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juvenil de las colonias coincidía con la decrepitud de la monarquía y el peligro de la España, era el que la prudencia y el patriotismo aconsejaban aprovechar.

Llegó 1810. La luz se hizo y el pueblo vió que era buena.

El derrumbe del trono de Castilla nos hizo independientes. El punto de partida eminentemente popular de la revolución, nos hizo demócratas.

El ciclo heroico de la nacionalidad argentina se inició en seguida. La huella luminosa de nuestras pasadas glorias alumbra, sin embargo, el cuadro en que se agitan hormigueantes nuestros perniciosos errores. En el génesis de la redención social, sus iniciadores extraviados pretendieron sujetar el pensamiento revolucionario al molde apenas modificado de la colonia. El localismo por una parte, y la democracia, representada en Moreno por otra, tendieron á romperlo, y entonces la exuberante savia del principio popular empapó todas las fibras de la vida política y centelló sobre todas las banderas. Al aceptar, no obstante, la democracia como forma de gobierno, un deplorable extravío llevó la atención del elemento más culto hacia una revolución que había fracasado, en vez de dirigirnos en busca de lecciones hacia nuestra grande hermana, que ostentaba triunfante la libertad. La soberanía del pueblo emanaba de un acto esencialmente popular, que lo consagró con la plena investidura de su autonomía: hecho que por su origen, entrañaba la sanción de sí mismo, y la

norma lógica de las transformaciones análogas, que debían ser su complemento, así como de la fórmula definitiva que debía consumarlo. El rúmbo se torció, por desgracia, y no era difícil. La antigua colonia aceptó por suprema adivinación la democracia como su símbolo y su esperanza; pero de su seno se desprendía una doble corriente, que había de ponerse en lucha. De una parte rebosaba en nuestros cauces históricos la centralización política y la uniformidad absoluta de dirección fortalecida por las teorías francesas de 1793, cuya huella en el espíritu de los primeros revolucionarios no es difícil percibir; de la otra, la diversidad de la administración provincial, las formas antiquísimas de los ayuntamientos, el aislamiento verificado por el atraso de la viabilidad, eran otros tantos antecedentes y atractivos dispersadores, fortalecidos á su turno por los instintos, que podían acariciar al desarrollarse, y que hablan imperiosamente al corazón humano, inclinándole á la soberanía de lo que ama, fuente primitiva del principio federal. Los revolucionarios en el primer día de la victoria, porque victoria y grande fué el plebiscito de las horas gloriosas de Mayo, sólo atendieron á consumar una reacción, tanto más eficaz cuanto fuera más rápida, contra la opresión colonial, y absorbieron en el pueblo la majestuosa plenitud del poder que arrebataban á los reyes, haciendo converger los destellos de todas las libertades en el hogar de la revolución. Aquellos días de crisis y de creación, en que se despren

dían violentamente dos mundos que no se comprendían ni eran susceptibles ya de homogeneidad, uno de los cuales inoculaba en el otro una decrepitud prematura, que entorpecía su vida porque la apoyaba en la fuerza, fueron también días de vértigo y de sombras; y harto grande se eleva la talla de nuestros padres para que sea lícito argüirles de sus errores sinceros, hijos del apego de los tiempos á especulaciones políticas, sin que nuestra admiración se debilite ni peligre la gratitud del pueblo hacia los fundadores de su libertad.

Las asambleas y la arena de las sediciones fueron alternativamente el teatro de la lucha entre las dos corrientes que acabo de notar. Funes y los diputados del interior pronunciaron la primer palabra del localismo en el raciocinio revolucionario, iniciado por Moreno, en nombre de la democracia. La fermentación no podía tardar y desgraciadamente vino pronto, muy pronto.

La idea unitaria emanaba de la especulación intelectual, y tenía de su parte el elemento más culto de la sociedad.

Por el contrario, la idea federal contaba con el apoyo de las pasiones, y de consiguiente, con el séquito de las masas, en las cuales ejerce el instinto más vigoroso dominio que la reflexión y la teoría.

Bien podría afirmarse, por otra parte, que aquel primer fermento de nuestras luchas internas, no era precisamente un combate entre formas opuestas de organización, por más que los

federales de la Asamblea, patriotas severos é ilustrados, tuvieran ese ideal en su alma. Pero el tumulto de los caudillos, y el hombre de las campañas que los seguía, llevaban apenas una adivinación inconsciente, y entablaban lucha entre la uniformidad y la disolución.

Por lo demás, la revolución francesa con su trágico esplendor se imponía á la observación y dominaba la curiosidad. La soberanía teórica, las asambleas omnipotentes, las declaraciones escritas de derechos, y la unidad de dirección parecían ser ante los ojos de los grandes revolucionarios la esencia misma de la democracia. Los temores del alma honrada de Belgrano acaso no tenían otro asidero, sino ese apego á un camino, cuyo fin demostraba la práctica, que era el cataclismo. El animoso Congreso de Tucumán, salvador de la revolución sud-americana, era una asamblea omnipotente imitada de la Convención francesa, á la cual superó con toda la magnitud de su pureza, pero sujeta á sus errores esenciales.

Nuestros ensayos de organización incurrieron constantemente en el amor á las formas artificiales, que descuidan los hechos y los elementos de la ley consagrados por las inclinaciones y los hábitos del pueblo. El Estatuto provisional de 1815 concedía al gobierno provincial un círculo que las subsiguientes constituciones restringieron con lamentable perseverancia. Aquél otorgaba, en efecto, á las provincias la investidura de su gobierno local; y, sin embargo, la reforma

de 1817 y la Constitución de 1819 las privaron del derecho ya adquirido y amado. Vino, por fin, la sincera pero mal inspirada carta de 1826, y rompió de lleno, como las anteriores con el hecho federativo, conservando la causa viva de la guerra civil, las entrañas del caudillaje, á pesar de la lección brutal, que las facciones y los gauchos se apresuraron á dar á la República en 1820.

Allí donde los hechos han creado una soberanía, es necesario respetarla. Puede ser mezquina, impotente para las funciones regulares de la vida política, pero al cabo es una soberanía, envuelta en las pasiones de los hombres, que la escudan y se hacen una sola cosa con ella. Reformad los hombres ó respetad los hechos.

Inoculadas en la sangre del pueblo las pasiones de los partidos, su guerra debía ser irreconciliable porque habían llegado al máximum de su fuerza. El rayo que vibró la mano de Moreno, vivificaba á los pueblos y á los partidos. Empleando su vigor en desgarrarse, la lucha tenía que ser tremenda.

Así, señores, venía ardiendo de un término al otro de la nación, la guerra civil, era de funestas mistificaciones, de nefandos tormentos y martirios, de insensato batallar, y de traiciones hipócritas é impías. La federación llamó consigo á la barbarie y se asiló en los aduares del caudillo; invocó el retroceso sobre la faz de la patria, y levantó el pendón del exterminio. Donde ponía la planta brotaba sangre. Profanó la divinidad

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