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corto número de personas, que nunca se renueva, se hace preciso dar nuevas piezas, o dejar un largo intervalo entre las representaciones. Esto aumenta sobre manera el trabajo de una compañía necesariamente poco numerosa, i no da tiempo bastante para aprender los papeles i ensayar las piezas. De aquí resulta la imposibilidad de representarlas bien. El diálogo es desmayado: un frío glacial se apodera de las escenas mas interesantes, cuando los personajes aguardan el dictado de una voz estraña, que todos oyen, para decir lo que debiera parecer inspirado por sus propios afectos; se tropieza, se desfigura el verso, el lenguaje se estropea, se dicen absurdos ridículos, se disipa totalmente la ilusión, i se deslucen las mejores obras.

«El público, si es justo, debe imputarse a sí mismo estos defectos i hacerse cargo de las circunstancias. De él depende tener una compañía mas completa que la actual, i que la actual se perfeccione i sea capaz de darle un espectáculo digno de la capital de un estado. Posee ya buenos elementos; solo necesita el patrocinio del público, que no puede suplirse con otro. Aun en medio de tantas fatigas i dificultades, vemos amenudo escenas, i aun piezas enteras, admirablemente desempeñadas».

Desenvolviendo el mismo tema, en El Araucano, número 249, fecha 12 de junio de 1835, llamaba la atención sobre el siguiente hecho.

«Asisten frecuentemente al teatro, decía, todos los miembros del cuerpo municipal, entre los cuales hai un juez nombrado por el gobierno para velar i conservar el orden i moralidad durante las representaciones; i se ve igualmente con frecuencia a otros muchos majistrados de alta categoría, siendo entre ellos el primero i el mas asistente el jefe supremo de la República (jeneral don Joaquín

Prieto). No ignorando esto los señores eclesiásticos que condenan el teatro como lugar de corrupción i de vicios, parece que su anatema la dirijen especialmente a los majistrados que autorizan con su presencia los espectáculos que allí se exhiben, i al gobierno mismo, que, no solo los autoriza con su presencia, sino que presta una liberal protección al establecimiento».

Don Andrés Bello proponía, sin embargo, que se diera al teatro una dirección distinta de la que habían indicado algunos estadistas de la revolución, los cuales habrían querido que la escena fuese una escuela de lecciones cívicas.

Renovando una idea que ya había espuesto don José Joaquín de Mora en el Mercurio Chileno, fecha 1.o de junio de 1828, Bello recomendaba que se exhibieran con mas frecuencia comedias i algunas piezas de los antiguos autores españoles.

«Terminaremos rogando a los empresarios, escribía en El Araucano, número 171, fecha 20 de diciembre de 1833, que nos economicen un poco mas las trajedias, i principalmente las filosófico-patrióticas. Basta de proclamas en verso. Ya hemos visto suficientemente parafraseado el vencer o morir. No ignoramos que hai ciertos aficionados para quienes un altercado estrepitoso de fanfarronadas, amenazas i denuestos constituye lo sublime del arte; pero su número va siendo cada día menor, i creemos espresar el voto de una gran mayoría pidiendo que se nos den con mas frecuencia piezas en el gusto de Moratin, Bretón de los Herreros i Scribe, i de cuando en cuando, algunas de los antiguos dramáticos españoles».

Naturalmente estas observaciones de críticos

tan eminentes como Mora i Bello, que daban la lei en estas materias, fueron atendidas.

Sin embargo, a pesar de ellas, i a pesar del triúnfo de las ideas clericales en 1830, continuaron representándose el Aristodemo i el Abate Seductor.

Tan arraigada había llegado a ser la popularidad adquirida por aquellas dos composiciones a consecuencia de la larga i porfiada lucha que se había sostenido en su favor!

En el número 684 de El Araucano, de 29 de setiembre de 1843, don Andrés Bello volvía a repetir:

«El teatro ha contribuído su parte a la celebridad del diez i ocho. Ha sido censurada la elección de algunas de las piezas. Nosotros somos de diversa opinión. Preferimos las gracias naturales de una comedia urbana i festiva, que nuestra compañía sabe desempeñar mui bien, a la austeridad, demasiadas veces cansada i soñolienta, de la musa trájica, i a las exajeraciones monstruosas de que da en adolecer el drama moderno».

El año de 1843, se abrió un nuevo establecimiento, denominado Teatro de Variedades, durante las fiestas hechas para celebrar el aniversario de la independencia.

Estaba situado en el famoso café conocido con el nombre de Parral de Gómez en la calle de Duarte.

El redactor del diario titulado El Progreso pensaba que este teatro sería mas popular i concurrido que el principal.

Suponía que la clase media i la clase obrera llenarían sus palcos i butacas; pero se equivocó de medio a medio.

El nuevo teatro tuvo una existencia efímera, aunque distinta de la que un poeta castellano asigna al heno, verde a la mañana, i seco a la tarde; porque duró solo algunas noches.

El mismo redactor del diario mencionado no pudo dar cuenta de las piezas representadas en él, porque confesó injenuamente que no había asistido a ellas.

VII

Obras dramáticas de don Juan Egaña.-Camilo Henríquez escribe dos piezas: La Camila o La Patriota de Sud América i La Inocencia en el asilo de las virtudes-Don Bernardo Vera compone igualmente los piezas para el teatro.-La Chilena de don Manuel Magallanes.---Don José Joaquín de Mora escribe en Chile, i hace representar, primeramente, El Marido Ambicioso, i después, El Embrollón.-Don Ventura Blanco Encalada traduce en verso la Mérope de Voltaire.—Estrecha amistad de don Ventura Blanco i don José Joaquín de Mora.

La primera' composición dramática escrita en Chile, de que se tenga noticia, es El Hércules Chileno, representada en la ciudad de Concepción el año de 1693, i debida a la pluma «de dos regnícolas», a lo que refiere el cronista Córdoba i Figue

roa.

Es toda lo que se sabe de ella, aunque ciertamente sea demasiado poco, pues se reduce a un título i una fecha.

Don Manuel Concha, en la La Crónica de la Serena, menciona un sainete compuesto en la época colonial por un vecino de aquella población.

«Un entremés, escrito por don Pedro Nolasco Miranda, representado en la plazuela de San Francisco, dice, ha dejado un vivo recuerdo por la ridícula circunstancia de haber aparecido el gracejo con un burro aparejado, i haber aparentado hacerle la barba con una gran navaja de madera».

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