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XVI

Sara Bernhardt en Fedora.-En La Dama de las Camelias.— En Frou-Frou i en Fedra (1).

Sara Bernhardt era tan conocida en Chile, como los personajes de Europa que han sobresalido en la política, en la guerra, en la ciencia, en las letras, en las artes, en la industria, en todos los ramos de la actividad humana.

Su nombre i su gloria se han trasmitido de boca en boca i de periódico en periódico desde mas allá del océano hasta este apartado país.

Las noticias de sus triúnfos teatrales han alternado desde quince años atrás con las de los acontecimientos científicos o literarios que han llamado la atención o causado la admiración de la jente ilustrada, con las memorables discusiones relijiosas o parlamentarias que, en el último tiempo, han influído sobre el destino de los pueblos, con las de los trastornos sociales o de las sangrientas batallas que han modificado la condición o la estensión de los estados.

Sin embargo, las relaciones orales o escritas no

(1) Este capitulo ha sido formado con artículos publicados en La Libertad Electoral. La conexión del asunto nos ha inducido a agregarlo como un apéndice a la presente obra.

pueden hacernos comprender ni siquiera aproximativamente los méritos del artista que recurre, para espresarse, sea a la música, sea al canto, sea a la declamación i a la mímica, sea a cualquiera otro de los arbitrios que exijen una ejecución personal.

Los libros pueden hacernos conocer lo que es un sabio, o un poeta, o un jurisconsulto, o un filósofo. Los cuadros i las estatuas, lo que es un pintor o un escultor.

Los hechos i los documentos, lo que es un estadista, un diplomático, un jeneral.

Pero es imposible saber lo que es un actor dramático sin verle i sin oírle.

Los que, por buena fortuna de ellos, asistieron el sábado 8 de octubre de 1886 a la primera representación de Sara Bernhardt en Santiago de Chile, han comprobado por sí mismos que la estrepitosa fama de la eminente artista es tan universal como justa; o mas bien, que es universal, porque es justa.

Indudablemente, Sara Bernhardt merece, por sus egrejias dotes, los aplausos que aun los mas fríos le prodigan, las flores que se arrojan a sus pies, las coronas que se le obsequian, el apresuramiento con que cuantos pueden hacerlo acuden a escucharla i a contemplarla.

La sociedad culta de Santiago ha apreciado, por esperiencia propia, que tamañas manifestaciones de entusiasmo no son ni infundadas, ni hiperbólicas.

No estamos quemando incienso ante un ídolo de barro.

Nó, cien veces nó.

Tributamos un homenaje franco, espontáneo i lejítimo ante una diosa del arte.

Hemos conocido por nosotros mismos que cuanto habíamos leído u oído acerca del estraordinario

talento dramático de Sara Bernhardt era comple

tamente exacto,

Así, al ensalzarla, no nos limitamos ya a repetir ajeno testimonio; emitimos un juício propio i per

sonal.

La elección de la pieza de estreno ha sido, por lo demás, sumamente acertada.

Los críticos que han seguido paso a paso la carrera artística de Sara Bernhardt, están acordes en que la representación de Fedora marca uno de sus mayores adelantamientos.

Änteriormente había encantado por la armoniosa suavidad i la conmovedora entonación de su

VOZ.

Sabía recitar de una manera admirable los versos tiernos de Racine, o los magníficos de Víctor Hugo.

Era, según la espresión de uno de los críticos a quienes he aludido, una deliciosa trájica de concierto, mas bien que una verdadera actriz dramática. Emilio Zola escribe sobre Sara Bernhardt, refiriéndose a ese tiempo, lo que va a leerse:

«Me parece que, hasta ahora, no ha creado ningún papel en que haya mostrado lo que es en realidad. Hemos gustado de su voz tan flexible i tan sonora en el de doña Sol, que es el de un personaje secundario. Hemos admirado su ciencia en Fedra i en el repertorio romántico. Pero, a mi juício, la trajedia i el drama se sujetan a trabas tradicionales que impiden el que las dotes naturales de esta joven se desenvuelvan con libertad. Querria verla representando un personaje bien moderno i bien vivo que hubiera nacido en el suelo de París. Sara Bernhardt es hija de este suelo, ha crecido en él i es una de sus espresiones mas típicas. Estoi cierto de que ella crearía un personaje que fijaría una fecha en nuestra historia dramática».

Lo que Zola proponía con tanta sagacidad para hacer lucir a Sara Bernhardt i colocarla en la mas elevada categoría de las actrices, Victoriano Sardou lo realizó, escribiendo, para ella a fines de 1882, el drama titulado Fedora, que acabamos de ver representar con tan brillante éxito.

Sara Bernhardt comprendió al punto el inmenso partido que podía sacar de semejante obra.

Fedora era el afianzamiento de su gloria.

Sara Bernhardt insertó por entonces en los diarios de París una carta en la cual se encuentra el siguiente pasaje, demasiado significativo, que no ha menester de comentarios:

«Sardou me leyó su drama. Salté de alegría. En fin, por la primera vez, yo tenía un papel...... En efecto, hasta la fecha, en todas las piezas que yo había creado, había tenido solo papeles episódicos, una escena en el tercer acto de La Hija de Roldún, i en el cuarto de La Estranjera......; en la Esfinje, un personaje de segundo orden».

Mientras tanto, cualquiera otra que no hubiese sido Sara Bernhardt, i que no hubiera tenido la plena conciencia de sus fuerzas, se habría espantado, en vez de regocijarse, por ser llamada a crear en el escenario un personaje como el de Fedora.

ΕΙ que haya leído la pieza, i particularmente el que haya asistido a sus representaciones, sabe lo que es esa terrible princesa rusa siempre dominada por las pasiones mas violentas; alternativamente arrastrada por el amor, o por el odio; en ocasiones furiosa hasta la locura, i en ocasiones enamorada hasta el sacrificio; que se entrega con disimulación infernal a investigaciones propias del mas astuto ajente de policía por castigar la muerte de su novio, i que se envenena por no perder el afecto del matador.

Ese personaje complejo, ya simpático, ya abo

rrecible, tenía que espresar las tormentas del alma, no con suaves versos que fuesen una modulación musical, como Sara Bernhardt había estado habituada a hacerlo, sino con frases bruscas, atropelladas, concluídas frecuentemente en puntos suspensivos, o en gritos que hicieran estremecer, como son los de Fedora.

Para colmo de dificultades, ese personaje tenía que sostener todo el peso del drama, desde el principio hasta el fin, sin un solo momento de reposo.

Sin embargo, el resultado manifestó que Sara Bernhardt no se había engañado al lisonjearse de salir airosa en el desempeño de una tarea tan abrumadora.

Los críticos franceses no tuvieron sino palabras de elojio para la artista que había logrado dar una existencia real a una heroína como la de Sardou.

Uno de ellos resume como sigue lo mucho que entonces se escribió acerca de este acontecimiento teatral:

«Es preciso declarar que Sara Bernhardt no ha empleado jamás, antes de Fedora, recursos tan variados, tan nuevos, tan apropiados para producir efectos verdaderamente dramáticos. Puede imajinarse un arte mas noble, mas amplio, mas puro para ponerlo al servicio de la trajedia clásica; pero creo que no puede concebirse un talento mas orijinal, mas humano, mas conmovedor que pueda ponerse al servicio del drama contemporáneo. Es imposible desconocer que, en obras de esta especie, una mímica semejante es maravillosa. Sara Bernhardt nos ha ofrecido en Fedora algo mui distinto, i algo mucho mas teatral, de lo que nos había dado antes, i de lo que ya había empezado a can

sarnos».

La impresión causada por la representación de Fedora en el Teatro Santiago el 8 de octubre

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