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necios, se dice. En efecto, cuestión para mujeres y para necios cuando se habla de seguir anhelosamente sus movimientos, à fin de no retardarse en caer bajo la servidumbre de los sastres de París. Pero no temo afirmar, que los trajes y las modas tienen su utilidad de aplicación práctica en los estudios históricos. El vestido severo y uniforme de los romanos ¿no es natural en el genio de un pueblo belicoso, austero y nada preocupado de las exterioridades personales? Quitémosle el chiripá al gaucho y amarrará su caballo en el palenque. El español del reinado de Felipe IV, vestido rigurosamente de negro por el capricho de su señor es el súbdito que ostenta envanecido la librea de su servidumbre. El caballero de la edad media, robusto como el Cid, lleva sus enormes armaduras, su cota de metal, el casco de las batallas, y la espada que apenas soportaria la fuerza del hombre moderno.... Su vestidura lo indica.....

Sus arreos son las armas,
Su descanso.es pelear,
Su cama las duras peñas,
Su dormir siempre velar.»>

Galante y valeroso como Quiñones, el caballero de aquellos tiempos, deja sus trajes guerreros para ceñir los vestidos pintorescos y el sombrero de plumas, que lo adornan en la fiesta. Ved ahí un carácter y una época. El quijotismo sin yelmo y la galantería con frac, son dos anacronismos y dos falsedades. Miremos más cerca de nosotros. El Perú normalizaba sus condiciones mercantiles, cuando à principios del siglo abandonaron sus damas el aro y el faldellín, cediendo à la presión de las modas europeas, que las invadian por los confines del Rio de la Plata. En el Paraguay subsiste el tipoy de los buenos dias, reheguá y caray. En el mundo civilizado la febril actividad de la industria, desnuda á los hombres todas las mañanas para vestirlos con distinto traje por las tardes. Todo esto es característico, y lo aduzco para demostrar que ni aún este sintoma, por ventura el más trivial de cuantos revelan la civilización de un pueblo, es inútil en el estudio intimo de los progresos sociales.

¿Quién negará entonces la justa importancia que debemos dar á los detalles que se rozan con las costumbres de nuestros antepasados, ó con la viabilidad del

territorio argentino hace más de cien años, cuando es este un problema, que afecta la raiz de la nacionalidad, y concurre à explicar no escasa porción de los tropiezos que ha encontrado su desarrollo?

Nombré antes, à propósito de este elemento de un método, à lord Macaulay. Permitame Vd. que insista. ¿No encuentra Vd. en aquel admirable capitulo «Estado de la Inglaterra en 1685 (1) la clave de todas sus soluciones, el principio vivo de la historia posterior del pueblo de la Magna Carta, de la fiebre manufacturera, de la idolatría de la tradición, del jurado y del privilegio del clero?

Macaulay no ha desdeñado nada, ni las últimas minuciosidades, ni las costumbres de Westminster Hall, ni los pantanos de Londres, ni el café donde acudia la muchedumbre à escuchar las criticas de Dryden, ni el alumbrado de las calles, ni las raterias de los hermanos blancos. Por eso comprende la historia y trasmite su sentido en fórmulas, que parecen talladas sobre mármol. No me detendré más, amigo mio, hablando de cosas que sabe Vd. mejor que yo, ni tomaré empeño por demostrar la aplicación directa, que puede darse con utilidad común à las cartas adjuntas. Me refiero à generalidades, y sólo insistiré en esta idea principal: los detalles que consignan una estación del progreso social, en cualquier sentido, son un elemento poderoso de juicio en el método de observación aplicado á las ciencias históricas.

Yo no sé si podría decirse que las sociedades tienen un destino, pero si que la historia tiene su armonia. No creo que haya un fatalismo para la colección y una libertad para el individuo, porque es absurda la duplicidad metafisica que semejante máxima supone; pero si creo, que las evoluciones de la libertad individual y social están sometidas à la ley moral, que las amolda en sus términos generales, à la justicia, ó las vuelve á su seno cuando el capricho las aleja de ella; y creo también, que reside en la naturaleza humana una tendencia irresistible hacia el progreso, que nos hace desear lo mejor y nos aguijonea à fin de que

(1) Historia de Inglaterra desde el advenimiento de Jaime II, Cap. III.

no reposemos jamás ní dejemos pasar los dias vacíos, sin tarea ni adelanto.

De donde deduzco, que aquel pueblo que atesora la ley y la fuerza de los principios esenciales de la civilización, marcha por pasos contados en la senda de la perfectibilidad y que es posible y científico, partiendo de una escala dada, como premisa que se apoya en la observación, presentir sus movimientos y anticiparse á su progreso.

No se me oculta el fenómeno de las decadencias, pero su causa reside ordinariamente, ó bien en perturbaciones extrañas, ó bien en la explosión de la injusticia.

Los elementos de la historia no son simples, porque su resorte es la libertad.

Cuanto se llama progreso emana de la armonia moral. Cuanto se llama aniquilamiento y muerte viene de su negación. La libertad, más bien que un derecho, es una facultad.

Por eso es arbitrario sujetar la historia á una fórmula de acero á la manera de Vico, el gran maestro de la ciencia nueva, ni amarrar la vida de los pueblos à un aforismo de Kant.

Un escritor contemporáneo blasonaba de haber encontrado una fórmula genérica, que le hace encerrar la historia en el hueco de la mano. Ilusión orgullosa! La historia necesita más que el mundo; porque su agente es el hombre, que abraza el universo visible, y siente el resplandor del invisible en el vuelo vehemente de su espíritu.

La historia no se desenvuelve con la lógica inflexible de una ecuación algebraica; pero si con la armonia de las facultades uniformes de la criatura racional y libre.

Su fin es el progreso: su ley es la moral: su resorte la libertad. Luego el método histórico consiste en la observación, bajo la égida de un principio radical, criterio soberano de los hechos y de los caracteres, y el predominio sincero de la simpatía, sin ambages, sin equivocos, sin preocupaciones ni vanidades.

La observación se divide à medida que se multiplican sus tópicos: nada le es ajeno: nada debe escaparse á su análisis. A este método debe Macaulay sus victorias científicas.

Localicemos estas ideas y su evidencia será más palpable. Por esta razón he creido que los escritos antiguos que me han puesto la pluma en la mano, son de verdadera y práctica utilidad para nuestro país, como lo son los documentos originales abundantes y hábilmente arrancados al polvo y á la confusión de nuestros archivos y consignados en el Registro Estadístico, por el señor Telles, para ilustrar la economia primitiva de la colonia.

Usted dará toda su importancia, amigo mío, á las cartas en cuestión.

Por mi parte, estoy satisfecho con haberlas puesto en

sus manos.

Una de ellas está consagrada à describir el viaje de Buenos Aires à Córdoba, como se hacia à principios del siglo pasado. Aquella travesía era una empresa erizada de obstáculos y de peligros. ¿Quién se atrevería á acometerla? De ahi que los cordobeses no viniesen á Buenos Aires, ni los porteños fuesen á Córdoba. Incomunicados los pueblos por las condiciones materiales de la viabilidad, era irremediable la dispersión argentina y el enflaquecimiento de las provincias, su consecuencia inmediata y natural.

Si conociéramos tan á fondo todos los fenómenos de la sociedad colonial, habriamos resuelto las tres cuartas partes de los problemas que nos agobian..

Ordene usted, á su afmo. amigo y S. S. Q. B. S. M.

J. M. ESTRADA.

Enero 15 de 1866.

FIN

Advertencia..

INDICE

Página

CONFERENCIA I

Discurso de apertura del curso de historia de 1866

BOSQUEJO HISTÓRICO DE LA CIVILIZACIÓN POLÍTICA

EN LAS PROVINCIAS UNIDAS DEL RIO DE LA
PLATA. Exordio. La libertad en América: El
Nuevo Mundo, crisol y hogar de la libertad.
Cuadro de la conquista. El pensamiento
argentino: Hernando Arias de Saavedra,
Juan José de Vertiz. Cuadro del Virreinato.
El Consulado. El Telégrafo y el Semanario.
Ideas económicas. Invasiones inglesas. 1810..
Vicisitudes de la democracia en el periodo
revolucionario. La idea unitaria y la idea fe-
deral. La revolución francesa. El Congreso
de Tucumán, imitación de la Convención
francesa. Error de los ensayos de organiza-
ción. Guerra Civil. Tiranía. Constitución de
1853. La libertad. La tradición de nuestros
vicios políticos: socialismo y oficialismo;
abandono del sufragio y de la institución
municipal; ejércitos permanentes; caudillos.

V

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