zaragoza, Barcelona, &c.? Dos resortes, valiéndome de mi primera frase, mueven la Religion sobre el corazon humano, que han obtenido dos victorias completas contra los impíos revoltosos. Desde que el divino Maestro, circundado en Jerusalén de niños, dijo á sus discípulos: dejadlos acercarse á mí; ¿no sabeis que cada uno de ellos tiene un angel gozando de la vista de mi Padre ?" estas palabras se abrieron un paso en nuestro corazon, y nuestras almas, penetradas del fuego de la caridad, miraron en los inocentes el objeto mas digno de su amor. Con todo, entre muchos varones ejemplares que cultivaron este plantel precioso de la caridad, hubo un español incógnito hasta entonces, que ardiendo en el amor de Dios y notando la horfandad y perdicion de millares de niños en Roma y otras ciudades populosas, tomó á su cargo recoger

los

y consagrarse á su instruccion, de lo que resultó el orden religioso de las Escuelas Pias. Esta institucion gloriosa de la Iglesia, colocada en dos estremos de Madrid, no podia ser destruida repentinamente sin condenar á la ignorancia, al crimen y á la depravacion los infantitos pobres de los ciudadanos; y en tan penosa angustia fue preciso disimular los votos mo

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