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del siglo XVIII, que había leído El espíritu de las leyes y la Disertación sobre los delitos y las penas.

No hay tales sátiras insípidas ni en Lozano ni en Guevara; hay verdades, que cada cual ha dicho à su manera, pero tan claras, tan vaciadas en el sentimiento, que si alguna vez se inclina uno á olvidar los defectos del estilo, es cuando ve su generoso esfuerzo por llevar á todos los ánimos el convencimiento de las simpáticas opiniones, que han herido al señor Azara, hasta cegarlo, y encontrar demás la historia de Tucumán en un libro que se llama Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán.

Entre las opiniones de los señores Angelis y Azara está la verdad sobre el P. Guevara: in medio est virtus. Ni es enemigo de la conquista, como el señor Angelis pretende, ni sus sensatas reflexiones son sátiras insipidas, como afirma el célebre naturalista. El P. Guevara es jesuita. El P. Guevara ataca sólo la conquista aventurera y el dominio feudal de los encomenderos. El P. Guevara da lo que tiene: un rayo de justicia llegado hasta él á través de la atmósfera de preocupaciones y de intereses que lo rodeaban: sigue el curso oscilante de las opiniones politicas de su orden en América, y ni su editor tenia el derecho de truncarlo para enaltecerlo, ni su eritico debió dejarse llevar de la pasión para herirlo con mordacidad.

Como escritor guarda también el término medio entre ambas opiniones. Ha reasumido à Lozano con habilidad, pero escribiendo tan desagradablemente como aquél, y ní es un mal copista (1), ni es un autor de primer orden.

El P. Guevara participaba de los errores de su época, pero acredita un excelente corazón. Estas calidades relucen en su libro.

Poco original en las investigaciones; partidario de la verdad cuando la encuentra; fácil en creer prodigios si cree que puede mezclarse en ellos la omnipotencia; severo y reservado cuando sólo se trata de la humana voluntad;-el P. Guevara nos dejó un libro, que es un monumento de la época: la refracción de las ideas que lo

(1) El índice de las plantas medicinales, de que hemos hablad antes y que parece ser una novedad, á estar al origen que el aut le señala, es una prueba más de que no siempre siguió servilment á Lozano, y de que algo buscó por su parte.

dominaban, sencillo y celoso misionero con buenas dotes de historiador;-que es lamentable no cultivara en trabajos más nuevos y corrigiendo su estilo.

El P. Guevara con Lozano por guia, observó el cuadro de la conquista y de cierta época de la vida colonial, desde las ventanas de un colegio de la Compañia: refirió sus impresiones y noticias en papel de orlas doradas, y corriendo los años, el señor Azara por su parte, quiso cubrirle con un puñado de la tierra, que examinaba, al paso que algo más tarde el señor Angelis, lápiz en mano, lo levantó hasta donde pudiera descender la grave Clio y coronarle con laurel de sempiterna frescura. La serpiente Ampalaba y el indio del Hembay reclaman contra la apoteosis, la raza americana defendida se empeña en limpiarle el polvo que le arrojó la mano del renombrado comisario. Sin abrumarnos la celebridad de los nombres, nos hemos puesto en medio de los combatientes, señalando el camino, que toca al primer editor de Guevara andar del todo, y mostrando el libro y el autor como son, colocar las cosas en su lugar, dando á cada uno lo suyo.

Con temblor nos hemos acercado á las tumbas: ¡ojalá! no las hayamos profanado con una injusticia, y lo repetimos, el día en que el pueblo pueda leer á Guevara, él dirá si nuestras opiniones son tan rectas como nuestra intención. Si hemos hecho un servicio, nos contentaremo con que lo agradezcan los eruditos, y sino, en el pecado llevamos la penitencia, de que toca perdonarnos å los lectores de LA REVISTA que hemos molestado con este largo y fastidioso articulo.

LOS PP. GERVASONI Y CATTANEO

Señor doctor don Vicente G. Quesada.

Señor y amigo mio:

Le remito en cumplimiento de mi promesa anterior, dos de las cartas del P. Cattaneo y una del P. Gervasoni, que completan las que usted comenzó á publicar en la Entrega 30 de la Revista de Buenos Aires (1). Creo que ésta es su primer traducción española, y aunque la hice con distinto objeto, me apresuro á ponerlas á disposición de usted, pensando que son documentos, sobre cuya utilidad histórica no podría sublevarse una duda razonable, dado el giro impreso en nuestros dias à este linaje de estudios.

Todos ellos se refieren al estado de la sociedad colonial en el primer cuarto del siglo pasado, así las que estudian directamente el aspecto de Buenos Aires y de Córdoba, como las que consignan observaciones de viaje y noticias relativas à los medios de comunicación en Europa, y á la viabilidad fluvial y terrestre del pais. Son el retrato tomado del natural de la fisonomía fisica de la colonia. Al estudiar, además, la situación de nuestras poblaciones en punto à embellecimientos artisticos, fuerzan á entrar al lector, en las condiciones contemporáneas del trabajo y de la industria, tópico de observaciones económicas que afectan lo más vivo de la sociabilidad. Revelan á la par curiosos detalles de las costumbres, que concurren á habilitar nuestro juicio para internarnos con nueva luz en los problemas históricos de aquel período, en el cual es preciso des

(1) Véase la Revista de Buenos Aires, T. VIII, p. 200, 214, 372 y 561; T. IX, p. 63; T. X, p. 161 y T. XI, p. 312.

cubrir los sintomas de la vitalidad de la remota comunión de nuestros abuelos. Sin menoscabar en lo mínimo el imperio de la libertad moral, y de las influencias extrañas que, poniendo en contacto por inesperadas emergencias, el espiritu atrasado con los resplandores del hogar ajeno, infiltran repentinamente esperanzas y creencias en el corazón de los pueblos, con la encantadora sorpresa de una revelación: sin menoscabar, digo, la realidad y la eficacia de ambos fenómenos, importa estampar en el ánimo la convicción de que la historia de un pueblo es un fenómeno armónico, cuyos elementos, esparcidos en el tiempo y en las escalas del progreso, tienen afinidades naturales y atracciones reciprocas que les imprime un carácter irrevocable de uniformidad.

Por manera, que el hombre serio que aspira á apoderarse de los secretos históricos de un pueblo, y dominar su genio y resolver los problemas de su destino (noble y altísimo objeto de la historia) debe explorar cuidadosamente sus rumbos, analizar los resortes de su vida y leer, por decirlo asi, las pasiones que lo han perturbado los vicios que lo tiranizaron, y las ideas que germinaban en su espíritu, retemplando ó relajando su nervio.

Este método histórico es hoy una escuela, cuya bandera flamea con honor en la mano de lord Macaulay; y bueno es hablar de métodos en nuestro pais, donde nos ahoga la superabundancia del empirismo, sin recordar que el método es á las ciencia, como el lenguaje al raciocínio, quiero decir, su gran auxiliar y su envoltnra indispensable. Fuera del método está el paralogismo; y creo, que el que sacude sus trabas, se lanza en la imbecilidad ó en el sofisma, con la rapidez de un cuerpo desequilibrado.

La observación aplicada á la historia y la filosofia de la historia, es la fórmula inicial del metodo en la escuela moderna. Entre los elementos de este sistema figura con decoro, el estudio de las intimidades de la vida social, y los más menudos detalles de la civilización, bajo sus infinitos aspectos, ya en la fisonomía material de las ciudades y de las campañas, ya en los rasgos caracteristicos de las costumbres y de los hábitos, como en la tendencia de los estudios, ó en la forma peculiar de la administración.

Voltaire percibió en errada perspectiva la eficacia de

este recurso y aglomerando la maledicencia contemporánea al rededor de los personajes, hizo perder á la historia su grave dignidad, constituyéndola en propagadora póstuma de la chismografia menos tolerante y benévola. La historia es la justicia de la posteridad y cae mal en los labios de la musa severa un lenguaje indecoroso, que en el juego contemporáneo es fulminado por la repugnancia común y herido con un mote injurioso, que aisla al que lo merece por la repulsión de la inmoralidad y de la desconfianza. El historiador no puede descender al papel del murmurador. La moral es siempre una.

Pero aun bajo el punto de vista de los vicios privados, la historia tiene su alto ministerio, siempre que se contenga en su altura y se guarde de descender á las cloacas. Eso que se llama la comedia humana tiene su poderosa influencia en los acontecimientos. El secreto consiste en no entrar tras de los telones. Las costumbres reflejan el lago en la esfera circunscripta de un espejo: manifestando el conjunto y velando los detalles.

Con mayor razón es noble y digno de la historia, que no debe revestir las vaguedades ideales de la epopeya, el examen de cuanto afecta á la civilización sin herir las pudorosas y santas delicadezas de la moral, ni el respeto, que profesamos à la reputación de los vivos, y que no falta quien se incline à perder cuando se trata de los muertos. Los misterios del sepulcro, y la unción de las almas en la inmortalidad, deben sin embargo, fortalecerla tres veces ante el criterio de los hijos, frecuentemente irreflexivo ó preocupado.

Mas no hay ni peligro ni bajeza, repito, en desprenderse de esas fórmulas magistrales y caprichosas, en que con las revoluciones del progreso cientifico se ha perturbado la comprensión de la historia, para entregarse, sin perder de vista el norte del pensador, que es su principio social y su sentido moral, à observar en anȧlisis las diversas estaciones de un pueblo en la carrera compleja del progreso. Por el contrario, creo que este método es la llave maestra de las soluciones históricas, y agrego, que todo es útil para ayudarlo, y señaladamente los documentos que contienen la impresión de los contemporáneos y la relación exacta del modo de ser doméstico, digámoslo así, del pueblo que se estudia. Las modas! los trajes! cuestión para mujeres y para

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