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do llegó el día de la reacción absolutista, el germen de la anarquía interior en los intereses lesionados, en las esperanzas fallidas, en las ambiciones burladas y la cólera del indígena abrumado bajo todo linaje de violencias brutales y de refinadas torturas.

De ahí también la prontitud con que el primer gobernante del Río de la Plata, que había nacido en las colonias, arrebató el poder al soldado para pasarlo íntegro á manos del sacerdote, transformando la propaganda evangélica en una colonización levítica, la más duradera y admirable realización de las utopías sociales, que no por el raro colorido de sú fisonomía, deja de ser un ejemplo de la decadencia esencial, que germina en la sangre de los pueblos, cuando se apartan de la naturaleza y de la libertad, en organizaciones ficticias sin apoyo en las leyes providenciales de la armonía moral.

El absolutismo implantado en sus formas más crudas, el monopolio comercial triunfante y deificado, la clausura de las colonias á las relaciones del mundo, el desarraigo sistemático del gobierno y de la magistratura, la absorción de toda iniciativa privada en la actividad del estado, regido por un motor lejano; la carencia de estudios, que iniciaran al colono en los misterios de su derecho: tales eran los más saltantes elementos de la política tiránica y meticulosa de la metrópoli, templados solamente por un régimen municipal, que más bien que la consagración de la fuerza popular, era el ala con que el despotis

mo adormecía á las colonias como el vampiro á su víctima, para dominarlas mejor. El gobierno de los reyes era suave, sin embargo, en la forma, y el Código de Indias es benévolo y protector para la raza oriunda, así como duramente severo para sus verdugos.

Si los partidos de la colonia hubieran sido más dueños de sus símbolos, y la época de la emigración no lo fuera de desidia intelectual y de indolencia en el problema político, seguramente que las luchas intestinas de aquellos tiempos hubieran asumido una importancia histórica de altísima trascendencia. No obstante, su capacidad se manifestó; ensayaron sus fuerzas, y la memoria de los pueblos recuerda siempre sus agravios, cuando llega el día de la justicia, tardío á veces, pero infalible.

A fines del siglo XVIII fué violada la consigna, y el investigador paciente encuentra uno que otro disperso, pero brillante destello, que anunciaba el génesis de la inteligencia argentina. Un americano rompió la espada del conquistador: se llamaba Hernando Arias. Otro americano abrió á la ciencia las puertas del Río de la Plata: se llamaba Juan José de Vertiz. La acción original del hijo de las colonias era saludable y creadora; porque los pueblos sólo viven cuando se alimentan de su pensamiento y de su sangre. En aquellos días los canónigos de Buenos Aires se permitían declarar inválido el peripato de Salamanca y de Córdoba; y comenzaban á circular rumores que venían de otros

pueblos, eco de ajenas esperanzas y ruidosas transformaciones, que cayeron sobre la sociedad, como la primera gota cuya persistencia taladra la piedra.

En los primeros tiempos del virreinato, la vida del pueblo fermentaba con signos de actividad, con alimento para las pasiones, para la curiosidad, para el entusiasmo y aun para la reflexión. Antes de aquella época la inercia social no fué perturbada sino por la desastrosa revolución de los comuneros del Paraguay, (cuyo sangriento desenlace fué la venganza del poder) y las guerras enigmáticas de Portugal en el territorio oriental del Plata. En el período transcurrido desde mediados del siglo XVIII, el espíritu público pudo encontrar manantial y pábulo en la resistencia de los guaranís al tratado de 1750, que entregó sus pueblos á la corona portuguesa; en las guerras subsiguientes, que llegaron á su máximum de ardor; en las cuestiones de Malvinas, que lastimaban el orgullo nacional y llamaban la atención hacia la revolución de Norte América; en el alzamiento de Tupac Amarú, crisis que sin duda penetró las almas elevadas con la prestigiosa corriente de una duda inquieta y sobresaltos reveladores, que el gobierno colonial fijó en la memoria con el lujo de crueldad desplegado al reprimirlo; y por fin, en las invasiones inglesas de principios del siglo XIX, que prestaron á Buenos Aires, á la par que una gloria inmortal, la oportunidad de concebir la conciencia de su propio poder triunfan

do de la invasión extranjera; y lo dignificaron ante la historia por la primera explosión popular del Río de la Plata, que invistió con la suprema magistratura al caudillo de aquellas memorables jornadas.

Con esta intuición democrática se ratificaban en la colonia las nociones de la libertad comercial, y paralelamente, se vigorizaba el vuelo del pensamiento por influencias inesperadas: tan admirables son los caminos invisibles de la justicia, que establece sus corrientes al lado ó sobre los surcos mismos del dolor. Las cuestiones con la corona de Portugal trajeron al Plata las famosas partidas demarcadoras, cuya influencia en la civilización argentina está como de relieve en los anales de su desarrollo.

La anulación sistemática del elemento criollo, que por entonces hervía con síntomas de madurez, había creado profundo antagonismo entre él y el elemento peninsular.

Que hervía con síntomas de madurez, he dicho, y llamo vuestra atención sobre los movimientos radicales, fomentados en la opinión por los economistas del virreinato. El Consulado, palenque en el cual Belgrano, Castelli, Escalada, Fernández, tremolaban la enseña del libre cambio; el Telégrafo, ensayo de nuestra prensa y revelación primitiva bajo un tono de luz indeciso de las ciencias sociales; el Semanario de Vieytes, sobre todo, arrojado adalid, que á nada menos tendía que á modificar la esencia de nuestro modo de ser social, desmontando al gaucho para labrar la

tierra, y abriendo nuestros puertos á las banderas de la civilización: todo esto, señores, envolvía el despotismo en una atmósfera hostil y tormentosa, en cuyo seno tronaba, desde principios del siglo, la voz vibrante de Moreno, y colocaba el problema político de Sud América en el terreno de las crisis económicas, levantando el símbolo á cuya sombra se han agrupado los primeros elementos de la emancipación en toda colonia: á cuya sombra se congregaron los milicianos de Washington y el congreso de Filadelfia.

La conquista británica, á la vez que confirmó á los hombres en las fecundas aspiraciones mercantiles, á cuya realización debemos nuestra creciente prosperidad, y despertó el nervio popular, reanimó su aliento, porque le probó sus bríos y electrizó el conductor de los rencores. La sedición del 1.o de Enero de 1809 lo comprueba sobreabundantemente, y señala su coincidencia en el afán de los negocios, que debía ser su choque. Era que el plazo tocaba á su término, porque Dios reserva para grandes destinos á los pueblos jóvenes y varoniles, á quienes ha confiado la tarea de acrisolar la savia de la era futura, alimentando el fuego y la luz de la libertad y preparándola para su propagación donde tenga que vencer torrentes de criminosa violencia y limpiar gradualmente el fondo de las sociedades, de las reliquias y preocupaciones de los siglos romanos y feudales. Sacudida sobre sus quicios la metrópoli por el embate de la política y de las armas imperiales, aquel instante de crisis, en que el vigor

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