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blancos, y verdadero cáncer agarrado á las entrañas de cualquiera que fuere su dueño en adelante. Nuestros principales colonos la tenian ya de hecho abandonada: su posesion era una carga y un peligro continuo; muchas poblaciones y parroquias habian sucumbido por la dura necesidad al poder anárquico de los negros y mulatos, Bonaparte mismo no alcanzó á domar aquel incendio, y despues de inmensos gastos y de horrorosas pérdidas, harto tarde la fatal colonia fué abandonada por la Francia. Lejos de perder, ganamos en quitarnos los compromisos que ofrecia aquella isla; y aun así, diré mas, que la cesion de aquel padrastro pendió de un accidente. El gobierno francés, ansioso de la paz que sé trataba en Basilea, y temiendo las dilaciones que debia causar la distancia de Madrid á aquel punto, nombró un nuevo negociador (á Servan el ex-ministro) para venir á la frontera y terminar mas pronto aquel tratado con el marqués de Iranda, que precavido el caso de no hallarse á Iriarte, fué dirigido de Madrid á Hernani con los poderes necesarios. De las instrucciones secretas que Servan traia, una de ellas era que si la España resistia ceder su parte de Santo Domingo, no hiciese mas instancia y firmase las paces bajo las demas bases convenidas. Iriarte en tanto y Barthélemy consumaban el tratado en Basilea, razou por la cual la mision de Servan no tuvo efecto. Todo esto es bien sabido y es muy fácil de hallarlo en los archivos de entrambos gabinetes.

¿Cómo pues, dirá alguno, la república francesa, tan codiciosa y exigente en sus tratados, sé mostró tan galante con la España? He aquí en esto un resultado y una prueba mas de la opinion que merecieron nuestras armas; del carácter firme y vigoroso que en la lucha de los tres años desplegaron la nacion y el gobierno; y tambien (porque asi fué, y la Francia lo vió á las claras) de la lealtad y la pureza de intenciones con que guerreó la España, sin ninguna ambicion, ninguna mira hostil contra la integridad del territorio de la Francia, nada contra ella, todo contra el poder anárquico que ella misma derrocó, y que ella propia detestaba. Si ninguna nacion resistió como la España las descomunales fuerzas de la república francesa, si ninguna tuvo que sufrir menos pérdidas, si ninguna ofreció combates tan gloriosos, si la Francia en dos años pudo apenas invadir algunas pocas leguas del territorio de la España, si mientras mas apretaron los peligros, mas fuertes, mas enteras y mas resueltas se mostraron nuestras armas, y si en medio de este teson la España generosa no se la vió entrar ni un solo instante en los proyectos de desmembrar la Francia; si guerreó con lealtad á sus expensas, nunca á sueldo de la Inglaterra ni de nadie, nunca bajo el dictado de la política extrangera, siempre señora de sus actos, buena y cierta para amiga, peligrosa para contraria, justo fué tambien, natural y consiguiente que la Francia, lo primero, respetase á una nacion cuya

heróica constancia y fortaleza no se dió por rendida en ningun trance de la lucha; lo segundo, que se mostrase agradecida á esta nacion que ni en la misma guerra se olvidó de que habia sido su antigua amiga y aliada.

He aquí pues una guerra y una paz en que excedió la España la fortuna de las demas naciones coligadas, guerra que añadió nuevos títulos á las glorias de mi pátria, paz honrosa que fué el fruto de sus armas no dobladas.

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Un justo desahogo sobre las calumnias de los abates Pradt y Muriel.

Yo he contado hechos notorios: cuanto he dicho es historia contenida en los anales de aquel tiempo. Sienta ahora bien repetir toda entera la descarga de mentiras y de ultrajes con que el reverendo obispo M. Pradt, nada púdico y reverendo cuanto á la verdad en sus escritos, dió principio en ódio mio á sus memorias seudohistóricas sobre la revolucion de España.

No es bastante (ha dicho M. Pradt, pág. 3 y 4) »emprender una guerra por honor y por justicia. >> Se requiere ademas dirigirla con luces, y este fué

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>> el escollo de la España. La misma mano que lo pa»ralizaba todo en la paz paralizó de nuevo todas las >> cosas en la guerra. Desde el fondo del palacio pre>> tendia un favorito dirigir los ejércitos del mismo > modo que gobernaba la córte; pero distando mu>> cho estas dos cosas, y no siendo el enemigo un cor>> tesano (como dijo Federico), fué preciso ceder y de>>sistir de aquella lucha. Frustrados igualmente el » valor de las tropas y el leal ardimiento de sus gefes dejaron penetrar al enemigo hasta el corazon de la España. Se trató con él, y todo el mundo sabe que >> cosa sea un tratado, cuando el vencido busca en la >> paz el último refugio. Los franceses habian pasado »el Ebro y llegaban ya á Madrid. La manera de con

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tenerlos fué firmar una paż cuyo nombre tomó pa» ra sí el favorito aun con mas necedad que insolen» cia, adornándose con las desgracias públicas, como »en otros paises se forman títulos de su prosperidad ⚫y de su gloria. »

Esto ha dicho M. Pradt. Yo lo abandono á mis lectores, y les pediré que pronuncien ellos solos la sentencia de que es digno un historiador prostituido que maldice miente de esta suerte.

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Despues de M. Pradt, me queda todavía otro clérigo de la misma calaña, aunque bien menos reverendo, que me importa traer á cuentas nuevamente, el abate Muriel, español, mas tan poco apegado á la verdad y á la gloria de su pátria, que en su resúmen del pretendido manuscrito del conde de Aran

da, de que hablé ya otra vez (1), concluye de este modo: «Los desastres sufridos (en aquella guerra » con la Francia) por las armas españolas justificaron >> los temores de aquel hábil estadista ( el conde de » Aranda). La España no pudo contener las tropas >>francesas que cargaron sobre el Ebro y amenazaban >> tomar el camino de la capital, sino firmando una » paz vergonzosa, á que se siguió despues una alian» za mas vergonzosa todavía con aquella revolucion tan detestada. Los consejos por los cuales se habia perseguido al conde de Aranda se hicieron el nor»te del gobierno, aunque ya tarde, cuando no era tiempo de sacar partido de ellos (2). »

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Tantas frases como contiene este retazo son otras tantas falsedades que descubren con agravio de la historia la mala fé de este escritor, y el prurito de maldecir de que estaba poseido. Visto queda que los franceses los detuvieron nuestras armas sobre el Ebro, y que á este tiempo la paz de Basilea estaba ya firmada. Cuanto al epíteto de vergonzosa, manifiestos están á todo el mundo los diez y siete artículos del tratado, y el lector ha visto que la paz fué propuesta y buscada por la Francia, que la plenipotencia de la república fué expedida en 10 de

(1) En el capítulo XX.

(2) L'Espagne sous les rois de la maison de Bourbon, vol. VI, chap. III additionnel, pages. 69 et 70.

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