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El único plan que podia adoptarse para conseguirlo a la larga, era fundar en situaciones convenientes fortalezas i ciudades que sirviesen de diques a aquel mar de barbarie i de intrepidez, siempre bravío, preñado de tempestades aun en sus calmas, i que creasen centros industriales en cuyo contorno se acumulasen elementos de civilizacion de dominacion, que poco a poco se fueran esparciendo por toda la comarca.

Fué esto lo que comprendió perfectamente la vista penetrante de Pedro de Valdivia; pero confió demasiado en sus fuerzas, i cometió la grave falta de no conocer que carecia de los recursos indispensables para llevar a cabo esta idea, a lo ménos en toda su estension.

Valdivia multiplicó las fortalezas i las ciudades en la rejion austral de Chile; pero aquello era solo la mitad de la obra que debia realizarse, ménos quizá de la mitad.

¿I la otra mitad, la mas importante?

¿Cómo guarnecer esas fortalezas; cómo poblar esas ciudades?

No bastaba delinear calles, levantar una capilla i una cárcel, una casa de ayuntamiento i un recinto fortificado, i rodear todo aquello con una pared, una estacada o un foso. Era necesario encontrar jente que se avecindara dentro de aquel lugar; i esto era lo dificultoso, o mas bien lo imposible. Sobraban la tierra i la madera para construir edificios; pero faltaban los habitantes para ocuparlos.

En caso de ataque, las nuevas poblaciones no contenian los recursos suficientes para defenderse por sí solas; i como se hallaban situadas a largas distancias unas de otras, no alcanzaban a protejerse mutuamente.

La historia, por boca del cronista de Indias An

tonio de Herrera, pronunció hace años su fallo razonado sobre aquel erróneo sistema. "Pedro de Valdivia, con menor consejo del que debiera capitan de tanta esperiencia i buen juicio, abrazó mas, e hizo mas poblaciones de las que conviniera segun los pocos soldados que tenia en provincias que hervian de jente la mas guerrera i bien armada de cuantas naciones se han descubierto en el Perú, sin vivir con sujecion de señores, como los de Méjico i el Perú, sino por parcialidades, reconociendo a los parientes mayores i mas valientes" (1).

Lo mas asombroso es que muchos gobernadores que sucedieron a Pedro de Valdivia, estraviados por falsas ideas estratéjicas, o halagados por la necia vanidad de llamarse fundadores, continuaron, a pesar de las representaciones de los cabildos, levantando fuertes i mas fuertes, donde diseminaban sus tropas, que se aburrian de fastidio mientras se las dejaba en paz, i que no podian sostenerse cuando se las atacaba.

En el dia de la prueba, se vió por una triste esperiencia, que tantos establecimientos aislados i dispersos, desprovistos de guarnicion i poblacion suficientes, no contenian a los indíjenas i ponian en peligro la vida de sus moradores.

Los indios sublevados podian rodearlos con facilidad por todas partes, interrumpir las comuniciones, sitiarlos en debida forma.

Como se hallaban mui distantes entre sí, los españoles no alcanzaban a ausiliarlos oportunamente; i como los soldados que los guarnecian eran poco numerosos, hacian mucho resistiendo.

Si las murallas eran un escudo contra las lanzas del salvaje, no lo eran contra el hambre i la sed,

(1) Herrera, Historia jeneral de Indias, década 8, libro 7, capítulo 4.

que nunca tardaban en hacerse sentir en una tierra, sobre inculta, desolada por la guerra, donde el conquistador no poseia mas suelo que el que pisaba. Cuando las provisiones se agotaban, los sitiados recurrian para alimentarse a los caballos, a los perros, a los gatos, a las sabandijas mas inmundas, cuya carne saboreaban, porque al matar tan asquerosos animales, reservaban todavía el cuero para devorarlo en seguida. Con mucha frecuencia tenian que hacer salidas para proporcionarse yerbas i raíces, que no lograban arrancar con la punta de la espada, si no despues de reñidos combates, en que muchos dejaban la vida.

Cuando no llegaban refuerzos, la funcion solia terminar, o con la toma de la plaza, en cuyos desventurados habitantes se cebaba la rabia del ven

cedor; o con el abandono de ella por la guarnicion, que procuraba abrirse un sangriento paso al traves de sus fieros i encarnizados enemigos.

En ambos casos, los indios demolian hasta los cimientos aquellos muros, que cuando estaban en pié, eran signo de su opresion; i que derribados, eran testimonio de su pujanza.

La multiplicacion i aislamiento de las poblaciones, sin tener jente suficiente para habilitarlas, fué uno de los mayores desaciertos que los españoles cometieron en la conquista de Arauco.

La razon i la esperiencia les indicaron desde temprano que no debian intentarse nuevos establecimientos sin haber asegurado bien el territorio que ya habian realmente ocupado, i sin poseer todos los recursos necesarios para sostenerlos.

II.

Los españoles habrian deseado, cada vez que

estallaba un levantamiento parcial o total de los araucanos, que éstos les presentaran o les admitieran batalla; pues, aunque en mas de una ocasion la suerte de las armas les fué adversa, sin embargo las probabilidades del triunfo estaban por ellos.

Pero los araucanos, que habian aprendido que tal táctica no era la que les convenia, recurrian a ella mui pocas veces; i entónces cuidaban de situarse en cuestas, ciénagas, desfiladeros u otros lugares donde pudiesen tomar alguna posicion ventajosa.

Por lo jeneral, junto con sublevarse, o haber ejercido alguna represalia terrible, se retiraban a los montes o a los bosques, o se dividian en pequeñas partidas para no presentar un cuerpo de ataque.

Puede decirse que combatian ocultándose.

Pero si sorprendian a algunos españoles estraviados o aislados, a algunos soldados desbandados, a algun destacamento poco considerable o a algu na guarnicion descuidada, ¡pobres de los sorprendidos! podia llamarse feliz el que escapaba sano i salvo, i aun el que perdia la vida sin horribles martirios.

El tratamiento que los conquistadores daban a los araucanos era inhumano, pero la venganza solia ser feroz.

III.

Convencidos los españoles de que el plomo i el acero eran impotentes contra enemigos inencontrables, invisibles, recurrian al ausilio del hambre para hacerlos salir de sus guaridas i traerlos a la obediencia. Todos los años hacian incursiones

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por el territorio de Arauco, con el objeto de destruir las mieses que lozaneaban en los campos, e incendiar las cosechas que estaban guardadas en los ranchos, método eficasísimo, segun un escritor español, para someter a los sublevados, porque alcanzaba a donde no llegaban las armas, hiriéndolos a todos sin distincion, hombres i mujeres, viejos, jóvenes i niños.

Este jénero de hostilidades intimidó a veces a algunas tribus, que doblaron la cerviz ántes que morir de inanición. Por ejemplo, la mayor parte de la provincia de Tucapel se sometió despues de haberse visto en una miseria tan espantosa, que los padres se comian a los hijos, segun consta de una carta dirijida al rei en 1608 por el gobernador Alonso García Ramon.

Los españoles habian aprendido a hacer esta guerra del hambre en la Península, donde la habian empleado en su lucha con los moros; i preciso es confesar que sabian hacerla como hombres prácticos.

"Los buenos efectos de la campeada temprana, decia el 19 de febrero de 1611 en forma de advertencia o consejo el gobernador saliente don Luis Merlo de la Fuente a su sucesor don Juan de Jara Quemada, son sin comparacion mui mayores, porque desde principio de noviembre hasta fin de año, se halla el campo mui poblado de yerba, i en cualquiera quebrada hai agua, i las comidas del enemigo se hallan verdes, i se hace mas daño en ellas en un dia, que estando secas en seis; demas de que cortándoselas verdes, no les queda recurso ni esperanza alguna de sustento; i cortándoselas secas, que es en el tiempo i sazon que los demas gobernadores se las han talado, no se corta la sesta parte que cortadas en berza, i el daño no es tan consi

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