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visto curas i monjes ponerse a la cabeza de los insurjentes, aprovechándose del prestijio que su carácter sacerdotal les daba sobre las masas; últimamente, no era de devotos de lo que podia acusarse a los ejércitos revolucionarios de la época que participaban del espíritu de la reaccion que se apodera de los pueblos en las crísis sociales. Sus instintos naturales, por otra parte, habrian vencido al fin i al cabo una conciencia poco escrupulosa, aunque su resolucion careciese de ejemplos tan influyentes i de una aquiescencia tan tolerante. De una familia pobre, pero decente, e hijo de un virtuoso vecino de Mendoza que habia prestado muchos servicios como jefe de la frontera del sur, mostró desde su infancia una indocilidad turbulenta que decidió a sus padres a dedicarlo a la carrera del sacerdocio, creyendo que los deberes de tan augusta mision reformaran aquellas malas inclinaciones. ¡Error lamentable! Su noviciado fué, como su infancia, una serie de actos de violencia i de inmoralidad. No obstante ésto, recibió las órdenes sagradas el año de 1806 en Chile bajo el óbispado del señor Maran, i el patrocinio del reverendísimo padre Velazco, domínico que le ayudó en su primera misa celebrada en Santiago. ¡Cuál debió ser un asombro al ver a su ahijado de órdenes, presentársele al dia siguiente de la batalla de Chacabuco, con el uniforme de granaderos a caballo, con el terrible sable a la cintura i los aires marciales que ostenta el soldado victorioso! ¡Un dia te arrepentirás, malvado!, fué la esclamacion que el horror de aquella profanacion arrancó al buen sacerdote. Pero desgraciadamente para él i para los pueblos arjentinos, la profecía no ha sido justificada por los hechos; el apóstata murió en su cama; los honores de jeneral le rodearon en su tumba, i su muerte, si no ha sido llorada, no ha satisfecho tampoco la justicia divina en la tierra.

El coronel Las-Heras en su parte oficial del combate de la Guardia-Vieja, en cumplimiento de su deber, habia recomendado al fraile por haber rendido i hecho prisioneros a dos oficiales, lo que segun la ordenanza militar, constituye un título para merecer ascensos; i a su pedido, el fraile que en la Guardia-Vieja hacia su primer ensayo como aficionado, pudo ya presentarse en la batalla de Chacabuco bajo el honroso carácter i uniforme de teniente, agregado a Granaderos a caballo, i obtar a los laureles que ciñen la frente del guerrero; i aunque nunca pudo librarse de la denominacion de el fraile con que el ejército i el público lo designó siempre, justificó desde sus primeros pasos en la escabrosa senda de

la gloria, que no en vano ceñia una espada, i que habia la patria rescatado un hijo que ayudaria poderosamente a su salvacion. En todos los encuentros se mostró soldado intrépido, acuchillador terrible, enemigo implacable. La campaña de Chile, que concluyó con la completa espulsion de los españoles, fué para él un teatro glorioso en que ostentó su audacia característica i su sed de combates. Un hecho citaré que merece un lugar distinguido entre los muchos que ocurrian en aquella época de hazañas estupendas. En la persecucion que siguió a la batalla de Maipú, un granadero español de una talla jigantesca, se abria paso por entre centenares de enemigos que le precedian i rodeaban por todos lados; cada golpe de su terrible sable echaba un cadáver mutilado a tierra; un círculo vacío en derredor suyo mostraba bien a las claras el terror que inspiraba, i los vencedores todos que habian pensado traspasarlo, habian pagado con la vida su temeridad. El valiente Lavalle lo seguia a corta distancia, i por confesion suya, sentia flaquear su valor romanesco cada vez que el calor de la persecucion lo conducia a aproximársele demasiado. El teniente Aldao los alcanza, ve al terrible español, se lanza sobre él, i cuando sus compañeros esperaban verle caer abierto en dos, le ven parar el tremendo sablazo que le manda el granadero, i hundirle en seguida i revolverle hasta el puño en el corazon repetidas veces la espada. Mil vivas fueron la inmediata recompensa de su temerario arrojo.

Pero si el valiente apóstata honraba su nueva vocacion por los hechos de armas, su conducta pudiera en otra época que aquella, haberle cubierto de baldon irreparable. Libre de la sujecion que hasta poco ántes ponia a sus instintos el carácter sacerdotal, ansioso de goces, i acaso impulsado al desórden por aquella necesidad de conmociones fuertes que sienten para adormecer su conciencia los hombres que se han aventurado a dar un paso reprensible, el fraile se hizo notar desde luego por el desenfreno de sus costumbres, en las que la embriaguez, el juego i las mujeres entranban a formar el fondo de su existencia; i sin duda que pasara por alto estas tachas que afean su vida, i que, sin embargo, eran tolerables en aquellos dias de conmociones i entre hombres que necesitaban resarcirse de los padecimientos i privaciones que les imponia una profesion de hierro, si estos vicios no hubiesen sobrevivido en él a las excitaciones que atenuaban su fealdad, influido en los principales acontecimientos de su vida, cubier

to de ignominia a un pueblo entero, i conducídolo i acompañádolo hasta el sepulcro.

Aun entre sus compañeros de armas agotó la abundante induljencia con que se miraban entónces aquellos desórdenes, i los jefes cuidaron siempre de aprovecharse de su valor, alejándole, sin embargo, del teatro principal de la accion. Cualesquiera que sean las ideas de un hombre, siente cierta repugnancia al ver a un sacerdote manchado en sangre, i entregado a la crápula i a los vicios. San Martin siempre lo tuvo o agregado a los cuerpos o en comisiones especiales.

grueso

La espedicion libertadora que zarpó de Valparaiso a las órdenes de San Martin a sustraer el Perú de la dominacion española, le contó en sus filas como capitan agregado a Granaderos a caballo. En aquel pais, residencia entónces del de las fuerzas españolas, el ejército libertador necesitaba ausiliares que de todas partes hostilizasen al enemigo i proveyesen de recursos al ejército. Con este fin se organizaron en la Sierra bandas de guerrilleros, montoneras o republiquetas, como solian llamarse, que mantuviesen en continua alarma a los realistas. Necesitábase para acaudillarlas, hombres decididos que lo intentasen todo, i para quienes todos los medios fuesen buenos, incluso el pillaje, el asesinato i todo jénero de violencias. El capitan Aldao, despues de haberse hallado en los encuentros de Laca i de Pasco, fué destacado a levantar una de aquellas bandas, i obrar separadamente, segun se lo aconsejasen las circunstancias. Dueño allí de sí mismo i sin autoridad alguna que pesase sobre él, es fácil concebir que los actos de violencias i la satisfaccion de pasiones desarregladas, encontrarian víctimas i pábulo en poblaciones tímidas e incapaces de resistir. Un hecho notable i que lo caracteriza suficientemente tuvo lugar durante su mansion en aquellos parajes apartados. Habíase propuesto defender con sus indios el pasaje del puente de Iscuchaca; pero al aproximarse un destacamento español, mas de mil indíjenas huyen cobardemente, malogrando su ventajosa posicion, i entregando sin resistencia al enemigo un punto importante. El jefe, enfurecido, i no pudiendo contener a los fujitivos, se echa sobre ellos como un leon sobre un rebaño de ovejas, i no deja de matar indios sino cuando ha marcado su pasaje por entre la multitud con un larga calle de cadáveres i de heridos que caen a ambos lados a los repetidos golpes de su sable. Por sangriento que hubiese sido un combate en el puente i por mas efectivo el fuego de los españoles, habrian perecido mé

nos hombres que los que quedaron en aquel campo, víctimas de la cólera de uno solo.

Los acontecimientos que dieron lugar a la disolucion del ejército de San Martin, hicieron inútil su mansion en la Sierra; i con el grado efectivo de teniente coronel bajó a Lima, donde la fortuna lo favoreció en el juego hasta poner en sus manos un gran caudal. Con esta adquisicion se separó del ejército en 1823, i se dirijió a Pasco, por motivos que ignoro. Allí conoció a una jóven de familia decente, de figura agradable, que realzaban quince años i las gracias que distinguen a las mujeres peruanas; i el fraile teniente coronel, cansado de combates i amansado por los dones de la fortuna, sintió encenderse en su corazon una amorosa llama que prendió bien pronto en el del objeto que la habia excitado. No fué ésta una de tantas afecciones pasajeras como las que cruzan, cual ráfagas luminosas, por la vida amasada de fatigas i de sufrimientos de un militar aventurero; era una pasion profunda, irritada aun mas por la imposibilidad en que su apostosía le ponia de santificarla con los indisolubles vínculos del matrimonio. Afortunadamente para él, aquella jóven tuvo suficiente abnegacion para aceptar el humillante carácter de querida de un militar cuyas charreteras no alcanzaban a cubrir el feo borron de la apostasía; i sacrificándole patria i familia, se dejó robar, acompañando al que bien a su pesar no podia ser su esposo, a tierra estranjera, para ocultar allí, si era posible, los sinsabores que les imponía una posicion social que teñia con los colores del vicio una union que hubiera podido ser santa sin los votos que habia hollado su raptor sin alcanzar a romperlos. Aldao vino a fijarse en San-Felipe, capital de la provincia de Aconcagua, donde se consagró al comercio, llevando una vida regular, que en nada le distinguia de los demas vecinos. Pero la mal afortunada pareja estaba condenada a sufrir las consecuencias inevitables a su falsa posicion, i la Iglesia, aquella esposa que habia repudiado el apóstata, no podia verlo entregado a otra ménos digna que ella. El cura Espinosa empieza a inquietarlo, le amenaza hacerlo conducir a Santiago con una barra de grillos, i entregarlo a la justicia del prelado de la Orden a que habia pertenecido, forzándole al fin a llevar a Mendoza, su patria, el escándalo de su ilejítima union. ¿Por qué la sociedad i las leyes se manifiestan tan severas en casos en que como éste, no hai medio que elejir, i en que lo que fuera un vicio en circunstancias ordinarias, es acaso una virtud recomendable? La Iglesia, por otra parte, se

muestra implacable para con los ministros que abandonan sus filas i quieren pasar a las de la sociedad civil. Si el fraile Aldao hubiera podido lejitimar su matrimonio, acaso sus pasiones, dulcificadas por los goces domésticos, le habrian retraido de los crímenes i desórdenes a que mas tarde se abandonó por despecho, quizá por horror de sí mismo,

Aldao al cruzar los Andes, debió de ser asaltado por los recuerdos que la vista de los lugares testigos de nuestras acciones despiertan siempre en el ánimo con la vivacidad de sucesos recientes. Las nevadas crestas de los Andes, que dividen hoi dos repúblicas, se alzaban tambien para él como el límite de dos fases distintas de su vida: el fraile domínico, el capellan, de aquel lado; de éste, el teniente coronel, el esposo ilejítimo de la mujer que traia a su lado. Acaso rodaban aun al viento por las breñas inmediatas algunos harapos deshilachados del hábito que por allí colgó seis años antes. Mendoza, que le habia visto revestido de los ornamentos sacerdotales, ofrecer en los altares el incruento sacrificio, iba ahora a verle con charreteras en lugar de casulla sobre los hombros, i por cingulo una espada. Las mujeres i los niños al verle pasar, habrian de señalarle con el dedo, i con la sorpresa, la desaprobacion i la novedad pintadas en sus semblantes, trasmitirse al oido esta injuriosa frase: el fraile! Me detengo en estas consideraciones, porque esta circunstancia de ser irrevocablemente fraile el teniente coronel don Félix Aldao, convertida en apodo en boca del pueblo, ha influido poderosamente sobre su carácter i sus acciones posteriores. El desprecio que concitaba su posicion equívoca estaba presente a sus ojos, i aun en la época de sus tiranía, la palabra fraile lo heria como una mordedura. Aldao huyó siempre del público, i alimentó en secreto una especie de rencor contra la sociedad, tanto mas temible, cuanto mas reconcentrado era i ménos posible desahogarse ni señalar la causa. A su llegada a Mendoza en 1824 tomó una hacienda apartada, donde se consagró a la industria con una actividad i una intelijencia que le hacen honor. Allí, léjos de las miradas del público, en el seno de su familia, podia verse llamado padre por sus hijos, sin mas zozobra que el recuerdo amargo de que en otro sentido se le habia llamado el padre Aldao. Así, los goces de la paternidad fueron para él un suplicio i un acusador eterno! Desgraciadamente para éli su pais, ni esta felicidad facticia le fué dado gozar largo tiempo; el ruido de las armas i los ecos del clarin que llamaban a la guerra civil, penetraron en

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