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ble que tanto número de pastores dispersos en la Península é islas adyacentes, y las de América y el Asia, haya poseido el mismo espíritu, lenguage, y el mismo modo de pensar en la materia, sin conocerse ni escribirse, y siendo acaso de opiniones diferentes en casi todos los puntos sujetos á controversia. Un sentimiento tan unánime merece mucho respeto, y lo someto á la alta consideracion de V. M., á fin de que se digne penetrarse bien de su importancia, porque contrayéndole con reflexion á la historia de la Iglesia nacional, esta sola consideracion arrastra consigo el convencimiento. La Iglesia hispana, que desde los tiempos apostólicos no ha admitido nunca en su seno cisma ni heregía, hallándose ahora toda conforme en denegar la competencia de las Cortes para arreglar las materias eclesiásticas, ofrece al observador una garantía magestuosa sostenida por la mano de Dios visiblemente, que es la que hace la confianza de los fuertes. Mas para que se aprecie como es justo esta maravilla, la aclararé con referencia á pruebas depositadas por necesidad en las secretarías y archivos del Estado..

2. Cuando en 1.° de mayo de 1836 me consideré obligado, segun indiqué anteriormente, á elevar á V. M. aquella esposicion acerca de los Reales decretos de 8 y 24 de marzo, no dudaba de que los demás Prelados concurririan por su parte en defensa de los derechos de la Iglesia; pero aislado en toda la

estension de la palabra en mi propia diócesis, sin saber el paradero de mi metropolitano, ni aun noticia de los Obispos que habian fallecido, y temiéndome por otro lado que, atendiendo á la distancia de mi residencia, las contingencias del mar, que tanto retrasan algunas veces el correo de la Península, y sobre todo el fatal estado del interior de España, sería arriesgado fiarse en la correspondencia, digo que por cada una de estas causas y todas ellas juntas, me decidí sin perder momento á elevar mi esposicion á V. M., pareciéndome que si me detenia á consultar á mis hermanos, daria lugar á que se llevase á cabo el arreglo del clero, y compareciese omiso en la posteridad el Obispo de Canarias con mengua de tan ilustre silla. Ignoro cuál suerte cabria á los demás prelados situados entre ejércitos y muchos partidos furibundos; pero no juzgo temerario suponer. que, por un estilo ú otro, casi todos se encontrarian en un caso muy semejante, y por consiguiente entregados á sus propias fuerzas. Si se añade á esta notable y aislada posicion la circunstancia casi increible de no haberse entendido el Sumo Pontífice directa ni indirectamente con los Obispos, se aumentará con mas fundamento nuestra admiracion. En efecto, jamás he recibido comunicacion ninguna de la Santa Sede, sino las procedentes de dispensas y reservas por el conducto de Estado, á pesar de que no hay cosa mas facil en estas islas que el comercio epistolar de Italia valiéndose del

paquete inglés; y me haria muy poco favor imaginándome que la conducta observada en Roma con mi silla no era la misma que con los demás Obispos. ¡Qué prodigioso realce resalta aqui, Señora, en honra de la Iglesia! ¿Cuál es el gobierno de la tierra que puede sostener la firmeza de sus principios en medio. de guerras intestinas, y responder de sus empleados sin espedirles nuevas órdenes, ni darles mas instrucciones que las que recibieran en su institucion? Pues los Obispos de España, sin mas ciencia que la del conocimiento de su ministerio pastoral, ni otro estímulo que el de su conciencia, recurrieron simultáneamente á V. M. esponiendo cada uno, segun su caracter respectivo, las ansiedades y tribulaciones de que se hallaban agitados, y protestando con libertad evangélica, salva la sumision á V. M., contra la incompetencia de las Cortes para dictar providencias definitivas en materias eclesiásticas. Al mismo tiempo de verificarlo uno en pos de otro, cada Obispo se estimularia por su propia dignidad; y si bien presumiria, guiado por su propio corazon, el mismo celo en sus hermanos, parece indudable que no pasaba de una mera congetura, y que nada podia constarles positivamente. Por mi parte no temo asegurar que hasta que, con motivo de la rendicion de Berga, último baluarte de la guerra civil, cuya noticia acabamos de saber por un barco mercante, he considerado oportuno proporcionarme papeles é informarme de lo que

ha pasado en España relativo á los Obispos, no habia leido ninguna esposicion de mis hermanos. ¡Qué agradable perspectiva fue para mí entonces la de repasar en la Voz de la Religion y el Genio del Cristianismo los nombres de todos los prelados, consignados de un modo. mas o menos espreso en defensa de la fe! ¡Algunos de estos venerables ya trémulos, otros enfermos y achacosos, otros encorvados con el peso de los años, casi inhábiles los mas para mover el báculo, pero todos firmes para sostener la independencia de la Iglesia hispana contra los planes mal disimulados de los novadores!-Bien sé, Señora, que el Gobierno no ha apoyado semejantes planes. ¿Ni cómo podia incurrir el Gobierno en tan grave nota hallándose de Regente V. M.? No obstante, no debe perderse de vista que, aunque los promovedores de los motines que tanto alarman al Gobierno de V. M, desprecien en su corazon todas las religiones, como consideraban imposibleechar por tierra de un golpe la fe en la católica España, renovando las blasfemias de la Convencion francesa, y su principal objeto, bien examinado el punto, se dirigia á enriquecerse con las haciendas nacionales, les venia de pérlas aprovecharse de los referidos novadores que, bajo la apariencia de una antigua disciplina é ilustrada erudicion, allanasen el despojo de la Iglesia, comprometiéndose por su parte ellos á defender los planes seculares del arreglo del clero y salir garantes de su triunfo,

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llenando para el efecto las galerías de compradores mancomunados, y de acuerdo, si creemos al protestante y radical Cobbet, con los banqueros judíos establecidos en Londres. Dispuesta asi la ventilacion de las materias eclesiásticas sin la mas remota intervencion de los Obispos, no habia empeño mas facil á los declamadores que grangearse las alabanzas de los concurrentes ya ganados; y asi fue, que á la par de como profanaban los sagrados cánones con sus tediosos discursos y entregaban vergonzosamente la independencia de la Iglesia al brazo secular, oian el palmoteo de los banqueros y agiotistas de papel moneda, tanto que por poco no se ven ensalzados de repente á las Sillas de la Iglesia hispana pero por disposicion divina los cánones de la Iglesia salian al encuentro en esta parte con la inamovilidad de los Obispos y la necesidad de confirmacion del Papa en los nombrados; necesidad reconocida victoriosamente á la faz de Napoleon, y otra vez triunfante luego en el imperio del Brasil: y por consiguiente era preciso, ó detenerse en la carrera, ó proclamar abiertamente el cisma.

3. Por dicha de la Iglesia el Gobierno de V. M. resistió siempre con fortaleza y acendra- · da fe semejantes tentativas, bien que por lo mismo que los Obispos presenciaban los incesantes esfuerzos de este celo, vivian siempre con la mayor agitacion, temiéndose que el partido revolucionario sobreponiéndose al Gobierno intentara (porque conseguirlo ya se ve

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