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EL JENERAL FRAI FELIX ALDAO

GOBERNADOR DE MENDOZA

Hace veintiocho años que tuvo lugar la escena que voi a referir1. Eran las cinco de la tarde del 4 de febrero de 1817, hora en que el sol, aun mui elevado en el cielo, echaba sus rayos de despedida en un oscuro i hondo valle que forman las ramificaciones de la cordillera de los Andes. El rio de Aconcagua desciende por entre ellas de pedrisco en pedrisco interrumpiendo con sus murmullos el silencio de aquellas soledades alpinas. La vanguardia de la division del coronel Las-Heras, que descendia a Chile por el camino de Uspallata caminaba silenciosa por un sendero quebrado i erizado de puntas. La Guardia-Vieja se divisaba en lo hondo del valle como un castillejo feudal, abandonado en la apariencia, pero ocultando un destacamento español que veia venir la columna de los insurjentes que se acercaba en silencio i apercibida para el combate. Dos descargas de detras de las trincheras iniciaron la jornada; una compañía de Cazadores del Núm. 11 se acercaba tiroteando por la orilla del rio hasta doce pasos de las murallas, mientras que otra desfilaba por las faldas escarpadas de un cerro para imposibilitar todo escape Un momento despues, la tropa de línea tomaba los parapetos a la bayoneta, i la Guardia-Vieja presentaba todos los horrores del asalto. Treinta sables se veian en la orla de este cuadro subir i bajar en el aire con la velocidad el brillo del relámpago; entre estos treinta granaderos a caballo mandados por el teniente José Aldao, i en lo mas enmarañado de la refriega, veíase una figura estraña vestida de blanco, semejante a un fantasma, descargando sablazos en todas direc

(1) Esto se escribia en febrero de 1845.

J. F. Q.

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ciones, con el encarnizamiento i la actividad de un guerrero implacable. Era el Capellan segundo de la division que, arrastrado por el movimiento de las tropas, exaltado por el fuego del combate, habia obedecido al fatídico grito de ja la carga! precursor de matanza i esterminio cuando heria los oidos de los vencedores de San Lorenzo. Al regresar la vanguardia victoriosa al campamento fortificado que ocupaba el coronel Las-Heras con el resto de su division, las chorreras de sangre que cubrian el escapulario del capellan, revelaron a los ojos del jefe, que ménos se habia ocupado en ausiliar moribundos, que en aumentar el número de los muertos. "Padre, cada uno en su oficio: a Su Paternidad el breviario, a nosotros la espada. Este reproche hizo una súbita impresion en el irascible Capellan. Traia aun el cerquillo desmelanado i el rostro surcado por el sudor i el polvo; dió vuelta a su caballo en ademan de descontento, cabizbajo, los ojos encendidos de cólera i la boca contraida. Al desmontarse en el lugar de su alojamiento, dando un golpe con el sable que aun colgaba de su cintura, dijo como para sí mismo: lo verémos! i se recostó en las sinuosidades de una roca. Era este el anuncio de una resolucion irrevocable; los instintos naturales del individuo se habian revelado en el combate de la tarde, i manifestádose en la superficie con toda su verdad, a despecho del hábito de mansedumbre, o de una profesion errada; habia derramado sangre humana, i saboreado el placer que sienten en ello las organizaciones inclinadas irresistiblemente a la destruccion. La guerra lo llamaba, lo atraia, i queria desembarazarse del molesto saco que cubria su cuerpo, i en lugar de un cerquillo, símbolo de humillacion i de penitencia, queria cubrir sus sienes con los laureles del soldado; habia resuelto ser militar como José i Francisco, sus hermanos, i en vez del pacífico valor del sacerdote que encamina al cielo el alma del guerrero moribundo, encaminar a la muerte a los enemigos de su patria. I el temor del escándalo no era parte a retraerlo de esta resolucion, pues muchos ejemplos análogos podia citar en su apoyo; el célebre injeniero Beltran, que iluminaba con antorchas bituminosas las hondonadas de la cordillera para facilitar en medio de la noche el pasaje de los torrentes, i que preparó después en Santiago los cohetes a la congréve que debian lanzarse sobre los castillos del Callao, era tambien un fraile que habia colgado los hábitos a fin de hallarse mas espedito para servir a la patria; por todas partes en América, sobre todo en Méjico, se habia

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