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ponia en claro el derecho que tenian los notables del país de tener arte ó parte en el nombramiento del presidente y hacia presentir el principio de una nueva era administrativa y social.

Una vez decretada, en dichos términos, la deposicion de Carrasco por el pueblo, restaba que la real audiencia llenase el penoso y difícil encargo de sujerirle su aceptacion, para lo cual se necesitaba la mediacion de un hombre de influjo y de persuasion que lo indujese á dicho consentimiento; en atencion á que su carácter era terco é interesado, como todos sabian. Por estas razones se pusieron todas las miras en el R. P. Cano, confesor del mismo gobernador, depositario, naturalmente, de su confianza, y dotado de todas las santas virtudes de su ministerio. La real audiencia le pasó recado, y le dió á entender, sin dificultad, la situacion crítica del país, situacion que llenaba ya de tribulaciones al mismo padre, poco mas ó menos, como á todos los realistas, y aceptó, sin reparo, aquella delicada mision, á la cual preparó al gobernador con palabras halagüeñas.

Pero sus flores de retórica quedaron sin efecto. Carrasco rechazó desdeñosamente la proposicion como vergonzosa pa a él y contraria á los intereses del estado. Bien que ya se sintiese interiormente desamparado de toda su fuerza moral, aun creia poder contar sobre las tropas, y su negativa final fué acompañada de un jesto convulsivo de impaciencia, en vista de lo cual Cano vió claramente que era inútil perder tiempo en querer persuadirlo, y se fué á dar parte de su mal suceso á la real audiencia.

Justamente, á la sazon, aquel tribunal acababa de recibir de un miembro del Cabildo el parte mas alar

mante sobre la actitud del pueblo, actitud que denotaba indubitablemente que se acercaba la crisis tan temida, y por la cual su propia existencia iba á hallarse comprometida. En consecuencia, resolvió condenar al ostracismo al hombre que era la causa principal del desórden que crecia visiblemente, y se trasportó, en cuerpo, al palacio del gobernador.

El rejente, tomando la palabra, puso á la vista de Carrasco las imájenes mas espantosas, como resultado infalible de su resistencia á la voluntad jeneral. Los clamores que se oyen, le dijo, la conmocion que todos vemos, no son una pueril ficcion y sí el estremecimiento de una fuerza potente, irresistible, que se prepara á arrancar por la raiz todos los elementos del poder de la corona, empezando por el de V.

Lejos de rendirse á estas razones, Carrasco entamó una discusion sobre el objeto de la demanda, á la que no podia oponer mas que la conciencia de su inviolabilidad ; pero contra esta objecion, que seria de mucho peso en diferentes circunstancias, el rejente le puso argumentos sin réplica que lo acosaron, y tuvo que decidirse á dejar un puesto en el que se habia visto perpetuamente juguete de todos los partidos; pero, afin de poner su grave responsabilidad á cubierto, pidió hacerlo en presencias de todos los cuerpos políticos reunidos.

En efecto, se reunió aquella memorable asamblea el dia 16 de julio de 1810, asamblea que se redujo á una junta de guerra, con la real audiencia y el Cabildo por acompañados. Despues de haber pedido á la asamblea su consentimiento, que le fué concedido, Carrasco espuso que su salud, sumamente debilitada, no le permi

tia entregarse al cuidado de los asuntos administrativos. con la eficacia que pedian las circunstancias críticas del país, y que exijiéndolo, como lo exijian el interes de la monarquía y la tranquilidad del país, creia oportuno el desistirse del título de presidente en favor de otra persona propia á calmar la fermentacion de los espíritus. Pidió, en seguida, para ejecutarlo sin conflictos, el beneplácito de los militares que por su graduacion y antigüedad tenian derecho á la sucesion del mando; á lo cual le fué respondido que aquel derecho pertenecia al conde de la Conquista, como brigadier el mas antiguo, pues lo era, en efecto, de algunos meses mas que el intendente de Concepcion, don Luis de Alava, el único de su grado. En consecuencia, se dieron votos y todos recayeron en el conde de la Conquista, en vista de lo cual Carrasco pronunció con voz alterada su abdicacion, pasando, al mismo tiempo, el baston á manos de don Mateo de Toro Zambrano, con grande satisfaccion de la asamblea, y aplauso de una multitud de habitantes que aguardaban con ansia por este resultado delante de palacio.

Así se terminó la carrera política de aquel personaje, que la ventura sola habia ensalzado á la suprema dignidad del estado, dignidad que habria podido sostener en tiempos de buen órden y de regularidad, pero que en aquellas circunstancias, muy ciertamente, no podia menos de comprometer. Sin embargo, sin querer hacer la apolojía de ciertos actos de rigor y de injusticia que hubo en su gobierno, no se puede negar que Carrasco era humano y tenia probidad; pero débil y limitado, la cortedad de sus luces y la prontitud con que se acaloraba lo precipitaban á providencias las mas impolíticas y opuestas á lo que exijian las circunstancias.

Tan pronto se dejaba llevar indolentemente mirando con indiferencia el progreso de las ideas, tan pronto tomaba medidas exajeradas de rigor contra ellas, y así siempre acababa por proporcionar alguna ventaja á los partidarios de la revolucion. La suprema junta de España le habia espedido el despacho de gobernador en propiedad de Chile, con fecha de 10 de febrero de 1809; pero el virey del Perú, Abascal, que habia recibido diferentes informes sobre su incapacidad, no le habia dado curso. Es verdad que, por informes de la misma naturaleza, la rejencia misma de Cádiz se lo quitó un año despues, temblando de que pusiese las cosas en peor estado, y lo habia traspasado á la real audiencia, que no tuvo tiempo para disfrutarlo. En resúmen, el dia de su caida fué para Carrasco y sus partidarios un dia de duelo, como lo fué de esperanza para los demas partidos, de los cuales unos contaban sobre el influjo de los numerosos deudos y aliados del nuevo presidente en la tranquilidad pública; y otros, por el contrario, presentian, y casi creian ver la revolucion realizada y dando nacimiento á una nueva era social. En cuanto al goberdador caido, su desgracia no le quitó del pensamiento sus intereses, y aun tuvo la mala suerte de inspirar una especie de desprecio final reclamando la totalidad de los 10,000 pesos de su sueldo de presidente.

CAPITULO VII.

Don Gaspar Marin es nombrado asesor del presidente, y don Gregorio Argomedo secretario. - Pronunciamiento de los liberales, á consecuencia de un banquete en casa del conde de la Conquista. Mal éxito de los miembros del cabildo en su proyecto de aumentar el número de rejidores. -- Medidas que toma don José Antonio Rodriguez para impedir la instalacion de la junta de que se trataba. Su cita para comparecer en casa del presidente y su enérjica respuesta. Dificultades que encuentra la real Audiencia para hacer jurar obediencia á la rejencia de España.- Interpelacion del ayuntamiento contra don José María Romo, por causa de sus sermones sediciosos.

La caida de Carrasco era, plena y completamente, obra de la real audiencia. Esta fué quien la proyectó, quien esparció su utilidad, y, finalmente, quien salió con ella. Lo que resta, ahora, á saber, es si consiguió lo que queria con esta especie de éxito, es decir, si aquella suprema corporacion pudo atajar la reforma encerrando el movimiento en un cuadro de estrechos límites, ó mediano, conforme, en fin, con los deseos y los intereses de la monarquía.

Ya se sabe que en una revolucion social apoyada en principios de derecho, de justicia y de libertad, todo impedimento se hace ilusorio, aun cuando el pronunciamiento se hiciese por una minoría débil é impotente. El carácter de estas revoluciones es el obedecer á las inspiraciones y á las necesidades de la época, y de adelantar sin volver nunca la cara. Es cierto que los progresos son lentos, casi imperceptibles y nunca jamas uniformes; pero todo esto no les impide el ser continuos, y, por lo tanto, suficientes para llegar á los límites que les señala el desarrollo proporcional de las ideas y de las luces de

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