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mero de todo, por el testimonio de mi conciencia, y otro tanto seguro de encontrar justicia en los que agenos de facciones y partidos fueron sabedores ó testigos de mi vida política, yo resisto y desecho con rostro firme todo título ó apodo que lleve en sí la idea, cual se entiende comunmente, de privado, de valido, ó favorito, ninguno de los cuales, y el postrero menos que otro alguno, corresponde ni al favor ni á la conducta que yo tuve en la corte de aquel príncipe. Libre siempre la accion y la influencia de los demas ministros, juntando mis esfuerzos con los suyos para hallar el acierto, ansioso de consejo, francas y expeditas, sin que ninguna fuese atada, todas las ruedas del gobierno, nunca goberné solo ni mandé á mi arbitrio; jamás pasé los lindes del poder que me fiaba Carlos IV, y conforme á su voluntad, nunca obré sin consultarle aun en las cosas mas pequeñas. En las materias graves, interiores ó exteriores, cuanto estuvo de mi parte, busqué siempre sujetar mi dictámen al debate y á la luz de sus Consejos. Lejos de apartar esta luz, trabajé en aumentarla; lejos de rodearme y rodear el trono de personas frívolas ó ineptas cual las quieren los favoritos, hice siempre llamada á los talentos conocidos, y busqué y hallé otros muchos, y los puse en evidencia sin temor ni envidia, y los dejé legados á los tiempos venideros en que los halló la pátria: muchos de ellos han sobrevivido á las tormentas, y aun están brillando y aun la están sirviendo.

Cuanto á mí, no fué culpa ni ambicion de parte mia que se hubiera propuesto y quisiese Cárlos IV tener un hombre mas de quien fiarse como hechura propia suya, cuyo interés personal fuese el suyo, cuya suerte pendiese en todo caso de la suya, cuyo consejo ó cuyo juicio, libre de influencias y relaciones anteriores, fuese un medio mas para su acierto ó su resguardo en los dias temerosos que ofrecia la Europa. Por esta idea, toda suya, me colmó de favores, me formó un patrimonio de su propio dinero, me elevó á la grandeza, me asoció á su familia y ligó mi fortuna con la suya. ¿Abandonó por esto en mis manos toda la carga del estado? Ni en mis manos ni eu las de nadie. Los que digan ó escriban lo contrario, no sirvieron á aquel monarca ni le vieron de cerca. Cárlos IV fué zeloso de su autoridad otro tanto como su padre, y dictaba su pensamiento casi siempre. Declarada su voluntad ó mostrado su deseo, escuchaba las razones, atendia la verdad, y asentada la regla ó el principio sobre el cual debia girarse, daba amplitud á sus ministros en los medios de ejecucion, pero sujetos estos á su exámen para el cual era á veces desconfiado y minucioso. No se persuadia fácilmente que se atreviesen á engañarle, pero temia que errasen. Si declinaba alguno de la regla ó del principio que se habia fijado, aquel ministro era perdido. Mucho fué mi esmero en servir sus designios y seguir sus principios que jamás se desviaron de la equidad y la justicia, mu

cha fué la confianza que le mereció esta conducta, pero aquella confianza no fué nunca ni absoluta ni exclusiva. Mas de una vez prefirió Cárlos IV otros consejos á los mios, y en una de ellas, en 1806, fué apartado del camino único por el cual en tiempo apto habria salvado su corona amenazada: mas de un ministro tuvo á quien yo no habria elegido, uno de ellos bien conocido, el marqués Caballero que hubo vez de reunir tres ministerios, y el obstáculo mas grande que yo tuve para llevar á cabo mis esfuerzos en favor de las luces y dar cima á los proyectos y reformas saludables que tenia yo á mano. Á lo largo de estas Memorias se hallarán muchas pruebas de que mi poder, si fué grande, no fué nunca ilimitado; y con presencia de los hechos juzgarán mis lectores, si el poder que yo tuve y la manera de emplearlo constituyen la idea de un favorito, ó de un amigo fiel á su monarca y amante de su pátria. Baste ahora; voy siguiendo con M. Pradt.

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Desde el fondo del palacio, dice este escritor, «pretendia un favorito dirigir los ejércitos, como gobernaba la córte. » Si esto fué asi como quiere M. Pradt, yo podria apropiarme mucha gloria, otra tanta como lograron nuestras armas en los dias favorables, y en los mismos dias adversos que encontró aquella guerra. ¿Ignoró M. Pradt los sucesos gloriosos de la primera campaña, la fortaleza en los Jeveses que ofreció la segunda, y los esfuerzos grandes de valor, de inteligencia y de heroismo que se

ñalaron la tercera? Mas la alabanza de esto y el acierto ó desacierto, como quiera estimarse, en la gestion de aquella guerra, fué de muchos, no el acierto ni el error de uno solo. Elegidos los gefes, no la córte sino ellos mismos en union con el gobierno, y erigida una junta bajo mi presidencia con el nombre de consejo militar supremo, propusieron los planes que estimaron mas realizables y seguros, confirieron sobre los medios y lugares para el ataque y la defensa que atendidas las circunstancias militares y políticas ofrecerian mejor éxito, y asentadas las bases de sus operaciones, convenidos con el consejo, libres en los modos de ejecucion, libres ademas para todas las variaciones que podrian hacer precisas los sucesos imprevistos, partieron á los campos, ricos de las luces que reunió el consejo, ricos del favor y de la confianza del gobierno, ricos de confianza entre ellos mismos, ricos de ardor y celo por las glorias de la pátria. Todo esto es sabido, todo esto fué notorio: un buen número de testigos vive todavía de aquella época. Despues de esto, nadie ignora que en España no se ha acostumbrado dirigir la guerra con decretos de gabinete, mucho menos en aquel tiempo y en aquella lucha con un pueblo belicoso y exaltado que acudia á la guerra, desechada la antigua escuela de la táctica europea, que burlaba las previsiones de todos los gobiernos, y hacia faltar á cada instante los mejores cálculos de la política y el arte.

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Sigue mi respuesta á Mr. Pradt.- Campaña de 1793.

Por el mismo voto unánime del Consejo supremo militar, de que formaban parte los principales gefes de mar y tierra que debian mandar nuestras armas, discutidos largamente los diferentes planes y proyectos que fueron presentados sobre el modo de emprender la guerra y dirigirla, se acordó en difinitiva la formacion de tres ejércitos, dos de los cuales, uno en la frontera de Guipuzcoa y Navarra, y otro en la de Aragon tendrian solo la defensiva, mientras el tercero tomaria la ofensiva por el lado de Cataluña para invadir el Rosellon, y ocupado que hubiese sido, avanzar luego al Languedoc, apoyadas y cubiertas nuestras armas por las montañas de Corbières bajo la cadena que las une á los Pirineos y á la mar. La ofensiva por aquella parte de la frontera era la mas difícil atendidas las defensas

que allí ofrecen la naturaleza y el arte; por razones poderosas, militares y políticas nos la hicieron preferible, lo primero porque teniendo el enemigo en tierra propia una situacion tan ventajosa y resguar

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