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introdujesen discusiones políticas en el santuario de la relijion; y luego, volviéndose al padre, le manifestó que en lugar de llenar el corazon de sus oyentes de sentimientos de odio, tan contrarios á la ley de su santo ministerio, deberia seguir los preceptos de caridad del evanjelio, procurando calmar las pasiones, apaciguar animosidades y atenuar toda causa de discordia; porque (añadió él) la mision de un ministro de paz es rogar al Espíritu Santo se digne alumbrar al pueblo para que conozca sus verdaderos deberes de union, de amor y de libertad; y, al pronunciar la última palabra, se espresó con mucha mas fuerza, dando á entender que aquel derecho, inerente al cristianismo, seria, de allí en adelante, inseparable de todos sus pensamientos y acciones (1).

Por su edad, el presidente se inclinaba de corazon al partido del clero; porque, al llegar al término de la vida, el hombre se hace naturalmente timorato, prudente y, sobretodo, enemigo de todo conflicto propio á comprometer el fin de su carrera. Los patriotas, que conocian su debilidad y la inconstancia de sus ideas, convinieron en que era preciso dar, sin pérdida de tiempo, el último golpe, puesto que habian empezado á descubrir la cara, y obrar decididamente. Este era el pensamiento de la junta de Buenos-Aires, siempre perseverante en llevarlos por aquel camino, como tambien lo era de don Antonio Helminda, don Ignacio de la Carrera, don Juan Henriquez Rosales y de otros muchos, tanto miembros del Ayuntamiento como de fuera de esta corporacion, los cuales se hallaban imbuidos de los debates que habia en sus reuniones, principalmente (1) Conversaciones con don Miguel Infante.

en las que tenian en casa de Manuel Cotapos, Agustin Eizaguirre, Diego Larrain y otras, que eran verdaderos clubs de la revolucion chilena. Por otra parte, el movimiento que intentaban operar se apoyaba en los mas bellos principios de derecho y de justicia, y no podia menos de cautivar los ánimos de todas las clases. Hasta el mismo presidente, rodeado, como lo estaba, de patriotas los mas entusiasmados y convencidos, se sentia seducido, y, en su familia, que era numerosa, solo doña Josefa Doummont, nuera suya, pensaba con afecto á la monarquía, porque era oriunda Española, y, por consiguiente, del partido de sus compatriotas. Pero si sostenia con celo y teson el interes de este partido, qué podia hacer contra las fuerzas poderosas que precipitaban el movimiento? Nada, y así sucedió que no tardó en tener que alejarse para no presencíar sus inevitables resultados.

CAPITULO VIII.

Desesperacion de los realistas al ver los progresos de la revolucion.—Procuran levantar algunas tropas á sus espensas.- Pasos que dan para ganar al presidente á su partido.—- Indecision de este jefe é inconstancia de sus opiniones. -Al fin, toma partido por los liberáles, y al anuncio de la llegada del jeneral Elio de Montevideo á Chile, como presidente, se decide por la instalacion de una junta suprema. - Competencia que tiene con la real Audiencia. - Desasosiego de los diferentes partidos.— El ayuntamiento reune en los arrabales casi todas las milicias de los contornos de la ciudad. — Ultimo esfuerzo de la real Audiencia para impedir la convocacion de una junta.

La determinacion irrevocable de los patriotas era el suplantar, por una junta nacional, el gobierno absurdo que los habia avasallado hasta entonces, y aniquilar, de una vez, la triple resistencia representada por la ostentacion de poder, la sumision y el interes; ó, en otros términos, por la Real Audiencia, el clero y los Españoles. Ya muy debilitados por la corriente impetuosa de las ideas revolucionarias, y reducidos, por la pérdida de su influjo, á una minoría impotente, los realistas quisieron, sin embargo, hacer un esfuerzo, procurando rechazar todo pronunciamiento insurreccional por la fuerza de las armas. Desgraciadamente para ellos, el número de los soldados, con que creian poder contar, habia disminuido mucho, y, por colmo de desgracia, tambien temian que hubiese insubordinacion en la compañía de artilleros, considerada, hasta entonces, como batallon sagrado, áncora de esperanza y de salvacion.

En efecto, el comandante Reyna, en cuya fuerza descansaban todas las esperanzas, manifestaba, sobre el particular, los mas inquietantes presentimientos; lle

vado, por una parte, de sentimientos racionales de libertad, y temiendo, por la otra, que se introdujese la desmoralizacion en sus tropas, no cesaba de quejarse de la impotencia de las milicias, que, por su corto número (segun él decia), nunca podrian resistir á la terrible tempestad que se preparaba. Este fué el motivo por el cual Manuel Antonio Talavera persuadió á los jenerosos patriotas, defensores de la causa real, á que pusiesen en pié, á sus espensas, algunas compañías con las cuales pudiesen contar, como lo hicieron con el mayor entusiasmo, prestándose noble y voluntariamente todos los realistas á cuantos sacrificios fueron necesarios. En muy pocos dias, se contaban mas de sesenta suscriptores, unos por tres soldados, otros por cinco, y hubo suscriptores que suscribieron por diez, que habian de ser equipados y sostenidos por ellos. Nadie puede saber en que hubiera parado aquel arranque, si el presidente, por instigacion del cabildo, no se hubiese opuesto abiertamente á él, amenazando con severas providencias á don Roque Allende, que era uno de los comisarios de la suscripcion.

Los preparativos de armamento y de defensa, juntos al estado de ajitacion de los ánimos, no podian menos de turbarlos y de darles materia á serias reflexiones, sobretodo en una ciudad, en donde, desde el principio de la conquista, no se habia oido un tiro, á no ser en regocijos públicos, y, las mas veces, en honra del advenimiento de un monarca, ó de la llegada de un gobernador. Todos se preguntaban á sí mismos en que vendria á parar, cual seria el fin final de una libertad que pocos comprendian, rechazada imperiosamente por el clero, y, por otro lado, proclamada como aurora de los

progresos, y como precursora de prosperidad y de felicidad futuras. Los entendimientos cortos, subyugados por el prestijio de la fe, y por sentimientos de temor, de indiferencia y de moderacion, veian aquel tumulto con grande zozobra, al paso que las clases inferiores, naturalmente inclinadas á la licencia y al desórden, hallaban en él toda su existencia, y todos los elementos de desarreglo que convenian á sus vulgares sensaciones. Los motores de la insurreccion sabian muy bien que, favoreciendo la inclinacion de las masas, tendrian en ellas un poderoso auxiliar para conseguir, por medio de la fuerza, cuanto era negado á la razon; pero habia, en esta conducta, algun riesgo, y algo de demagójico, que era indispensable evitar, ó, á lo menos, moderar con bastante vigor para no verse arrojados afuera de los límites de sus sinceras intenciones. Al mismo tiempo, era de su deber el dar un semblante de legalidad al movimiento, haciendo cómplice de él al mismo presidente, de modo que aprobase ciegamente y sin censura todas las resoluciones que saliesen de su club. Por este medio, evitaban convulsiones violentas, y la revolucion se realizaba bajo el patronato, casi directo, del jefe del estado.

Pero los realistas que vijilaban, siempre alerta, los pasos de los patriotas, comprendieron muy luego que su propio interes exijia que tambien ellos atrajesen á su partido al presidente, á pesar de la especie de repulsion que les causaba; porque, en efecto, lo consideraban, en cierto modo, como una ciudadela que era preciso atacar sin descanso y hacerle brecha para que no cayese en poder de sus enemigos, porque, dirijiendo así sus tiros, agotarian los cortos restos de fuerza y de actividad que les quedaban.

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