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sar de esta respuesta, en mi concepto terminante, me replican todavia que un Obispo no debia esperar la declaracion pontificia para reprobar el origen vicioso de la Junta, contestaré de nuevo, que en esta materia no me reprende nada mi conciencia, pues me alarmé tanto desde el anuncio de su creacion, que hallándome en Madrid en aquella época, á poco tiempo de haberme consagrado, tuve la delicadeza de acercarme al Cardenal Tiberi, á fin de imponerme de tan notable novedad, con cuyo motivo supe entonces que el Ministro Garelly le habia presentado unas bulas impetradas en los reinados anteriores, acerca de las cuales habia consultado á Roma. Esta noticia, de la que despues de mi vuelta de Canarias me he asegurado evacuando personalmente la cita, demuestra claramente, lo uno que nunca me permití tomar en boca el nombre de la Junta sino en concepto de hallarse pendiente la referida consulta á Su Santidad; y lo otro que el origen suyo no se consideraba de tan facil resolucion en la diplomacia como los procedimientos ulteriores del Gobierno, en el hecho de no haber tenido á bien Su Santidad espedir el citado Breve hasta dos años despues de haber sido creada.

Además, no habiéndome servido yo del nombre de la Junta sino por via de argumento, deducido de las órdenes del Gobierno, con el designio de estrecharle mas y corroborar mis raciocinios, parece poco generoso interpretar en mal sentido tal periodo accidental de una esposicion, que respira por todas partes respeto al Sumo Pontífice y á los Cánones de la santa Iglesia.

La segunda observacion de varias personas de literatura y de mi singular aprecio, se refiere á los elogios que prodigo algunas veces al gobierno de la Union Americana, sobre cuyo punto sin duda no me habré esplicado bien, cuando una pluma tan brillante como la que suscribe en el juicio crítico de mi obra

inserto en la Civilizacion, periódico de Barcelona, se inclina al mismo dictamen.

Con todo, como á pesar de la consideracion que me merece su ilustre autor (Balmes), nadie debe saber mejor que yo mis propias opiniones, referiré ahora con este motivo lo que podrá haberle inducido en semejante equivocacion. Considerando muchas veces á mis solas el terror pánico que infunde á varias personas timoratas la palabra soberanía nacional, me propuse examinar su hipótesis con detenimiento, y profundizar sin ceño su significacion, á fin de enterarme imparcialmente de las razones en que se fundaban los publicistas para intentar estender su imperio á las materias eclesiásticas. Entrando en esta tarea, advertí al instante que la soberanía nacional, tan decantada entre los asambleistas de París y los corifeos de nuestras Cortes, no ha sido ejercida nunca ni por sueños en Francia ni en España: en cuyas dos naciones, como observa y prueba Tocqueville, los sufragios de las urnas electorales solo representan el producto de los partidos apoyados en las sociedades secretas y en las armas. De lo que se sigue, sin ningun género de duda, que la cuestion de soberanía nacional no tiene lugar en nuestra España.

Examinando despues la constitucion anglo-americana y el derecho político de aquellos pueblos, observé tambien que ejercian verdaderamente la soberanía nacional en toda la estension de la palabra: mas advirtiendo al mismo tiempo que ni el Congreso ni el presidente de la república intervenian en nada respecto á la Religion, saqué la consecuencia de que, aun admitida hipotéticamente la soberanía nacional, no facultaba de ningun modo esta teoría á los legisladores para reservar á su inspeccion el arreglo de los negocios eclesiásticos.

Plantados ambos problemas por este método nuevo, confieso sin disfraz que no he tenido motivo hasta

ahora de avergonzarme de su ensayo; pues me consta que se han desengañado con su lectura varios literatos de escelente nota, y que ha impuesto silencio á mas de un entusiasta de los principios revolucionarios. Mi preferencia, pues, al sistema de la Union Americana nunca la entendí ni ha debido entenderse sino con relacion á los gobiernos representativos de Europa, que ejercen á favor de los partidos y de las sociedades secretas una soberanía ilimitada, estensiva en su intencion á la santa Iglesia, sin intervenir en nada la nacion: y en prueba de mi sinceridad y de que no han sido bien penetradas mis ideas en la parte política, manifestaré ahora francamente mi modo de pensar, á fin de desengañar á mis censores y dejar bien sentada mi vindicacion.

Adicto por convencimiento á la monarquía libre (*) (aunque jamás me he mezclado ni mezclaré en las revoluciones del Estado, agenas del sacerdocio), no negaré que siempre me ha costado mucho trabajo comprender dos dificultades capitales, entre otras muchas, á las que nadie me ha contestado todavia; á saber: 1.a Cómo es que necesitándose cierta práctica, cierta instruccion, cierto aprendizage para llegar á poseer una profesion cualquiera, y aun hasta para habilitarse en el arte de obra prima, se supone tan gratuitamente en el sistema representativo que ha de salir como por encanto un legislador de los sufragios de un pueblo iliterato, aunque los reuna en su favor un hombre peregrino en el Derecho, en la literatura, y en todos los ramos de las ciencias. En esta parte protesto con ingenuidad mi simpatía con Filipo el Macedonio, quien se burlaba con mucho fundamento de

(*) Digo libre y no absoluta; palabra odiosa que han introducido los enemigos del trono, y no se ha aplicado jamás hasta estos tiempos á la real autoridad. Los que la usan de buena fe en contraposicion al gobierno representativo, equivocan su significacion, (Véase mi Ensayo sobre la influencia del luteranismo.)

la facilidad de los atenienses en hacer un general todos los años de cada ciudadano. ¿Cómo dos, tres ó cuatro mil colonos y artesanos por provincia, encallecidos en las labores del campo ó con el manejo de las herramientas, sin tener obligacion de saber leer, y sin haber visto siquiera las fisonomías de los candidatos por las que poder columbrar un rasgo de su carácter; estos mismos hombres que forman la pluralidad, han de ser considerados con ciencia suficiente para elegir los representantes y señalar legisladores á la patria? Si no se ha conocido hasta ahora la fuerza de esta objecion, consistirá acaso en que, capitaneados los partidos por corifeos de influencia y travesura, han sido árbitros para servirse de la clase numerosa á merced de sus pasiones, interpolando de este modo entre ochenta ó cien nulidades y apariencias una docena de hombres instruidos, de cuyo cargo habria de correr dominar las asambleas, dictar leyes y tomar las riendas del Estado; pero desde el momento en que se verificaran las elecciones segun prescribe el orden legal, ninguna persona que haya penetrado el estado social de Europa podrá dejar de conocer que se verian ocupados los bancos parlamentarios por vocales enteramente ineptos. Es decir, que para que subsista el simulacro del sistema representativo introducido en Europa aun en el miserable estado que está figurando en nuestra época, se necesita infringir su reglamento, y observar una práctica enteramente opuesta á su teoría.

Tambien se resiste á mi inteligencia comprender, cómo es que disponiendo el Gobierno de tantos empleos, tantas gracias, tantas condecoraciones en la corona de España, se ha tardado tanto tiempo en preveer, atendida la flaqueza de la naturaleza humana, que los vocales de las Cortes, salvas algunas escepciones, habian de fijar su principal conato en congraciarse con el Ministerio si se prometian remuneracion

en sostenerle, ó en substituirle con otro de su bandería en el caso opuesto, y que por lo mismo siempre habríamos de estar presenciando esta alternativa odiosa de mudanzas y caidas de Ministros, este turno incesante de tumultos, y esta furia de audaces tentativas que en ningun tiempo, en ningun pais del mundo dejan de repetirse por necesidad cuando está por medio la pasion del interés. ¿Qué se pensaba? El interés que arranca al hombre de sus lares, le desprende de los brazos de su esposa, le aleja de su patria, le lleva por mar y tierra sufriendo mil trabajos en busca de una fortuna incierta este interés tan irresistible que subordina á su imperio todas las pasiones, ¿habia de desaparecer repentinamente del corazon de los Diputados, haciéndoles indiferentes al atractivo de una toga, una faja, una intendencia ó una gefatura, sin mas sacrificio que ofrecer una haba en rehenes?

y

Ningun filósofo ha respondido hasta ahora á estas reflexiones, que ocurren al entendimiento mas vulgar hacen el tormento de las personas ilustradas amantes de la patria; pero con todo piensan muchos publicistas orillar la dificultad alegando en defensa de sus opiniones, que de no apelar á esta teoría, inventada por escritores eminentes, tropezaríamos con el despotismo insoportable de los reyes; y que en concurrencia de dos males debe preferirse el menor. El axioma es cierto, pero la consecuencia merece ser examinada.

En primer lugar, el despotismo ponderado de los reyes con que nos alarman estos ingenios peregrinos, no debe contarse como absolutamente necesario, puesto que cuando los tronos se hallan ocupados por los Fernandos, Alfonsos, Luises, Isabeles, Carlo-Magnos, &c., &c., los reyes entonces pueden ser considerados como ángeles tutelares de los pueblos y delicia de la humanidad: de lo que deduciremos legítimamente, recordando las objeciones precedentes contra el gobierno representativo, que los efectos lamenta

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