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seía como actor. Uno i otro se han granjeado nuevos derechos al aprecio público; i nosotros debemos felicitar al primero por el buen resultado que han obtenido sus sacrificios, tributando al segundo las consideraciones a que le hacen acreedor sus singulares talentos».

Sin embargo, debe tenerse entendido que las decoraciones i aparatos escénicos del teatro de la plazuela de la Compañía estaban mui distantes de asemejarse a la vista interior del salón rejio.

Pueden leerse en El Mercurio de Valparaíso, número 72, tomo 1, fecha 9 de febrero de 1835, curiosos pormenores sobre este particular.

Baste saber que todavía, en aquella fecha, el altar de Diana aparecía iluminado con dos velas de sebo de a cuatro por real.

A pesar de todas estas imperfecciones, el público manifestaba gusto por las representaciones teatrales, i había adquirido la costumbre de asistir a ellas.

Talvez contribuía a esto lo módico de los precios.

Como antes lo he dicho, la entrada costaba solo dos reales.

I ya que toco este punto, voi de paso a recordar un suceso en que figuraron dos personajes mui conspicuos, i que fue mui celebrado.

En cierta ocasión concurrieron juntos al teatro los dos amigos don Diego José Benavente i don Manuel José Gandarillas, a quien faltaba un ojo.

El primero, al pagar la entrada, entregó tres reales, en lugar de cuatro.

-Dispense, señor, le dijo el empleado que cobraba las entradas; usted se ha equivocado; falta un real.

-No me he equivocado, contestó Benavente; he pagado lo justo, puesto que mi compañero no puede ver mas que la mitad del espectáculo.

El teatro de la plazuela de la Compañía duró hasta el año de 1836.

Entonces se pidió a Arteaga, por haber mudado de dueño, el sitio por cuyo arriendo pagaba cien pesos mensuales; i hubo que deshacer el edificio de madera que allí se había levantado.

Ya el año de 1823, había teatro en Valparaíso. Ignoro si también fue fundado por don Domingo Arteaga; pero sé que, por lo menos, al cabo de algún tiempo, lo tomó de su cuenta.

Parece que no dejaba ganancias mui cuantiosas.

IV

Compañías dramáticas.-Don Francisco Cáceres i don Luís Am brosio Morante.-Cargo de director-censor.-Doña Teresa Samaniego. Don Francisco Villalba i don Francisco Rivas.Competencia entre Cáceres i Rivas, -La primera compañía lírica que ha venido a Chile.-Traducción al castellano de la parte destinada al canto en las óperas.-El baile en al teatro.Opinión de don Andrés Bello sobre doña Teresa Samaniego, don Francisco Cáceres i don Luís Ambrosio Morante.-Fallecimientos de don Francisco Cáceres, de don Manuel Robles i de don Luís Ambrosio Morante.-Don José Joaquín de Mora propone la organización de bailes populares en Santiago.

Puesto que he hablado de los edificios en que estuvieron nuestros primeros teatros después de la independencia, ha llegado la oportunidad de decir algo sobre las compañías que funcionaron en ellos.

El año de 1818, cuando el director O'Higgins encargó a su edecán don Domingo Arteaga la fundación de un teatro, éste ejercía la comandancia del depósito de prisioneros españoles.

Como no era fácil proceder al canje de estos prisioneros, i no se quería echar el gravamen de su manutención sobre el estado, que se hallaba escasísimo de recursos, se adoptó el arbitrio de destinarlos, mediante la paga del correspondiente estipendio, a las obras públicas o al servicio de los particulares.

Don Domingo Arteaga recibió autorización de

elejir entre aquellos prisioneros a todos los que hu biera menester para emplearlos como actores, comparsas o sirvientes del teatro proyectado.

Aprovechándose de ella, Arteaga reunió los prisioneros españoles que manifestaban aptitudes para el arte de la representación, a los actores i actrices nacionales que pudo encontrar; i puso a unos i otros bajo la dirección del coronel español Latorre, uno de los prisioneros de la batalla de Maipo, el cual era entendido en la materia.

Estos actores i actrices principiaron a ejercitarse en los teatros de las calles de las Ramadas i de la Catedral.

Cuando se estrenó el de la plazuela de la Compañía, eran ya numerosos.

Paso a manifestar cómo se hallaban distribuídos: Damas.-Doña Lucía Rodríguez, doña Josefa Bustamante i doña Anjela Calderón.

Galanes.-Don Francisco Cáceres, don N. García i don Francisco Navarro.

Barbas.-Don Juan del Peso, i don Ánjel Pino, que hacía los papeles de traidor.

Graciosos.-Don Isidro Mozas i don N. Hevia. Barba i primer gracioso.-Don Pedro Pérez. Las damas eran chilenas; los actores eran españoles, escepto Pérez i Hevia, que eran chilenos. Camilo Henríquez, en el Mercurio de Chile, número 7, pronuncia el siguiente juício sobre la actriz Rodríguez i sobre los actores Cáceres i Navarro, que representaron en julio de 1822 La Jornada de Maratón, el Numa Pompilio i el Oscar, para festejar la instalación de la convención que se reunió en aquel año.

«Es de desear que estos tres actores varíen mas el tono e inflexiones de voz, según la variedad de posiciones i de afectos: la monotonía es insufrible. Con esta observación, anunciamos a la señora Lu

cía i a Cáceres que harán en el auditorio el efecto que prometen sus talentos i sus gracias».

Diré de paso que La jornada de Maratón es un drama en cuatro actos escrito en francés por Mr. Guérault en prosa con intermedios de música compuesta por Kreützer.

Mr. Guérault lo había trabajado para excitar el entusiasmo de sus compatriotas en la tremenda lucha que la república francesa sostenía en 1793 contra la Europa coligada.

El doctor arjentino don Bernardo Vélez la había traducido en verso castellano para que se representase en Buenos Aires, con el objeto de celebrar la victoria de Chacabuco.

El actor principal de aquella compañía era don Francisco Cáceres, el cual hizo su primera aparición en la escena el 20 de agosto de 1820, cuando se estrenó el teatro de la plazuela de la Compañía.

Orijinario de Sevilla, se había alistado de soldado; i después de haber militado en la Península, había venido de guarnición a Valdivia, donde era sarjento, cuando lord Cochrane se apoderó de esta plaza en febrero de 1820.

Así Cáceres, en mui pocos meses, había pasado del cuartel al proscenio.

Tenía una bellísima i arrogante figura, i una voz vigorosa i plateada, pero algo monótona.

La naturaleza le había concedido brillantes dotes de actor; pero la completa falta de educación no le había permitido perfeccionarlas.

Arteaga, con la vista de empresario, supo distinguirle entre los prisioneros, calculando perfectamente todo el provecho que podía sacar de él.

Cáceres fue, desde que se presentó en la escena, el favorito del público.

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