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muera, ponme tan bonita como en otro tiempo. Este vestido negro, nó...... Escoje, entre mis trajes de baile, un vestido blanco...... con la falda cubierta de rositas...... Ese es el que quiero...... ¡Ya verás que bonita estaré! i como otra vez, tornarás a ver a Frou-Frou!

Sartorys

<<¡Ah!

Jilberta

«Ya veís: siempre la misma...... ¡Hijo mío!..... ¿Me perdonais? ¿No es cierto?...... Frou-Frou! ¡pobre Frou-Frou!

La única observación que, en mi concepto, puede hacerse a la conclusión ideada por Meilhac i Halévy, es que habría convenido que Jilberta conservara hasta el fin el carácter de Frou-Frou, pero que no lo dijera, para que sus últimas frases no parecieran moraleja de sermón.

En cuanto a Sara Bernhardt, creo que no hai reparo que hacer al modo como ejecuta ese final.

La acción del drama de que acabo de hablar, sucede en nuestros días; i los personajes que intervienen en ella nos traen a la memoria otros con los cuales alternamos de ordinario.

La Fedra de Racine es una obra mui diferente. La acción pasa en los tiempos fabulosos de la antigua Grecia; i sus personajes son, además del protagonista, Teseo, Hipólito, Aricia.

Como si esto no bastara, los autores de Frou Frou viven actualmente, i son contemporáneos de los personajes que han creado; mientras que el de Fedra existió muchos siglos después de aquél a que se supone haber pertenecido Teseo i los otros que figuran en esta trajedia.

Los datos que preceden son suficientes, i sobran, para manifestar que Frou-Frou es una pieza que reproduce, o trata de reproducir la realidad, mientras que Fedra es una que tiene por argumento una invención puramente artificial.

Sería de presumir entonces que una actriz no había de poder representar igualmente bien la una

i la otra.

El día en cuya noche debía exhibirse la Fedra en el Teatro Santiago, leí detenidamente esta afamada trajedia de Racine, a fin de comprender sin tropiezo los detalles de la recitación de Sara Bernhardt.

A riesgo de ser tachado de irrespetuoso a los ilustres críticos antiguos i modernos que han ponderado las bellezas de esta composición, i a riesgo de dar el escándalo de no acatar decisiones que se tienen por inapelables, confieso con franqueza haberme costado mucho el no suspender una lectura que me fastidiaba, i el no volver a dejar el libro en el anaquel del estante.

No me interesaba en una acción trabada entre personajes que no son, ni han sido de este mundo; i no podía soportar a una heroína cuyo padre Minos había de juzgarla en los infiernos.

Esta i las otras alusiones mitolójicas contenidas en la pieza me parecían intolerables.

Toda esta fantasmagoría olímpica, copiada de los poemas homéricos i de las trajedias griegas, me causaba tanta desazón, i tanto desvío, como las frías personificaciones alegóricas.

No podía menos de agradecer mui sinceramente a los autores de Frou-Frou, Meilhac i Halévy, el que, ausiliados por la música burlona de Hoffenbach hubieran, en La Bella Elena, condenado al ridículo esas invenciones añejas que, por siglos, han agarrotado la fantasía de los poetas, i han inflijido un bárbaro martirio a los lectores.

No me esplicaba cómo críticos que ostentan inflexible severidad contra las inverosimilitudes mas o menos justificables de los dramas modernos, admitiesen, sin decir palabra, que Teseo, en el acto segundo, escena primera, tenga por prueba fchaciente del atentado de Hipólito contra Fedra la espada de aquél poseída por éste,

ce fer dont je l'armai pour un plus noble usage,

sin fijarse en que la tal espada podía haberse perdido casualmente, o haber sido arrebatada, como efectivamente lo había sido.

Sobre todo, i mas que todo, me era repelente ese asesinato de Hipólito referido con tanta pesadez en el nunca bastantemente censurado parlamento de Tiramenes.

que

Yo tenía hasta por descortés el que hubiera osadía para anunciar a un público de nuestros días el dios Neptuno, solo por cumplir la promesa de conceder lo que Teseo le pidiera, inflijiese, sin motivo ni pretesto, muerte atroz al mas virtuoso i mas inocente de los jóvenes.

A pesar de esta fundada mala predisposición, esperimenté en la representación de Fedra la mas agradable de las sorpresas.

Sara Bernhardt recita los versos de Racine con una especie de declamación musical, que es un encanto para el oído.

Además, al decirlos, da a su cuerpo las actitudes mas elegantes i adecuadas.

Deja conocer a las claras que sabe por teoría i por práctica el arte de la escultura.

Como que no quiere la cosa, i con diestro disimulo, cuída de modelar su traje, dándole en cada ocasión los pliegues requeridos, i acomodándolo a la actitud que toma.

Procede a este respecto ni mas ni menos como cuando, con destreza consumada, aplica al rostro, sin que la mayoría lo perciba, el afeite que ha de imprimirle el color exijido en ciertas circunstan

cias.

Sara Bernhardt tiene una voz armoniosa que le sirve admirablemente bien para espresar las emociones mas delicadas del alma, i un cuerpo elegante i nervioso que puede tomar todas las posturas correspondientes a una situación dada.

La grande actriz sabe patentizar los pensamientos i los afectos mas íntimos con sus ademanes, sus ojos, sus manos, sus pies, su tono, su actitud.

De esto depende que aun las personas que ignoran el francés pueden gozar con su representación.

Siempre logra comunicar al auditorio con su mímica espresiva i apasionada cuanto ella siente, piensa i quiere en el curso del drama.

Sería menester que Sara Bernhardt apareciera dormida en alguna escena para que se la viese quieta i tranquila, siendo probable que, aun entonces, consiguiera retratar en su fisonomía los sueños que la ajitasen.

Solo la muerte, cuyas agonías espantosas pinta con tan vivo colorido, puede darle la rijidez del cadáver, o la inmovilidad de la estatua.

Lo posesión de estas sobresalientes dotes es la que hace que la representación de Fedra por Sara

Bernhardt produzca un efecto enteramente distin to del que causa su lectura.

Sara Berhardt es en la ejecución de esta pieza una oda encarnada.

Los compañeros de la eminente actriz, desiguales en méritos, pero todos buenos en su respectiva clase, han querido, según parece, darse a conocer por sí mismos, sin recomendarse previamente por la publicación de sus hojas de servicio en el teatro, como podrían haberlo practicado.

Si tal ha sido su intención, no se han equivo cado.

El público de Santiago, juzgándolos sin ausilio ajeno, ha apreciado debidamente el talento i el arte de que han dado muestras.

La señorita Juana Malvau ha agradado en el papel de Aricia, i mucho en el de Luísa.

El juício del público de Santiago sobre el mérito de esta joven artista se halla acorde con el de ilustres críticos franceses.

Enrique de Bornier, el autor de La Hija de Roldán, escribía lo que va a leerse en La Nouvelle Revue, fecha 15 de diciembre de 1882:

«El Voyage à travers l'imposible ha sido representado por actores de primer orden: los señores Taillade, Jonmard, Volny, Alexandre, Daully, i por una trajica del Odeón, la señorita Malvau, la cual, según se advierte desde luego, tiene talento, i es mui bella».

Luís Ganderax, en la Revue de Deux Mondes, fecha 15 de octubre de 1884, escribía que la señorita Malvau formaba con otros artistas a quienes el crítico nombra «una buena compañía.»>

Felipe Garnier es un alumno distinguido del

conservatorio de París.

Se estrenó en el Teatro Francés con Británico de Racine en octubre de 1881, i con Le Suplice

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