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En efecto, como ya lo hemos visto, esta revolucion databa solo de un año, y á su nacimiento habia precedido una de estas grandes conmociones que ponen en accion al entendimiento, á la reflexion y al interes, y animada, muy luego despues, por sus primojénitas las repúblicas de Venezuela y de Buenos-Aires, se puso en movimiento, aunque lentamente y con pasos poco firmes. Los principios que proclamaba eran demasiado opuestos á las costumbres del país para no ser objeto de ataques y repulsas. La real audiencia, como se ha visto, se presentó armada de todo su prestijio, de su ciencia y de sus leyes tan antiguas como inmudables. En el punto en que vió la sociedad chilena ajitada por peligrosos novadores, empleó todo su conato en descubrir sus fines y hacerles imposible el que los consiguiesen. Para esto, invocó, alternativamente, la autoridad suprema de reales cédulas, y luego el honor, la responsabilidad personal, las amenazas, protestas y, finalmente, los santos Evanjelios, que están siempre á la disposicion de los que tienen la imprudencia de servirse de ellos para sus miras particulares, llenando de temores el espíritu crédulo de la multitud. En este punto, los realistas se sirvieron de ellos, sobretodo al principio, con un juicio digno de una época menos adelantada (1). En toda la república el clero, los regulares y los misioneros estuvieron constantemente encargados de intervenir con su santo ministerio para cortar el vuelo á las ideas liberales; y, en Santiago, habian alarmado á las

(1) En un documento que tenemos á la vista, vemos que el solo colejio de Chillan anunciaba, durante estas conmociones y en los principios de la guerra, cincuenta y dos misas cantadas, muchas de ellas con sermones, dos procesiones jenerales, ciento y treinta misas rezadas y muchos novenarios públicos, etc.

apacibles relijiosas en tales términos, que el gobierno se vió en la necesidad de ir á tranquilizarlas convenciéndolas de la verdad, sin finjimientos.

Por fin, todos estos gritos y ruidos, tan tumultuosos al principio, se apaciguaron poco á poco, y tomaron el carácter de puro susurro y de melancolía denotando el estado de desmayo de un poder agonizante que da el último suspiro de su existencia.

CAPITULO IX.

Reunion electoral en el consulado.-El conde de Toro entrega las insignias de gobernador al pueblo soberano.- Discursos de su secretario y del procurador de la ciudad. - Instalacion de la junta soberana, y personas que la compusieron. Regocijos públicos. La real Audiencia forzada á jurar obediencia á la junta, y sus circulares á los sudelegados de las provincias. — Principios de fusion entre los partidos; tendencia del clero y de los realistas á adoptar las ideas de la revolucion.

Apenas los primeros albores anunciaron la venida del dia 18 de setiembre, cuando ya se manifestó en todos los barrios de Santiago una grande ajitacion. La llamada de cajas de guerra, á la que los soldados y milicianos acudian de todas partes, parecia tambien querer despertar á los ciudadanos para que se preparasen á asistir, unos como espectadores, y otros como actores, gran drama que iba á emancipar el país, dar soberanía y nuevo ser á sus habitantes y asociarlos á todos los actos lejislativos, como miembros de una nacion libre é independiente.

al

Por órden del presidente, las tropas habian ocupado muy de mañana sus respectivos puestos. El rejimiento de la princesa, bajo las órdenes de Don Pedro Prado, ocupó toda la estension de la cañada, comprendida entre San Diego y San Lázaro; el del Príncipe, mandado por el Marques de Montepio, fué dividido por compañías, tres de las cuales ocuparon las cuatro avenidas del consulado, mientras las demas se encargaban simultáneamente de mantener la tranquilidad en la ciudad, y de la guardia del cuartel de San Pablo. En la

plaza mayor, habia tomado posicion el rejimiento del Rey, en comunicacion, por medio de la compañía de línea de dragones de la Reina, con la de dragones de la frontera, establecida en la plazuela del consulado, al mando de don Juan Miguel Benavente, plazuela en donde se hallaban el comandante jeneral de las armas don Juan de Dios Vial Santelices y sus dos ayudantes, con órden de contener al populacho, y, sobretodo, de vijilar los facciosos para impedirles de turbar el órden de aquella solenne y augusta funcion (1).

Las personas con papeleta de convite eran las solas que podian atravesar los dos cordones de tropas que guardaban las cercanías del consulado, y entrar en la sala donde iba á tener lugar la ceremonia. Allí, llegaban separadamente, y muy pronto se hallaron reunidas cuatrocientas, las tres cuartas partes de las cuales, á lo menos, estaban imbuidas de los mas vivos sentimientos de patriotismo y afecto al Ayuntamiento, considerado como el jenio de la razon y del progreso. Cerca de las once, se presentó el conde de Toro con su asesor y su secretario, y precedido de las corporaciones eclesiástica, civil y militar. Solo la Real Audiencia tuvo por conveniente el no asistir, protestando, por el hecho de abstenerse, contra un acto supuesto de legalidad, con la esperanza de tener, tarde ó temprano, una ocasion favorable de satisfacer su venganza y sus resentimientos.

Bien que, segun el tenor de la esquela de convite, la reunion no tuviese mas objeto que el tomar medidas oportunas para poner el país á cubierto de la invasion de que estaba amenazado, sin pensar, ni remotamente, en mudar la forma de gobierno, el primer acto del pre

(1) Historia manuscrita de don Melchor Martinez.-Diario del doctor Vera.

sidente probó, noobstante, y desde luego, lo contrario. Apenas hubo ocupado el puesto que le habian preparado, declaró en alta voz que se despojaba del poder de que estaba revestido y lo depositaba en manos del pueblo soberano. Estas fueron las solas palabras que pronunció (1); pero su secretario Argomedo se encargó de esplicar los motivos, con el tono de convencimiento propio á penetrar una grande asamblea, y, en la viveza de su discurso, no pudo contenerse sin hacer la apolojía de las brillantes cualidades del gobernador, que, por el interes solo de la tranquilidad pública, habia tenido la suma jenerosidad de desistirse de un mando que desempeñaba tan gloriosa como felizmente.

Tras este discurso, el procurador de la ciudad don Miguel Infante pronunció otro mucho mas largo, en el cual empezó motivando el objeto de la reunion, y prosiguió hablando de España, de cuya situacion hizo la mas lastimosa pintura, considerándola ya á la merced de un conquistador tan fel z como ambicioso; recapitulando las turpitudes de Carrasco y sus injustas persecuciones contra los tres ilustres Chilenos, y quejándose de la aji acion que desde algun tiempo á aquella parte reinaba en la ciudad, y que no provenia, á su parecer, mas que de la dilacion que habia habido en nombrar una junta reclamada con ansia por los deseos del público. Al tocar esta clausula, que era de su especial conocimiento, demostró la grande utilidad de semejante gobierno, sobretodo en circunstancias en que el país necesitaba obrar con mucha actividad y enerjía. « Es cierto, añadió él, que muchos, ya sea por temor, ó, mas bien, por ignorancia, se oponen á esta grande reforma;

(1) Historia de don Melchor Martinez.

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