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mente la situacion crítica de la Iglesia hispana; lo que se conocerá mejor volviendo los ojos á Toledo, su principal y mas ilustre silla, y la que en tan triste situacion parecia destinada para ser el centro de la unidad nacional y el fanal de los Obispos. Sin embargo, por desgracia aquella metrópoli tan esclarecida por sus celeberrimos Concilios, sus santos Pontífices y distinguidos escritores, yacia entonces sepultada en la ignominia, pues habiendo principiado á desacreditarse con la supuesta ó verdadera conjuracion de Sisebuto, se desconceptuó mucho más despues con la verdadera ó fabulosa historia de D. Opas, creida generalmente del vulgo; y últimamente acabó de perder su reputacion con motivo de las máximas heréticas que sostenia á la sazon Elipando, su metropolitano. Quiero decir, que si en aquellos deplorables momentos la Iglesia hispana no hubiera estado tan radicada en la Cátedra de Roma, dificil fuera libertarse del cisma ó la heregía, y mas atendido el carácter del referido Elipando, tan sumamente audaz y violento, que no le hicieron falta los libros de Lutero para llamar á Roma Babilonia, negar la supremacía del Pontífice, y tratarle con el mayor vilipendio. Estaba además estrechamente unido con Felix, Obispo de Urgel, poseia mucha erudicion, una elocuencia poco comun, estraordinario orgullo, y sobre todo se hallaba en proporcion para adulterar las actas de los Concilios Toledanos, y prevalecerse del respetable nombre de San

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Julian, San Ildefonso, San Eugenio y San Isi'doro, en cuyas autoridades apoyaba su especie de nestorianismo.

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No faltaron ciertamente en la Iglesia de España escritores beneméritos que refutasen sus novedades, denunciándolas al público con oportunidad, entre ellos el célebre San Beato, llamado el Liebariense, Hetereo Obispo de Osma, y el monge Bonoso; siendo de advertir que los dos primeros, aunque carecieron de li. bros para confrontar las autoridades apócrifas alegadas por Elipando, salieron de la dificultad con mas gloria de la fe de nuestra Iglesia hispana, pues opusieron á los testos apócrifos la autoridad de San Gregorio Magno, profesando en consecuencia el principio de que la doctrina de los Papas era la norma de la Iglesia. Pero ¿de qué hubieran servido todas estas plumas y otras muchas contra un metropolitano como Elipando, cuya soberbia y petulancia no solamente pretendia someter todos los Obispos á su voto, sino que diria yo, si bien comprendo sus escritos, que despreciaba la monarquía creada por D. Pelayo? Gracias á la Providencia, da adhésion de los españoles á la Santa Sede les salvó de un enemigo tan peligroso, y del contagio de la heregía que iba infestando la península. En aquella ocasion tan crítica el Papa Adriano I, uno de los mas esclarecidos Pontífices de su siglo, advertido con oportunidad de los errores perniciosos propagados en España, á pesar de la gran distancia que

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separaba y de las dificultades que por todas partes le entorpecian sus designios, tuvo arte de escribir á los Obispos fortificándolos en la buena doctrina, haciéndoles conocer los sofismas de Elipando en una refutacion sabia y elocuente, y vindicando al mismo tiempo los santos Doctores de la Iglesia hispana. No contento con estas medidas preventivas el celoso Pontífice, agotó despues todos los recursos de su vigilancia pastoral, escribiendo y amones-. tando con la mayor mansedumbre á Elipando, é interesando á Carlo Magno para reducirle á la razón, hasta que por último mandó congregar un Concilio en Francfort, en el que fueron anatematizados los errores; y comunicado todo á los Obispos, contribuyó estraordinariamente á conservar la unidad de la fe en la Iglesia de España.

No se sabe con certidumbre la resolucion de Elipando despues de este memorable acaecimiento, echándose de menos algun escrito de sú elocuente pluma en pro ó en contra del Concilio de Francfort; pero tocando ya con el fin del siglo VIII, hácia el año de 799, nos sale al encuentro el Concilio de Urgel, único que nos recuerda nuestra historia eclesiástica de . aquel siglo, y en el que comparece depuesto el célebre Felix, haciendo protestación de la fe y retractando todos sus errores, condenados en un Concilio de Roma compuesto de cincuenta y siete Obispos y presidido por San Leon III. De modo que, tendiendo ahora la vista por el

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siglo VIII, es imposible desconocer la vigilancia pastoral de los Pontífices en la Iglesia de España, su influencia venturosa en todos los Obispos, y que la constancia de la fe de los españoles en tan calamitosos tiempos fue debida á su inviolable respeto á las decretales de la Santa Sede.

15. Estamos sin querer en el siglo IX, encontrando siempre repetidos testimonios de la independencia de la Iglesia hispana del dominio temporal, y su constante adhesion á la supremacía de la Santa Sede. No era por cierto el siglo IX el mas proporcionado para conservar este orden, pues apenas Alfonso el Grande descubrió las llanuras de las Castillas y arrojó de ellas á los moros, cuando apareció la época en España de aquella multitud de régulos y condes independientes, que además de debilitar sus propias fuerzas prolongando el yugo de los moros, ofrece por todas partes soberanos, enemigos unos de otros, de contrarias ideas, opuestas índoles y diferentes sentimientos.-De modo que, atendida por un lado la division y multitud de régulos de la monarquía goda, y por otro la servidumbre y abatimiento en que gemia la España árabe, puede decirse sin exageracion, que humanamente hablando parecia imposible la unidad de la fe en sus muchas y dilatadas provincias. La resolucion de este portento, columbrado alguna vez por la penetracion del célebre Ambrosio Morales, no ha sido facil comprenderse bien hasta estos últimos

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años, y debe fijar nuestra atención para enténder bien la materia. Todo ha quedado claro desde que, desenterrados los depósitos de la antigüedad, se han confrontado cuidadosamente los nueve códices celebérrimos de la Iglesia hispana. Se creia antes por los estrangeros y nuestros mas ilustres autores nacionales, Aguirre, Loaisa, &c., que nuestra famosa coleccion canónica habia principiado en tiempo de San Isidoro; y como ya en aquella edad variaba mucho la disciplina de la Iglesia comparándola con la antigua, no se acertaba á congeturar la razon por la que toda España, á pesar de la subdivision de tantos reinos y la dominacion morisca, conservara siempre una disciplina tan pura y admirable; pero despues que los trabajos literarios de Barruel y otros eruditos, auxiliados de la proteccion real del Gobierno, sacando del polvo los nueve referidos códices los confrontaron y examinaron sábiamente, se salió al instante de la duda, pues advirtieron con admiracion que los nueve códices, idénticos entre sí en cuanto á los Concilios y Epístolas sinódicas de los Papas anteriores al Concilio cuarto Toledano, ofrecian sin embargo algunas variantes con respecto á los Cánones y Decretales pontificias agregadas desde aquella época en adelante; es decir, que la Iglesia hispana estaba radicada sobre su antigua coleccion, anterior mas de doscientos años á la que publicó despues el célebre Dionisio Exiguo, autorizada por los Papas, y que sirvió de norma al Occidente. En

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