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bles de éste son por su naturaleza necesarios y absolutamente irremediables, en lugar de que el despotismo de los monarcas no pasa de contingente; y como entre dos males, uno necesario y otro contingente, el primero se reputa por mayor, resulta demostrado, si yo no me equivoco, que observando la regla adoptada por los publicistas viene abajo todo su sistema.

Quiero sin embargo conceder que en materia de política no se ajusten las cuentas rigorosamente á los guarismos, y doy por sentado que una sola contingencia muy trascendental representa mas calamidades que dos mil casos ordinarios de otra clase. Aun despues de tanta condescendencia por mi parte, la causa de los publicistas, tan imponentes cuando se fiaban sus discípulos en su magisterio, ganará muy poco ó nada, porque tratándose de elegir el menor entre dos males, cualquier hombre prudente conocerá, si reflexiona bien, que para formar un juicio exacto y resolver el problema con acierto, debemos estar completamente instruidos de cada uno de los males en cuestion; es decir que, á propósito de nuestra disputa, deben confrontarse los escándalos y horrores que arrojase la historia de una monarquía libre con la del gobierno representativo. Ahora bien: esta prueba práctica, demandada en todos los tribunales del mundo en tal clase de juicios, no ha podido tener lugar hasta la revolucion francesa y otras semejantes ensayadas en Europa; y de consiguiente los libros del siglo XVIII relativos á la política, y los pomposos discursos que resonaron con admiracion universal de sus coetáneos entusiastas, comparecen á los ojos de la actual generacion á semejanza de los de la física aristotélica comparada con la esperimental de nuestros dias.

No se imagine por esto sin embargo que me conformo pasivamente con esperar á todo trance la contingencia del despotismo, sin procurar oponerle ningun preservativo. Pues qué, ¿se ha perdido la espe

ranza de descubrir algun temperamento razonable entre el peligro eventual de un trono libre y los inevitables de una monarquía esclava? A mí me ocurre, que asi como desde la promulgacion del Evangelio la patria potestad, antes tan bárbara y tiránica, ha ido moderándose por el influjo de las leyes hasta llegar al grado que ahora la distingue, sin que haya sido preciso privar nunca á los padres de la autoridad esclusiva en sus familias, asi del mismo modo podria irse templando por las leyes el gobierno de la monarquía libre sin despojar al rey de su autoridad independiente. Por esta razon congeturo tambien, que en el supuesto de habernos demostrado una triste esperiencia que la variacion de forma de gobierno aumenta los males en vez de minorarlos, puede presagiarse con bastante fundamento, que si una juventud ilustrada preparase la reaccion universal de las ideas; si llegase á enseñorearse de la opinion pública, y á presidir para dicha de la humanidad al gobierno de las naciones, relegará imperiosamente al lado de los libros de nigromancia las teorías de los antiguos publicistas; y abriéndose un camino nuevo á la ciencia política, cifrará todo su intento, no en mudar arbitrariamente á cada instante la forma de gobierno, sino mas bien en perfeccionarla con inteligencia, adoptando para el efecto las bases convenientes y fundamentales que afiancen, juntamente con la dignidad augusta de los reyes, la noble libertad de las naciones y la independencia de la Iglesia. Para mí todas las formas de Gobierno son iguales, y obedeceré siempre por principios de conciencia segun prescribe el Apostol; pero ya que se me ha obligado á declarar mis opiniones políticas, asi quisiera yo que se hubiera intentado hacer la dicha de mi patria; y no imitando á la revolucion francesa, germen funesto de nuestros infortunios y los de aquel reino cristianisimo.

¿Qué ha logrado la Francia en su último resulta

do despues de mudar tantas veces la forma de Gobierno? Acabar con los Bancos de Génova, Ginebra, Amsterdam, Hamburgo; perder todas sus colonias, y transformar la Inglaterra en un coloso inmensurable que abarca con sus brazos todo el globo, sin haber sacado mas ventaja para sí que la cucarda tricolor. ¡Tanto entusiasmo con la revolucion francesa y las victorias de Bonaparte, seguidas de mil derrotas desastrosas!

Los revolucionarios que han puesto tanto orgullo en levantar una estátua colosal á su héroe, pueden estar seguros de que, á pesar de todos sus esfuerzos para alucinar al mundo, no hay persona despreocupada que no esté persuadida de que Napoleon engrandeció á la Inglaterra, sacrificó la Polonia, y dejó asi abierto el camino de la culta Europa á la marcha de los bárbaros. Pero volvamos á mis críticos.

Se me ha censurado en tercer lugar la escesiva condescendencia con que me esplico acerca de las pérdidas llamadas en mi escrito consumadas, sin embargo de que no habiendo especificado cuáles sean, podia entenderse de algunas absolutamente irreparables, como los edificios arrasados, los caudales consumidos, los libros, muebles y efectos estraviados, &c., &c.; pero sin necesidad de vindicar con esta respuesta natural aquellas espresiones, parece que habiéndome remitido en todo el contesto de mi escrito al juicio de la Santa Sede han sido interpretadas con un rigor demasiado caviloso, puesto que establecida por preliminar esta salvaguardia, nada importaba ya una opinion mia en la política, de cualquier clase que fuere, al triunfo de la buena causa.

Prescindiendo de esta solucion acorde con el derecho canónico, no negaré tampoco ahora, ya que se hace preciso suscitar una materia tan odiosa y revelar los adentros de mi corazon, que cuando tendiendo la vista por España advierto lleno de amargura la pasion tan general de adquirir bienes de la Iglesia, y la faci

lidad con que lo consienten los depositarios sobrecogidos de terror, no puedo menos de anhelar ardientemente que se cierren las puertas del tesoro antes que le veamos agotado, temiéndome con mucha razon que se agrave cada vez mas nuestra lamentable crisis, como sucedió en Inglaterra, Francia, Italia, y pasa recientemente en Portugal.

La cuarta observacion de algunas personas respetables pertenece á las inmunidades eclesiásticas, cuyo origen apropié accidentalmente en la página 259 á la potestad civil, sin haber salvado con ningun correctivo aquel pasage bastante desairado en realidad; pero recomiendo á mis censores que se penetren bien del sentido esplícito y bien claro de todo el párrafo, y se persuadirán desde luego de que siempre voy hablando alli en cuanto al modo de reconocerse por los príncipes las inmunidades, de cuya doctrina, lejos de parar perjuicio al derecho de la Iglesia, se la sigue coino observa el abate Zacarías el beneficio de corroborarse con las leyes. Constantino, el gran Teodosio, Recaredo, Carlo-Magno y otros muchos piadosos monarcas, es innegable que se comportaron segun la ordenacion de Dios reconociendo las inmunidades de la Iglesia, pero tambien la dispensaron una gracia inapreciable autorizándola con su legislacion, pues de otro modo no hubiera entrado nunca en el goce pacífico de su prerogativa: es decir, que el origen de las inmunidades puede llamarse justamente civil tomándolas desde el acto de la posesion. Esta materia, que siempre ha sido delicada, necesita ahora mas pulso que nunca en atencion á que, menospreciados los anatemas de la Iglesia y desairados todos sus respetos, nos encontramos con una transformacion completa de la sociedad. Yo abundo muy edificado en los sentimientos de Benedicto XIV, que conociendo bien el espíritu innovador que se habia apoderado de los consejeros del Trono, nos exhorta á moderar cuanto sea posible

nuestras frases con tal que permanezca intacta la doctrina de la Iglesia, á fin de templar de este modo la oposicion del siglo y evitar rompimientos con los príncipes.

Se me ha censurado igualmente, que hablando de las falsas Decretales en el capítulo 4.0, atribuyo á su influjo la preponderancia adquirida por los Pontífices en Europa, dándose á entender de este modo, dicen los censores, que la Santa Sede se adjudicó una autoridad agena del Primado. Con todo me parece facil desengañarles de esta equivocacion remitiéndoles á la página 246, pues alli y en muchas otras profeso espresamente que reside en los Papas la autoridad y jurisdiccion radical de toda la Iglesia, y únicamente distingo el caso de la administracion de la justicia, la que sin embargo de derivarse mediatamente del Sumo Pontífice, es susceptible de mejorarse en su práctica, como se ha verificado en la presente disciplina, en virtud de la que los procesos se instruyen y sentencian en las respectivas diócesis, salvo algun espediente estraordinario que por su circunstancia se reserve la Santa Sede en uso de la plenitud de su potestad, segun espone el Concilio Tridentino.

Ultimamente, algunos amigos mios me han hecho un cargo mas fundado por desgracia, relativo al periodo de la página 289, que principia: "uno propondria," y concluye: "proporcionarse una concordia.” Verdaderamente que yo mismo no comprenderia como habiéndome producido con tanta circunspeccion en todo el libro respecto á los esclarecidos Obispos de España, pude esplicarme asi en aquel pasage; pero he caido en la cuenta pronto reflexionando sobre el punto, y acordándome que cuando dictaba aquellos conceptos varios y estremados, solo me propuse verter las opiniones del vulgo en persona de los Prelados, con el designio de esforzar la necesidad de recurrir al Papa, sin tener presente entonces que aun en el

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